Esta paz trumpista dinamita el lazo transatlántico
Debemos entender que el lazo entre EE UU y Europa está a punto de romperse. La angustia pasa al bando de los europeos
Después de Gaza, Ucrania. Idéntico modelo. Diplomacia secreta y transaccional, como en los negocios. Una paz impuesta, atendiendo al interlocutor privilegiado, Benjamín Netanyahu en Oriente Próximo y Vladímir Putin en Ucrania. Con Donald Trump al mando, ...
Después de Gaza, Ucrania. Idéntico modelo. Diplomacia secreta y transaccional, como en los negocios. Una paz impuesta, atendiendo al interlocutor privilegiado, Benjamín Netanyahu en Oriente Próximo y Vladímir Putin en Ucrania. Con Donald Trump al mando, a través de otro Consejo de la Paz presidido por él mismo. Y un comité bilateral de seguimiento ruso y estadounidense, a espaldas y a costa de ucranios y europeos, a quienes se les consulta con el plato ya cocinado.
El plan de Ucrania exige, como en Gaza, una buena gratificación económica para la humanista labor pacificadora del trumpismo. En Gaza saldrá de la Riviera de Oriente Próximo, bien viva en los proyectos inmobiliarios y turísticos del yerno de Trump para la parte de la Franja todavía en manos de Israel. En Ucrania, del contrato para la explotación de recursos minerales exigido por Trump a Zelenski, sumado ahora a la participación en la gestión de los fondos rusos congelados para la reconstrucción.
En una y otra paz, se prescinde de los afectados, sus aliados, la legalidad internacional y las resoluciones de Naciones Unidas. Solo reaparecerán para la imprescindible formalidad legal de las firmas, como ha sucedido con la resolución sobre Gaza, aprobada por el Consejo de Seguridad con el consentimiento de Rusia y China.
Trump y Putin no atienden a la ley. La hacen. Quieren cambios en la Constitución ucrania y en las normas de la OTAN para que Ucrania jamás pueda ingresar ni refugiarse bajo su paraguas. Ni tropas ni aviones atlánticos podrán estacionarse en su territorio. Kiev deberá cambiar de Gobierno y convocar elecciones en 100 días, como un país vencido. Es fácil adivinar que son condiciones excelentes para colocar un gobierno títere, como sucedió a partir de 1945 en todos los países ocupados por los ejércitos de Stalin.
Por si acaso, se limita el tamaño de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Se imponen las condiciones de reconstrucción y la explotación de recursos y centrales nucleares con participación de Rusia. El plan incorpora como propias las acusaciones respecto al trato a las minorías, a la religión ortodoxa o a la inventada conexión con el nazismo. Trump y Putin son los únicos soberanos. Sus planes no respetan la soberanía de nadie más, ni de Ucrania, ni la de los socios de la OTAN.
Nada similar se pide a Putin. Al contrario, para él todo son premios: Crimea y el Donbás, el territorio robado y el que está por robar todavía en manos de Ucrania, una amnistía para terminar con las órdenes de detención internacionales, el levantamiento de sanciones y el regreso triunfal al G-8. Putin no puede pedir más, ni Trump llegar más lejos.
Estados Unidos se hace cargo de las garantías demandadas por Ucrania para no sufrir una tercera invasión de Rusia. También se las ofrece a Rusia y se amenaza con castigar a quien invada o ataque al otro. Es un irónico adorno verbal para salvar las apariencias, como si Ucrania haya significado alguna vez un peligro para Rusia. El trumpismo, torrencial en mentiras y exageraciones, no se inhibe en el uso de las palabras para que digan lo contrario de lo que significan. No hay soberanía ucrania en este plan por más que lo proclame su primer punto. Para Putin y Trump tampoco debe haberla europea. La Casa Blanca maquilla así una capitulación sonrojante y una traición indigna de su historia.
Es mucho peor que Gaza. Allí, el alto el fuego, ciertamente frágil y exagerado, precede a la paz, mientras que en Ucrania la aceptación de la paz entera por Zelenski precede al alto el fuego, atendiendo a los intereses y exigencias de Putin. En Gaza ha sido derrotado y excluido el eje autoritario de la resistencia que Irán encabezaba, mientras que los excluidos ahora son la Unión Europea y la OTAN, con todo lo que significan para la democracia y el orden internacional basado en normas. Allí todavía queda alguna esperanza para la idea de los dos Estados, en una difícil resurrección del campo de la paz tanto en Israel como en Palestina. El plan para Ucrania solo ofrece un negro horizonte de autocracia bajo el patrocinio de Estados Unidos.
De las inquietantes intenciones de Trump respecto al Tratado Atlántico hablan con elocuencia las simetrías insultantes que establece entre Rusia y la OTAN. Cuando propone un diálogo entre ambas “con la mediación de Estados Unidos” o “espera que Rusia no invada a países vecinos y la OTAN no siga expandiéndose” es difícil no entender que el lazo transatlántico está a punto de romperse. A la desaparición del Pacto de Varsovia en 1991 le seguirá por este camino la decadencia de la OTAN tras el abandono de Ucrania, apuñalada por la espalda por Trump. Quedará entonces revertida la catástrofe geopolítica que tanto angustiaba a Putin. La angustia pasa ahora al otro bando, el de los europeos.