De aquellos EPI, estos colchones: el coronavirus desarrolla el ingenio hasta límites insospechados
Un 75% de los residuos plásticos relacionados con la covid-19 terminarán en vertederos o en el mar. Por eso son tan valiosas las iniciativas como Shayya, una empresa que usa desechos de los equipos médicos de protección personal (EPI) de India y los trenza para fabricar colchones baratos y esterilizables
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Ser capaz de ver un problema, identificar la solución y ponerla en práctica generando además un impacto social y medioambiental positivo parece casi imposible, pero cada vez más ideas se transforman en empresas sociales que son capaces de generar un círculo virtuoso de impacto. Realmente, los emprendedores sociales son hoy la fuerza de cambio en el mundo.
Es innegable que el plástico de un solo uso ha sido un salvavidas en la lucha contra la covid-19, especialmente para los trabajadores sanitarios en la primera línea de batalla. También ha facilitado el cumplimiento de las reglas de distanciamiento social, y ayudar a frenar su transmisión al reemplazar material reutilizable.
Pero las imágenes de material desechable amontonado fuera de los hospitales o equipos de protección personal (EPI) y mascarillas flotando en playas de todo el mundo ilustran, una vez más, el lado oscuro del plástico. Un problema que llevamos arrastrando desde que se creó y que no hemos sabido atajar. Según el Centro de Innovación y Desarrollo para la Economía Circular (CIDEC), actualmente en la Unión Europea solo se recicla un 30% de los plásticos, por lo que ha establecido el objetivo de un 55% de reciclaje y reutilización de envases de plástico en 2030. Además, para ese año todos los envases de este material introducidos al mercado deberán ser reciclables o reutilizables, prohibiendo los de un solo uso.
Si no tenemos cuidado, la necesidad de atajar el problema de protección durante la pandemia –una respuesta urgente y necesaria, pero cortoplacista por su propia naturaleza– podría conducir a una calamidad ambiental y de salud pública aún mayor a largo plazo. Los datos de las Naciones Unidas sugieren que alrededor del 75% de los desechos plásticos relacionados con la covid-19 terminarán en vertederos o en el mar. A escala mundial, cada mes se están usando alrededor de 129 mil millones de mascarillas y 65 mil millones de guantes, según una estimación de la revista Science. Solo en China, el Ministerio de Ecología y Medio Ambiente estima que los hospitales de Wuhan produjeron más de 240 toneladas de desechos al día en el punto álgido del brote, en comparación con las 40 toneladas en tiempos normales, seis veces más.
De ahí el incalculable valor de iniciativas como Shayya, que significa “colchón” en sánscrito, empresa que utiliza desechos de las fábricas de EPI de la India y los trenza para fabricar colchones ligeros, baratos e higiénicos. Se trata de un proyecto innovador que está convirtiendo el problema de los residuos de EPI en el país asiático en una solución para contrarrestar la falta de futones por la pandemia, no solo en los hospitales, sino también en numerosas residencias o centros de acogida.
A escala mundial, cada mes se están usando alrededor de 129 mil millones de mascarillas y 65 mil millones de guantes en el mundo
Los fabricantes no solo aprovechan el plástico residual de producir los EPI dando a su producto una vida casi tan infinita como el plástico del que está hecho, sino que además producen un artículo que se puede esterilizar fácilmente con jabón, evitando la quema de los colchones en cada uso como hasta ahora, por la imposibilidad de esterilizarlos con el consecuente impacto ambiental. Además de ahorrar las 700 rupias (ocho euros) que cuesta reemplazar cada uno de los que usa cada paciente de covid-19. Como dice su inventora, “no solo estamos gestionando un residuo, sino que además creamos material esencial en estos momentos a un coste mínimo”
La idea se la ocurrió a Lakshmi Menon, eco-diseñadora natural de la ciudad india de Kerala, cuando vio una familia durmiendo en el suelo debajo de un puente a la vez que unos restos de EPI flotando en las aguas de los ríos en India. Unir esos dos puntos y su experiencia textil la condujo a la solución.
Para fabricar los colchones, los residuos que quedan de fabricar los equipos de protección se trenzan hasta que la longitud alcanza unos 35 metros. A continuación, estas trenzas se colocan en zig-zag y los extremos se unen con más tela de desecho. Así se logra una colchoneta de una longitud de seis pies (1,80 metros.) y una anchura de 2,5 pies (76 centímetros) y que pesa entre 2,5 y cinco kilos.
Es tan sencillo y a la vez eficiente que no requiere inversión, ya que no hacen falta máquinas, hilos o agujas para fabricarlos, ni conocimiento especial para su producción más allá de saber hacer una sencilla trenza de pelo. El material es impermeable y se puede limpiar lavándolo bien y secándolo al aire. Además de resolver los desafíos logísticos y ecológicos, los shayyas también están creando empleos e impulsando la economía local. Menon dice que ya ha dado trabajo a unas 20 mujeres en paro a causa de la covid, a las que se les paga 300 rupias, unos 3,5 euros, al día. Cada shayya se vende a ese precio para cubrir el coste de la mano de obra.
India es el segundo mayor productor de EPI del mundo, con más de 1.000 fabricantes que producen 4,5 millones de piezas al día, según The Guardian. El impacto medioambiental de la producción de estos colchones para un país sin infraestructura de reciclaje puede ser enorme. El social lo están amplificando, formando a ONG y empresas en otros estados que ya les están contactando para crear unidades de producción de jergones al lado de cada fábrica de EPI. Son empresas que, una vez superada la pandemia, podrán seguir vendiendo a los numerosos hospitales, centros de acogida y orfanatos que existen en India.
Como dice Lakshmi, “hay mucho más esperando a ser abordado”. La necesidad agudiza el ingenio, dice el refrán, y en estos tiempos convulsos tenemos que estar todos atentos para aprovechar las oportunidades que nos encontramos, aunque sea debajo de un puente.
María López Escorial es profesora en el Instituto de Empresa desde 2002 y consultora independiente especializada en innovación social y soluciones empresariales para combatir la pobreza. Además, es presidenta de la Fundación Compromiso y Transparencia. Elegida entre las Top100 Mujeres líderes 2018.
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