Ir al contenido

Sonámbulos y distraídos

La persona cuya atención ha quedado secuestrada por un exceso de estímulos es incapaz de ver con claridad la realidad y toma decisiones equivocadas

Cada vez que uno se preocupa en voz alta por el estado del mundo y, sobre todo, cada vez que uno sugiere que el mundo atraviesa por estos días una crisis que nunca antes había vivido, hay una voz lista para decirnos que nos equivocamos: que el mundo siempre ha estado en crisis, que cada generación siempre ha tenido la impresión inevitable de que el suyo es el peor de los mundos o, por decirlo con el proverbio, de que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Dónde está la razón? ¿...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cada vez que uno se preocupa en voz alta por el estado del mundo y, sobre todo, cada vez que uno sugiere que el mundo atraviesa por estos días una crisis que nunca antes había vivido, hay una voz lista para decirnos que nos equivocamos: que el mundo siempre ha estado en crisis, que cada generación siempre ha tenido la impresión inevitable de que el suyo es el peor de los mundos o, por decirlo con el proverbio, de que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Dónde está la razón? ¿Realmente estamos en un momento que nunca habíamos vivido, y así se explica la desorientación profunda que sentimos, o esta crisis es igual a todas las anteriores, y la impresión de que es distinta o más grave se debe simplemente al hecho de que estamos metidos en ella, de que todavía no la vemos con la perspectiva que da el tiempo?

Somos malos lectores de nuestro momento presente. Quienes vivieron las dos guerras mundiales sabían, cuando terminó la primera, que estaban asistiendo a un momento de crisis: sabían que el mundo no iba a ser igual después. A esa primera guerra, como sin duda saben mis lectores, la llamaron la Gran Guerra, no la Primera, y eso por una razón muy sencilla: no sabían que se les venía encima la segunda. Por estos días un historiador inglés me decía, sin alterarse en lo más mínimo, que muy posiblemente estamos ya en la tercera guerra mundial, pero no lo sabemos todavía; en otras palabras, que muy posiblemente en cincuenta años, cuando escribamos la historia de este momento que estamos viviendo, hablaremos de esta Tercera guerra que comenzó con la agresión rusa a Ucrania. En ese sentido —nuestra incapacidad de siempre para ver el futuro— los seres humanos estamos ciegos; y sin embargo parece evidente que algo estamos detectando, porque ya se ha vuelto casi costumbre comparar nuestro tiempo con los años treinta, cuando caminábamos como sonámbulos hacia la catástrofe sin darnos cuenta de las mil señales que la auguraban.

Pero cuando se dice esto saltan las mismas voces de antes y dicen que no, que eso es una exageración, una paranoia colectiva, que Trump no es Hitler, que Giorgia Meloni no es Benito Mussolini, que Putin no es exactamente Stalin. Y puede ser verdad; pero también es verdad que la historia nunca se repite de la misma forma. Leer correctamente el pasado para entender el presente y anticipar el futuro: no hay nada más difícil. Mis lectores conocen sin duda esa frase que todo político, todo periodista, todo escritor (y hasta algún entrenador de fútbol) ha citado por lo menos una vez en la vida: “Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. En realidad, la frase no es así. Lo que dijo el filósofo Georges Santayana fue: “Quienes no pueden recordar su pasado están condenados a repetirlo”. El matiz es importante, porque no se trata solamente del conocimiento académico de la historia, sino del ejercicio de una de las más bellas facultades humanas: la memoria de lo que fuimos. Recordar el pasado para no repetirlo no es solamente conocer los hechos de la historia, sino comprender (o intentar comprender) cómo los vivieron quienes estaban allí instalados.

