Las historias paralelas de Trump y Erdogan
El presidente de EE UU admira al turco y emula su proceso de desmantelamiento de una democracia imperfecta
Durante la apertura anual de la Asamblea General de la ONU, el encuentro más llamativo fue, sin duda, el protagonizado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.
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Durante la apertura anual de la Asamblea General de la ONU, el encuentro más llamativo fue, sin duda, el protagonizado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.
Fiel a su estilo patoso, Trump presentó a su homólogo en la Casa Blanca como “el hombre más valiente que conozco” y, en el Despacho Oval, soltó sin filtro: “Sabe más que nadie sobre elecciones amañadas”. Las palmadas en la espalda continuaron hasta el final de la reunión, acompañadas de promesas de cooperación reforzada.
El destinatario de tantos elogios es, sin embargo, un líder que mantiene a decenas de opositores encarcelados —entre ellos Selahattin Demirtaş, dirigente kurdo, y Ekrem Imamoğlu, alcalde de Estambul—, junto con más de 30 alcaldes del principal partido opositor y miles de disidentes. Es también el artífice de la demolición de la separación de poderes en Turquía. No es de extrañar que Erdogan regrese a Ankara con carta blanca para seguir consolidando su proyecto de un régimen abiertamente autocrático.
Poco antes de viajar a Nueva York, en Turquía se sucedieron episodios que confirman un verdadero Kulturkampf: seis editores de la revista satírica Leman fueron procesados por caricaturas de Mahoma y Moisés, enfrentándose a penas de hasta cuatro años y medio de prisión; las integrantes del grupo pop feminista Manifest fueron acusadas de “exhibicionismo” y vetadas para viajar, lo que obligó a cancelar su gira; cinco miembros de la banda de metal Sarinvomit fueron arrestados por “difamar valores religiosos”; el compositor Mabel Matiz fue demandado por los ministerios del Interior y de la Familia por su canción Wretched, en un caso que podría sentar precedente para prohibir la música de protesta; y la guionista Merve Göntem, autora de la serie Cranberry Sorbet, fue detenida por “denigrar los valores familiares” debido a publicaciones sobre sexo libre y relaciones extramatrimoniales. Fue liberada bajo control judicial.
Todo esto se ha convertido en la normalidad del país. Y cabe preguntarse qué nuevas pesadillas esperan a quienes discrepan del poder.
No sorprende que Trump admire a Erdogan más que a cualquier otro líder. Esa admiración se fundamenta en la “valentía” de su homólogo al desmantelar, sin complejos, una democracia defectuosa pero todavía operativa. Un modelo de autogolpe en toda regla, que resulta tentador copiar. Ambos dirigentes muestran paralelismos notables en su manera de socavar instituciones, manipular elecciones, hostigar a los medios, colonizar la justicia y desafiar las normas internacionales.
Erosión electoral y desconfianza ciudadana
Erdogan anuló las elecciones municipales de Estambul en 2019 tras la victoria del opositor Imamoğlu, sembrando dudas sobre si el partido gobernante aceptaría resultados adversos. En el referéndum de 2017 sobre el sistema presidencial, desestimó las denuncias de fraude con papeletas sin sello con un cínico “ese tren ya se ha ido”. Además, impuso administradores estatales en decenas de municipios opositores y, más recientemente, ha presionado a alcaldes con acusaciones de corrupción para forzar su adhesión al partido gobernante.
Trump aún se niega a reconocer su derrota en 2020, insiste en que fue víctima de fraude y describe la época en la que estuvo fuera de la Casa Blanca como su “exilio”. Promueve la manipulación de distritos electorales en estados republicanos como Texas para garantizar ventajas estructurales en las elecciones de medio mandato. Incluso ha insinuado la posibilidad de prolongar su presidencia alegando un supuesto “estado de guerra” que permitiría posponer comicios.
Control de medios y amedrentamiento
Erdogan consolidó el dominio sobre los medios tradicionales mediante expropiaciones a través del fondo estatal TMSF, cambios forzosos de propiedad y presiones a empresarios para despedir a periodistas críticos. Ha utilizado multas fiscales y la publicidad estatal como instrumentos de castigo. El regulador RTÜK amenaza con suspender a canales opositores como Halk TV, Sözcü y Tele1, mientras que el delito de “insultar al presidente” se ha convertido en un arma contra periodistas y ciudadanos. El resultado es un clima generalizado de miedo.
Trump intensificó sus ataques contra los medios tras el asesinato del activista ultraderechista Charlie Kirk. Presionó a la cadena CBS para cancelar el programa de Stephen Colbert, con Paramount necesitando aprobación gubernamental para una fusión. Celebró esa decisión en redes y señaló a Jimmy Kimmel como el siguiente objetivo. ABC llegó a suspender su programa tras amenazas de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), aunque luego rectificó. Aumentaron también sus ataques a la “prensa progresista”, como The New York Times y CNN, mientras las emisoras de servicio público NPR y PBS sufrieron recortes severos en financiación. Al estilo de Erdogan, apuntó contra la Fundación Soros.
Colonización del poder judicial
Erdogan reformó las estructuras judiciales para centralizar los nombramientos bajo la presidencia, obteniendo control sobre jueces y fiscales. Utiliza traslados estratégicos en juicios sensibles. Colocó a un leal como fiscal jefe en Estambul, responsable de procesos que neutralizan la disidencia, en un escenario reminiscente de regímenes totalitarios. Su bloque gubernamental recurre a cargos de corrupción o terrorismo para acosar a la oposición, en especial al CHP y a los políticos kurdos.
Trump trabaja para llenar el Departamento de Justicia con fieles, presionando públicamente a la fiscal general Pam Bondi para que acelere investigaciones contra adversarios. Concibe los nombramientos judiciales como un instrumento de lealtad política más que de independencia. El efecto ya se percibe: proliferan las demandas contra funcionarios y fiscales por “mala conducta”, mientras las dimisiones por presión se vuelven epidémicas.
Desafío a las normas internacionales
Erdogan retiró a Turquía del Convenio de Estambul contra la violencia de género, alegando que dañaba los “valores familiares”. En paralelo, artistas, guionistas, cantantes y grupos de rock sufren acoso creciente, mientras municipios conservadores bloquean conciertos. Se filtra, además, un proyecto de ley para restringir el aborto.
Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático, debilitando la cooperación global, y suspendió la financiación a la OMS, a la que tildó de “títere de China”.
Aunque discrepan en cuestiones puntuales como Gaza, la convergencia entre Trump y Erdogan es hoy más clara que nunca. Ambos se presentan como outsiders antiélites que manipulan las instituciones en beneficio propio. Muestran desprecio por las elecciones y los contrapesos del poder ejecutivo. Han restringido la independencia mediática, reconfigurado la justicia y avivado guerras culturales para sostener su hegemonía. Y retratan a las instituciones multilaterales como amenazas a la soberanía, instrumentalizando el nacionalismo para reforzar su legitimidad interna.
La diferencia está en el contexto: Estados Unidos aún conserva contrapesos institucionales más sólidos, mientras que la semidemocracia turca ha sido vaciada de manera más sistemática. Pero los paralelismos sugieren que incluso las democracias maduras son vulnerables cuando líderes populistas se niegan a aceptar límites. Todo dependerá de cuán firmes se mantengan las alianzas globales frente a esta deriva autoritaria.