Anunció Donald Trump esta semana que el jefe del FBI y la jefa de Seguridad Nacional de su Gobierno están trabajando para garantizar que lo que ocurrió en las elecciones de 2020 no vuelva a suceder jamás. “Sé que Kash [Patel] está trabajando en eso, todos están trabajando en eso. Y ciertamente Tulsi [Gabbard] también está trabajando en eso”. ...
Anunció Donald Trump esta semana que el jefe del FBI y la jefa de Seguridad Nacional de su Gobierno están trabajando para garantizar que lo que ocurrió en las elecciones de 2020 no vuelva a suceder jamás. “Sé que Kash [Patel] está trabajando en eso, todos están trabajando en eso. Y ciertamente Tulsi [Gabbard] también está trabajando en eso”. Se entiende que John [Ratcliffe], jefe de la CIA, no está trabajando en eso porque sigue ocupado purgando su oficina de gente capaz de demostrar que Rusia intervino en las elecciones presidenciales de EE UU de 2016 para que ganara Trump. La cuestión es: ¿cuál es la estrategia de Trump para no volver a perder las elecciones?
Como han comprobado Washington, Seattle y Chicago, Trump ha descubierto una receta para imponer su voluntad a los responsables de las ciudades que no cooperan con las redadas de su agencia de inmigración: declarar la emergencia nacional. Esta receta no se le ha ocurrido a él. Carl Schmitt, el teórico y jurista alemán que se unió a los nazis cuando Hitler se convirtió en canciller, redactó leyes que garantizaban y justificaban la capacidad del Führer de suspender la ley para proteger al Estado, siempre que fuera un caso de emergencia y como protección de amenazas internas que impidieran el desarrollo apropiado de su deber. Con dos detalles pertinentes: las “amenazas internas” eran cualquier grupo o individuo que desafiara la autoridad central o la cohesión del Estado, y el estado de emergencia lo declara el presidente, “defensor y guardián de la unidad constitucional y de la integridad de la nación”.
Hitler quemó su propio Reichstag para culpar a sus opositores, deshacerse de sus rivales, y suspender la libertad de prensa, expresión y reunión, no porque quisiera ganar las elecciones, sino para salvarlas. Putin lleva dos décadas ganando elecciones a base de carisma, oratoria, amor a la madre Rusia, paseos en oso y también un poco de asesinato, censura, propaganda, reforma legal y manipulación electoral. Aleksandr Lukashenko también. Erdogan ha hecho las reformas constitucionales y ha tomado las medidas adecuadas de supervisión electoral para poder quedarse hasta cuando él quiera. La receta no es secreta. La mayor parte de sus amigos la han probado ya.
De momento, sabemos que Trump ha establecido un marco de amenazas internas que incluye a inmigrantes, antifascistas, gobernadores rebeldes y Zohran Mamdani, el próximo alcalde de Nueva York. Sabemos que se ha deshecho de todo secretario, funcionario y miembro del partido incapaz de invalidar resultados o de “encontrar votos” cuando sea necesario. Sabemos que destruyó la Comisión Presidencial de Integridad Electoral, un consorcio de prestigiosos académicos, expertos en ciberseguridad y funcionarios estatales entrenado para proteger las elecciones de 2020, y que está construyendo una propia.
Pero el gesto más significativo podría ser el cráter que ha dejado en el ala este de la Casa Blanca, una residencia con contrato de cuatro años renovable una sola vez, para levantar un salón de baile dedicado a recepciones palaciegas, gracias a donaciones de las grandes tecnológicas, la industria de las cripto, los dueños del Manchester United y Benjamín León, que viene a España como embajador para corregir nuestro presupuesto de Defensa. Con una fachada neoclásica, obviamente. Pronto Roma habrá olvidado lo que significa la libertad y caerá finalmente bajo una tiranía tan bárbara y arbitraria como las del Este.