Contener a Rusia y contenernos nosotros
Sin minusvalorar la gravedad de la situación geopolítica, una cosa es la retórica expansionista del régimen de Putin y otra lo que puede realmente hacer
Resulta más difícil controlar a los gobiernos en asuntos internacionales que en asuntos nacionales. En los asuntos nacionales, la ciudadanía está mejor informada y los hechos no son especialmente difíciles de entender. Cualquiera puede estar al tanto de cómo marcha la economía, la vivienda o el transporte.
Los conflictos internacionales son más complejos; los gobiernos saben más que los ciudadanos. De ahí que tengan más oportunidades de arrastrar en la dirección que ellos quieran a la opinión pública. En momentos de crisis y cambio como los que estamos viviendo, con gran incertidumbre a...
Resulta más difícil controlar a los gobiernos en asuntos internacionales que en asuntos nacionales. En los asuntos nacionales, la ciudadanía está mejor informada y los hechos no son especialmente difíciles de entender. Cualquiera puede estar al tanto de cómo marcha la economía, la vivienda o el transporte.
Los conflictos internacionales son más complejos; los gobiernos saben más que los ciudadanos. De ahí que tengan más oportunidades de arrastrar en la dirección que ellos quieran a la opinión pública. En momentos de crisis y cambio como los que estamos viviendo, con gran incertidumbre ante el futuro, la ventaja de información y análisis de los gobiernos se hace notar mucho. Nos llegan mensajes alarmantes sobre todo tipo de amenazas y riesgos, algunos procedentes de Rusia, otros de Estados Unidos. El desdén de Estados Unidos hacia la UE (y, en buena medida, también hacia la OTAN) nos sitúa a los europeos en una posición inédita. A su vez, el brusco viraje de Estados Unidos con respecto al conflicto de Ucrania ha descolocado a Europa.
No es mi intención en absoluto minusvalorar la gravedad de la situación en la que nos encontramos. Claramente, todo se ha complicado. No obstante, me gustaría atemperar algunas de las cosas que se dicen. En el lenguaje militarista que se ha apoderado de tantos dirigentes y analistas, se presenta a Vladímir Putin como una especie de nuevo Adolf Hitler y a aquellos que no siguen las consignas sobre la seguridad europea como unos “apaciguadores” tan irresponsables como lo fue Neville Chamberlain en su día. Por supuesto, quienes defienden estos planteamientos se encuentran muy cómodos pensando que encarnan el espíritu del mismísimo Winston Churchill.
En mi opinión, estos juegos retóricos tienen un recorrido más bien corto. Y a veces originan consecuencias desastrosas (recuérdese adónde nos llevó la “guerra contra el terrorismo”, los fracasos en Irak y Afganistán; también entonces se calificaba de “apaciguadores” a quienes no comulgaban con la forma de afrontar las alarmas del momento). Tratemos de plantear las cosas con algo más de perspectiva. ¿Realmente tiene Rusia un programa expansionista, similar de algún modo al de la Alemania nazi? Incluso si la respuesta a esta pregunta es positiva, ¿puede Rusia llevar a cabo ese programa?
El hecho de que Rusia haya invadido Ucrania no implica que Putin tenga la ambición de conquistar Europa. ¿Qué interés podría tener Rusia en invadir, digamos, Finlandia o Polonia? ¿Con qué propósito exactamente lo haría? Es evidente que los costes de gobernar a los finlandeses o a los polacos sería enorme. Habría una fuerte resistencia cotidiana a todos los niveles, sería difícil que esos pueblos se dejaran sojuzgar por una Rusia imperial. Ese tipo de anexiones pudieron resultar útiles en otros momentos de la historia, pero ahora no está claro qué propósito tendrían.
