Combatir el racismo es también dejar de mirar con lástima
Los refugiados, estos “actores de su propia existencia” sufren discriminación, pero tienen valientes vidas que contar, incluso una interesante versión sobre lo que ven en los otros. Recogemos aquí este debate de dos cineastas y dos periodistas que se celebró durante el FCAT
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“Si un blanco dice ‘dame la libertad o mátame’, todo el mundo lo aplaude; si una persona negra dice lo mismo, se lo trata de criminal y se hace lo posible para que todo el mundo sepa lo mal que le puede ir si imita a ese negrata rebelde”, explica James Baldwin (Nueva York, 1924-Saint Paul de Vence, Francia, 1987), en un plató de televisión, mientras abre los ojos tan grandes como para abarcar la comprensión de toda la humanidad.
Este novelista y teórico norteamericano de la segregación racial se convirtió en un faro poderoso, que perdió a sus amigos, casi todos asesinados (Martin Luther King, Malcolm X, Medgar Evers, entre otros) y nunca dejó de decir que quería trabajar junto a los blancos en la emancipación de los suyos, que esto era algo de todos. Con Lorraine Hansberry fueron a ver al senador Bob Kennedy, en aquella mítica reunión de mayo de 1963 preparatoria de la Ley de Derechos Civiles del 64, y antes y después vivió en París, cuando la violencia y la homofobia de Estados Unidos se le hacían demasiado pesadas.
La muerte lo encontró escribiendo Remember this house (Recuerda esta casa), un manuscrito en el que se basa este monumento documental que es I am not your negro (No soy tu negro, 2017) de Raoul Peck y que pudo verse en el marco de la sesión temática del Festival de Cine Africano Tarifa-Tanger (FCAT) dedicada al racismo estructural en Occidente (disponible en Filmin).
Uno de los pilares de la obra de Baldwin se llamó La próxima vez el fuego. El árbol de las palabras del FCAT nos ha acercado, en su 17ª edición, una mesa de debate llamada La próxima vez, los fuegos: El racismo sistémico en los países occidentales, en la que participaron el periodista Moha Gerehou (MG), junto a los cineastas Xavier Artigas (XA) y Hind Meddeb (HM), moderados por Tania Adam.
El contexto actual nos sitúa en el año de nacimiento de la corriente de protesta #BlackLivesMatter, mientras París ya no es una fiesta (de las libertades), en el testimonio que ofrece el filme Paris Stalingrad (2019) de Hind Meddeb y Thim Naccache. Tampoco Barcelona es aquel destino libre, como lo documentan Xapo Ortega y Xavier Artigas en Idrissa. Crónica de una muerte cualquiera (2018). Son películas contemporáneas que, según sus autores, recogen las consecuencias históricas de las embestidas coloniales. Mientras tanto, en los países centrales, la realidad sigue golpeando a los que llegan: apenas unos días atrás, en un desgraciado accidente, perdieron la vida dos personas que malvivían en una nave en Badalona, habitualmente ocupada por inmigrantes subsaharianos, a los que pronto se culpabiliza de sus condiciones de vida, según lo señala la periodista Tania Adam, al abrir el debate.
No solo víctimas
“No temas a la muerte, la vida llegará a ti (…) Soy la prueba viviente de que el destino es diferente para cada cual”, escribió el poeta Paul Celan y lo repite Suleiman, el joven exiliado sudanés, en árabe, mientras deambula por las calles de Paris Stalingrad.
El diálogo no lleva a ningún lado a estos refugiados de guerras sin rumbo, como ellos mismos repiten. Pero no son únicamente víctimas, según explica la codirectora de la película, Hind Meddeb: “A Suleiman le gusta escribir, y nos da su propia visión de lo que se vive durmiendo al raso, en París. Es una mirada poética sobre nuestra sociedad occidental. Hablamos de los demandantes de asilo como víctimas, pero, no, al contrario, son héroes, han tomado el destino en sus manos y han decidido hacer este viaje. Claro que son víctimas de políticas racistas y de fronteras, pero antes que nada son actores de su vida. Y por eso mi película no habla en su lugar, sino a través de la poesía de Suleiman”.
En su experiencia, lo explica Moha Gerehou: “Hay que contar otras historias de la comunidad negra que vayan más allá de la violencia racista. No hay un solo relato, aunque nuestras vidas estén atravesadas por el racismo”. Y Xavier Artigas: “No siempre tenemos que representar a los africanos como gente que sufre. Por eso es tan importante un festival como este, con películas que dejan que África se muestre a sí misma”.
Whitexplaining
MG: “En la primera charla en la que participé sobre racismo, hace unos años, yo era la única persona negra en la mesa. Fui a dar mi testimonio. Los expertos eran personas blancas y aquello era un espacio amigable, pero ya desde cómo se está contando la realidad, a mí me coloca como la víctima que no tiene juicio. Es lo mismo que el mansplaining: nosotros debemos tener la capacidad de contar lo que nos ocurre pero no solo en el ámbito del racismo sino en otras materias”.
