¿Quién teme al crítico feroz?
Al escuchar a Juan del Val, flamante Planeta, que las críticas son ‘bullying’ me entró la risa. Él no se muerde la lengua criticando al prójimo
Lo primero de todo: ¿cómo están los máquinas? Que no, hombre, que es broma. Dejemos en paz a san David Bisbal hasta que empiece a torturarnos las Navidades con ...
Lo primero de todo: ¿cómo están los máquinas? Que no, hombre, que es broma. Dejemos en paz a san David Bisbal hasta que empiece a torturarnos las Navidades con El burrito sabanero y nos den ganas de cancelarlo hasta la próxima canción del verano. Tampoco es este otro artículo sobre Rosalía, santa de todas las devociones desde que su último milagro, digo disco, Lux, haya sido puesto de obra maestra para arriba y se haya convertido en pecado sacarle un pero. Personalmente, no me decanto. Lo mismo me oigo berrear sola con Bulería que se me caen los lagrimones con Berghain si me las echan por la radio. En el arte no tengo más criterio que el de que me provoque algo, lo que sea, menos tedio. Y para todo hay momentos en el día y en la vida. No. Esto no va de buenos ni malos artistas, sino del falso dilema entre alta y baja cultura y de la falta de cintura de algunos para encajar las críticas.
No tengo el gusto de conocer a Juan del Val, flamante premio Planeta, pero al escucharle decir que las críticas a su libro, Vera, una historia de amor, por muy feroces que sean, son bullying, me dio la risa. Del Val no se muerde precisamente la lengua criticando al prójimo, hasta el punto de que su patrón, Pablo Motos, lo presenta como “el polémico Juan del Val”, como si ese y no otro fuera su oficio. Personalmente, no opino porque aún no he leído el libro. Pero si alguien, a estas alturas, cree que ha sido elegido por su calidad literaria entre 1.200 originales de todo el mundo por un jurado independiente para llevarse un millón de euros como adelanto de ventas, es que vive en otro planeta. Aun así, no descarto leerlo. Ya he dicho que soy omnívora. Entre otras cosas porque mi padre, hijo de analfabetos, se empeñó en que sus hijos leyeran y compraba los Planeta aunque en casa no hubiera para aceite del bueno. Así leí de Ana María Matute a Terenci Moix y aprendí que no hay obra menor, sino buena o mala, independientemente de que venda libros a palés para regalar a la suegra en Reyes. Y también a saber apreciar que una crítica, por inmisericorde que sea, puede estar mejor escrita que la obra a la que critica y ayudar al autor a despachar más ejemplares para comprobar si es tan mala como la pintan. Así que lloros, los justos.