La ONU se desangra
Las múltiples crisis que tiene que abordar la reunión de esta semana ponen en evidencia las carencias de la institución
La Asamblea General de las Naciones Unidas tiene previsto celebrar esta semana su gran cita anual con el debate del octogésimo periodo de sesiones, una convocatoria que se produce en medio de inquietantes síntomas de deriva del mundo hacia una cada vez más desacomplejada e impune ley de la selva. Ante esta degeneración, el principal foro de la sociedad de las naciones, de la aspiración al multilateralismo y a relaciones internacionales basadas en reglas e instituciones, se muestra ineficaz y cada vez más debilitado.
Múltiples crisis se sobrepondrán en el debate en Nueva York. En primer lugar, la salvaje actuación de Israel en Gaza. Este mismo lunes, está prevista una reunión previa al debate general que discutirá una iniciativa franco-saudí para tratar de reactivar la perspectiva de la solución de los dos Estados. La iniciativa es encomiable, pero desgraciadamente su potencial de impacto real es próximo a cero, por los motivos de siempre: la sinrazón de un sionismo israelí obcecado en su afán de colonización y limpieza étnica y el terco, inmoral respaldo de EE UU a ese emprendimiento. El nivel de degradación del respeto a la ONU es tal que la Casa Blanca ha negado el visado al presidente palestino, Mahmud Abbas. Tendrá que intervenir por videoconferencia.
Otros asuntos aflorarán en el debate: desde la invasión rusa de Ucrania —el Consejo de Seguridad tiene previsto abordar el asunto este lunes— hasta las tensiones alrededor del programa nuclear iraní; desde el conflicto de Sudán hasta los golpes extrajudiciales de EE UU contra supuestas narcolanchas en el Caribe. En todos ellos quedará patente la melancólica impotencia de las Naciones Unidas, paralizadas en su capacidad de gestión de esas crisis por el sistema de vetos en el Consejo de Seguridad, asunto siempre problemático y más en momentos como este en los cuales la agitación del orden mundial desata la voluntad de muchos de satisfacer sus intereses de cualquier manera.
Pero los problemas de la ONU no se ciñen a la alta esfera de la gestión de las crisis geopolíticas. La galaxia de estructuras y agencias de las Naciones Unidas se ve ahora afectada por el corte de fondos por parte de EE UU. El impacto será durísimo e injusto. Pese a las incuestionables ineficiencias y errores, el sistema ONU es un activo que ha contribuido a atenuar el sufrimiento de los más desfavorecidos en el mundo.
No caben miradas nostálgicas hacia el pasado, que se muestra repleto de abusos y errores. Pero ello no impide constatar que el tiempo presente acarrea amenazas y riesgos especialmente graves. El entramado de la ONU —junto con otras instituciones internacionales— es, pese a todas sus deficiencias, una condición necesaria para evitar la recaída absoluta del mundo en la ley del más fuerte. Quienes así lo creen —y entre ellos deberían destacar los países europeos y las democracias latinoamericanas— tienen que dar un paso al frente para resistir contra los intentos de demolición, para defender la capacidad operativa y la credibilidad de estas instituciones. Ello implica acciones en distintos planos, tanto reformas que garanticen la adecuación de las mismas a una nueva realidad como una financiación adecuada. No será posible reformar el Consejo de Seguridad sobre la base de un voluntarismo que no cuenta con el respaldo de las grandes potencias, pero sí es posible tejer redes de resistencia, defender canales de cooperación, construir coaliciones de voluntarios que colaboren para atenuar los golpes y cultivar la esperanza de progreso que reside en un orden multilateral regido por reglas.