XA: “Guiados por Los condenados de la tierra, el libro de Frantz Fanon, pensamos que los que estamos en el centro del discurso nos tenemos que retirar para que África hable por ella misma. Y lo digo como alguien que ha hecho una película sobre un africano que ha muerto en mi ciudad. Lo importante es hablar de cuál es nuestra responsabilidad como sociedad blanca”.
La condena de un nombre árabe
HM: “Nací en Francia y soy hija de padre tunecino y madre marroquí. El hecho de tener un nombre árabe ya es problemático, porque el racismo existe también a nivel de las élites, incluso totalmente integrada y con padres intelectuales como los míos. Mi padre es profesor de literatura (trabaja en Dante e Ibn Arabi) y lo vivió en la universidad. Yo lo viví como periodista, en varios grandes medios de comunicación, en los que me han reprochado hacer crónicas de demasiada gente africana o con sospechas sobre mis fuentes en árabe. La ignorancia que es la base del racismo, también se da en gente educada”.
MG: “Se han mantenido las mismas formas de racismo en cuanto a la exclusión del derecho a la vivienda o a la salud. Lo que ha cambiado es el entendimiento de una parte de la población, que ha dejado de considerarlas anécdotas de microrracismo y que ya empieza a ver el elemento estructural de esto, que incide en la violencia policial, por ejemplo. Según datos de 2013, en España, la policía para siete veces más a las personas negras. En Francia, 20 veces más y, en el Reino Unido, en torno a 14. Hay un patrón desde la forma en que organiza la sociedad. Cuando era chaval, en una sesión con la orientadora, me recomendó ir a la FP, en lugar de seguir el Bachillerato, que es lo que le recomendaban a mis compañeros con las mismas notas que las mías. La sociedad está construida sobre el racismo”.
El primer racismo: la falta de traducción
HM: “En 2016, había aproximadamente cuatro mil personas que dormían en la calle, en tiendas, en el barrio de Stalingrad (París), hasta que desmantelaron ese campamento con la única pretensión de esconderlos. Por eso intenté un registro histórico de las condiciones indignas que se sufren en una ciudad muy rica, en la que hay por lo menos 200 mil viviendas vacías. Y la primera barrera racista para la gente que llega de países en dictadura o en guerra a pedir asilo es que deben cumplimentar un formulario en francés. Yo empecé a ir a los campamentos para ayudarles a traducir. Cuando consiguieron dispersarlos, pusieron vallas y piedras debajo de los puentes, para que el suelo no resultase cómodo. Desde entonces, fue imposible hacerse de comer juntos o crear comunidad. Ahora se los ha expulsado a la periferia, a lugares donde se los ve menos, mucho más peligrosos”.
Girar la cámara hacia nosotros y generar comunidad
XA: “El cine puede ayudarnos a entender que no se trata de hechos aislados, que se trata de un hecho estructural. Que la muerte de un chico de 21 años que acababa de llegar a Barcelona tiene que ver con que existan los CIES, pero también hay una negligencia del Estado después de su muerte, ya que no se encarga siquiera de avisar a su familia y repatriar su cuerpo. Si estamos en una sociedad democrática, tenemos que asumir nuestra responsabilidad, como ciudadanos y ciudadanas, ante estas negligencias. Se trata de mirarse como sociedad blanca europea, de girar la cámara e involucrarnos. En nuestro caso, hicimos una campaña de crowdfunding para repatriar el cuerpo de Idrissa, que era lo que deseaba la familia. Entonces, la película se convirtió en un dispositivo de reparación. El proyecto duró cinco años, porque no se trataba solo de retratar un hecho concreto, sino de generar una comunidad. Lo transformador es que el cine se convierta en algo comunitario en la propia producción”.
HM: “Barcelona nos inspira muchísimo. En París estamos muy solos y estamos muy lejos del compromiso de una ciudad como Barcelona. Incluso el ayuntamiento de París ha vivido el rechazo de Carola Rackette y Pia Klemp, capitanas del Sea Watch, que renunciaron a la medalla Vermeiil, porque les parecía que la política que llevaba adelante en las calles contra los migrantes distaba mucho de los discursos de concesión de premios”.
MG: “En España, los movimientos empiezan a estar liderados por personas migrantes. Siempre hemos estado relegados al papel de víctimas pero ahora esta resistencia está siendo liderada por nosotros”.
El ojo ajeno
“La mayoría no tiene nada contra los negros, solo apatía: no quieren saber qué hay al otro lado de la pared”, decía James Baldwin, con los ojos bien abiertos. No querer saber lo que pasa del otro lado de la pared del CIE o en el campamento de Calais ni en los invernaderos de Almería. Tampoco en pleno centro de París. “Los vecinos prefieren pasar rápido y no mirar”, afirma Meddeb, que añade que su película se distribuyó en Estados Unidos y ha estado en festivales internacionales, pero que en Francia no pasó por la TV ni encontró distribuidor. La basurita, por ahora, sigue estando en el ojo ajeno.
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