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Robe: el artista que acompañó a toda una generación

Los lectores y las lectoras escriben sobre la muerte del fundador de Extremoduro, el empobrecimiento de los cubanos, y la protección de los menores

Este miércoles desperté, como el resto del país, con la triste noticia de la muerte de Robe. Ver tantas muestras de cariño en redes sociales me emocionó. Pero algo que me enterneció especialmente, por la experiencia compartida, es la forma en la que marcó la adolescencia de tantos. En redes, muchos evocaban la imagen de su yo adolescente yendo al instituto escuchando a Extremoduro. Yo fui una de esas jóvenes que, todas las mañanas con mis auriculares puestos, sentía que algo no estaba bien en el mundo, que las dinámicas en las que nos movíamos, en las que todo ocurría a nuestro alrededor, eran frívolas y ajenas a nosotros. Extremoduro estuvo presente en muchas de mis vivencias como adolescente: listas de canciones a quien fue mi primer novio, amigos a los que conocí por llevar una camiseta suya a clase y la más especial de todas: mi primer concierto. En agosto de 2014, con 16 años, mis padres, que no tenían especial interés por el grupo, me animaron a acudir a la parada que su gira hacía en Málaga. Fueron tres horas de las que recuerdo experimentar una emoción hasta entonces desconocida y a mi madre tapándose los oídos del ruido. Robe marcó la adolescencia de tantos de nosotros y, así, quienes somos hoy. Vuela alto.

Alba Ortiz García. Málaga

Ya no queda nada en Cuba

Escuché a unos inmigrantes hablar sobre Cuba. Entre la congoja y el espanto, comentaban que la nada era dueña de las calles. Calles vacías de vida y alegría. Cuba antes era pobre pero alegre. Ya no. Ahora Cuba es solo miseria y desesperanza. Son muchos años de carencias y represión. Los cuerpos sostienen alientos por inercia, pero no alcanza la fuerza para sostener sueños. Son cuerpos saqueados de ilusión. Solo quedan los huesos, un tatuaje de sudor y ropa vieja, el polvo incrustado en la mirada. Y el miedo. Nadie atiende al hambre de Cuba. No es noticia, aunque sean 10 millones de personas pasando hambre y sin esperanza de mejora. Es un hambre olvidada. Únicamente malvive el que tiene familiares en el extranjero que se esfuerzan en ayudar. El resto subvive o novive. Los niños son pirañas que juegan a robar lo que pueden, sin saber que a ellos les robaron el futuro solo por nacer en La Habana. Ha llovido demasiada hambre en Cuba y ya no queda nada. ¿Podemos revertir esta tragedia? Ojalá sí. Y que el son cubano sea alegre de nuevo.

Estefanía Chereguini Cabezas. Madrid

Proteger a los niños

Los niños no denuncian. Ni pueden huir de su agresor. Aún menos si la agresión se produce en su entorno familiar. Por eso, cuando proteger a un niño maltratado depende de las denuncias de una familia que le agrede y de un protocolo de actuación que se queda corto, hace falta más. Necesitamos nuevas leyes y fórmulas que protejan a los más indefensos. Escribo removida por el reciente caso del niño Lucca, de Almería, cuya historia es estremecedora por la crueldad del maltrato, y por una frase que se repite en cada noticia: se sabía. Se sabía por todos, colegio, asuntos sociales, vecinos y convivientes. Y ni aun así, la gente buena fue capaz de proteger y salvar a un pobre niño. Cuando los protocolos fallan hay que cambiarlos. Que su madre haya retirado varias veces las denuncias no es un “no hay denuncia vigente”, es una clara señal de lo que pasa, un comportamiento que siempre se repite en entornos de maltrato. Hay que saber ver las señales. Hay que mirar con los ojos de los seres humanos, no con los ojos de la burocracia.

María Pérez Fernández. Rivas Vaciamadrid (Madrid)

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