Pensando en eso he vuelto a leer por estos días un discurso que el poeta francés Paul Valéry dio en enero de 1935. Fíjense ustedes: en plena crisis europea. Han pasado casi 91 años y el mundo ha cambiado mucho desde entonces (ha cambiado, en parte, como consecuencia de esa crisis europea), pero es un poco aterrador ver cómo sus palabras parecen hablarnos de lo que nos está sucediendo ahora. Cuando escribió ese discurso, Paul Valéry estaba preocupado por el efecto que las transformaciones tecnológicas de las décadas precedentes estaban teniendo en el ser humano. Creía que la electricidad, la invención del dínamo, la radio y los rayos X tenían consecuencias inmensamente beneficiosas, pero que también nos estaban transformando, no siempre para bien, y quería entender cómo estaba ocurriendo ese cambio. Ustedes saben que los escritores tienen muchos defectos, y los poetas, todavía más; pero los mejores a veces tienen una virtud: son termómetros de su tiempo, y andan con las antenas extendidas y captan señales que pasan desapercibidas para otros. Y lo que sentía Valéry —lo que captaban sus antenas extendidas— se resumía en una palabra: desorden.

“Un desorden cuyo término no alcanzamos a imaginar se observa actualmente en todos los terrenos”, dijo Valéry. Esto era lo que veía: el desorden estaba a nuestro alrededor, pero también en nosotros mismos, en nuestra vida cotidiana, en nuestros periódicos, en nuestro trabajo y en nuestros placeres. “La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son condiciones ordinarias de nuestra vida”, dijo. “Se han convertido incluso en verdaderas necesidades para muchos individuos cuyo espíritu no se alimenta más que de variaciones bruscas y excitaciones siempre renovadas”. No sé ustedes, pero si yo tuviera que escoger una palabra, una sola, para resumir mi sensación del estado en que vivimos, acaso escogería ésta que me sopla al oído Valéry: desorden. Un desorden sin final visible, eso es lo que vivimos; estos aparatos que llevamos en los bolsillos son una maravilla en muchos sentidos y nos han facilitado la vida de mil maneras, pero nadie puede negar que han convertido la interrupción y la incoherencia en condiciones ordinarias de nuestra vida, ni que nos han acostumbrado a alimentarnos de variaciones bruscas y excitaciones siempre renovadas.

En otra parte del discurso, Valéry identifica otro de los problemas que agobian al ser humano. “Nos inoculan”, dice, “gustos y deseos que no tienen raíz en nuestra vida”. Luego compara las excitaciones artificiales que se fabrican todos los días con una intoxicación: nuestro sistema se acostumbra a su veneno y comienza a pedir más y más, y cada día “la dosis le parece insuficiente”. Y lo fascinante es que Valéry siente que estos fenómenos forman parte de un verdadero cambio de época. Dice: “Rusia, Alemania, Italia, Estados Unidos son como vastos laboratorios donde se llevan a cabo investigaciones de una amplitud desconocida hasta ahora; donde se intenta fabricar un hombre nuevo, o hacer una economía, unas costumbres, una vida y hasta una religión que sean nuevas”. Valéry no habla de los nuevos autócratas ni de la crisis de las democracias europeas, no menciona a Stalin ni a Hitler ni a Mussolini, pero hay algo que lo inquieta. Notó algo en el aire de su tiempo: sus antenas captaron el caos, el desorden de las inteligencias, cierta transformación negativa de nuestras sensibilidades. Le pareció intuir que la persona distraída, la persona cuya atención ha quedado secuestrada por un exceso de estímulos, es incapaz de atender convenientemente a la realidad que la rodea. Es incapaz de verla con claridad; y como no la ve con claridad, toma decisiones equivocadas.

Un año después del discurso estalló en España la Guerra Civil, que les sirvió de laboratorio bélico a Hitler, a Mussolini y a Stalin, y tres años después estalló la Segunda guerra, que no sólo dejó millones de muertos y un continente en ruinas físicas, sino también una impresión ineluctable de ruina moral; y de eso, me temo, no nos hemos repuesto. Y mi pregunta es: ¿habrá alguna relación entre una sensación de caos, de distracción, de confusión incluso, y una crisis mundial de semejante magnitud? ¿Habrá alguna relación entre una ciudadanía distraída y una catástrofe de las democracias? Por último: ¿serán meramente retóricas mis preguntas?

Sobre la firma

Más información

Archivado En