Pegar a periodistas
Sorprende el silencio ante la violencia en fuerzas políticas y otras áreas, que parece obedecer a una combinación de cobardía y sectarismo
A un periodista que estaba haciendo su trabajo en Pamplona unos abertzales le dieron una paliza. Ni el Gobierno ni sus ministros han encontrado tiempo para condenar esa agresión. En esta época unos tuits o un libro pueden...
A un periodista que estaba haciendo su trabajo en Pamplona unos abertzales le dieron una paliza. Ni el Gobierno ni sus ministros han encontrado tiempo para condenar esa agresión. En esta época unos tuits o un libro pueden ser violencia, pero a veces la violencia no es violencia y además quien la recibe la merece. Tampoco han alzado la voz periodistas y ciudadanos que suelen preocuparse por estas cosas. Algún mensaje puntualizaba que la víctima, José Ismael Martínez, de El Español, iba a cubrir una manifestación no autorizada. ¡Acabáramos! ¿A quién se le ocurre? Como si el hecho de que la concentración —un acto del agitador ultra Vito Quiles en la Universidad de Navarra que la institución había cancelado— no estuviera autorizada fuese relevante. Cubrir un acontecimiento no implica que lo apoyes: no señala que lo apoye tu medio, no significa que lo apoyes tú y que lo apoyases no justificaría la violencia. La FAPE y la APM han denunciado la agresión. En Televisión Española ha habido tertulianos que defendían el ataque. Una comentarista (de aquellos que Pablo Iglesias se jactaba de haber colocado en la cadena pública) decía que así es como se le paran los pies al fascismo (luego ha habido muestras de solidaridad con ella tras un aluvión de insultos). En estas páginas, Diego Garrocho se preguntaba qué habría pasado si unos “cachorros de Alvise” hubieran agredido a un periodista. La cosa podría haber generado tanta alarma mediática como los cánticos del colegio Elías Ahuja o la “paliza” a un muñeco que representaba a Pedro Sánchez. En estos años ha circulado el meme de que “está bien pegarle a un nazi”: una de las razones por las que se puede desconfiar de esa afirmación es que, si lo que te gusta es pegar, entonces solo tienes que decir que alguien es un nazi para que el ataque esté justificado. Ahora se diría que, para personas como Ione Belarra o Irene Montero, ni siquiera hace falta llamar al otro fascista: con autodenominarte antifascista, ya le puedes partir la cara a quien quieras, aunque sea uno que pasa por allí o un periodista que está trabajando. Sorprende más el silencio en otras fuerzas políticas y otras áreas, que parece obedecer a una combinación de cobardía y sectarismo. Es paradójico que ese silencio vaya acompañado de lamentos desgarrados por la polarización y el odio que se expande. No siempre está claro si temen lo que denuncian o en el fondo lo desean.