Que Putin sea un nacionalista empeñado en conseguir una zona de influencia no significa que sea un expansionista sin límites. Precisamente porque es un nacionalista irredento, ha invadido Ucrania, un país de una extensión enorme que fue parte de Rusia (o la URSS) durante siglos y que tiene un valor elevado para los rusos en términos políticos y de seguridad. Pero todo esto no quiere decir que, si obtiene un acuerdo favorable en la guerra en Ucrania, quiera continuar ganando territorio hacia el Oeste. No tenemos ningún motivo para pensar algo así simplemente porque no tiene lógica (de hecho, hay estudios que muestran que cuanto más distintas son dos sociedades, menor es el riesgo de que entren en guerra porque el valor de la conquista se reduce).
Otra cosa bien distinta es que Rusia, una antigua superpotencia que conserva un arsenal nuclear enorme, quiera tener un área de influencia para garantizar su seguridad. Los países occidentales han ignorado esas pretensiones y han provocado a Rusia mediante una expansión de la OTAN que ha llegado hasta sus fronteras (de esto hablé en un artículo anterior). Aunque la responsabilidad política y moral de la guerra recaiga sobre Putin, puede al mismo tiempo defenderse la tesis de que los países de la OTAN han actuado temerariamente, despreciando la realpolitik.
Es verdad que Rusia podría intervenir en los países bálticos, dos de los cuales, Estonia y Letonia, tienen minorías rusas significativas. Sin embargo, la presencia de estos países en la OTAN es un hecho consumado, de modo que un ataque a alguno de los bálticos activaría de inmediato la defensa de los demás miembros de la OTAN. En cualquier caso, lo que quiero subrayar ahora es que las tensiones con Ucrania y los países bálticos tienen mucho que ver con la forma en que se descompuso la URSS y la presencia de importantes minorías rusas en repúblicas exsoviéticas.
La idea de que Putin quiera seguir conquistando países europeos es todavía menos verosímil si tenemos en cuenta el poder económico y militar de Rusia. El PIB ruso se estima en dos billones de dólares, frente a casi 19 billones del PIB de la UE (el PIB español es de 1,6 billones). La población rusa es de 143 millones de habitantes, frente a casi 450 en la UE.
Asimismo, es necesario recordar que Rusia fracasó en su intento inicial de vencer rápidamente al ejército ucranio e instalar un Gobierno títere en Kiev. Durante tres años ha conseguido, con muchísimo esfuerzo, conquistar cerca de un 20% del territorio de Ucrania, justamente aquel en el que hay una mayor presencia de población rusa o rusófila, pero no parece que pueda ir mucho más allá. Es una derrota dolorosa para Ucrania que la zona oriental haya caído en manos rusas, pero también indica que Rusia no ha conseguido llegar a Kiev. A la vista de estos resultados, ¿es realista pensar que va a intentar conquistar países europeos? ¿Tenemos que prepararnos para esa eventualidad?
No estoy proponiendo que nos quedemos de brazos cruzados ante la agresión de Rusia en Ucrania. Ahora bien, primero hay que admitir que el problema de Ucrania no se entiende solamente por la “locura expansionista” de Putin. La OTAN ha cometido serios errores de cálculo en su política hacia Rusia. Quizá la UE debería volver a la vieja política de la “contención”, la que diseñó George Kennan en Estados Unidos en los años cuarenta del siglo XX, basada en un reconocimiento del poder relativo de las partes y de sus prioridades en cuanto a seguridad. Kennan buscó una vía intermedia para Estados Unidos entre la política de apaciguamiento y el intento de ser la única superpotencia mundial, reconociendo la existencia de un poder rival formidable encarnado por la URSS.
La contención requiere llegar a un acuerdo para acabar con la actual guerra y establecer una política de disuasión realista que evite futuros conflictos. En lugar de armarse hasta los dientes y adoptar una retórica belicista, sería más provechoso establecer un entendimiento duradero entre las partes. Tras el colapso de la URSS, los países occidentales pensaron que ya no tenían rivales y podían imponer sus reglas en el mundo sin resistencia de ningún tipo, cambiando regímenes políticos (por la fuerza si era necesario) y redefiniendo las reglas del juego de la seguridad. Ahora estamos despertando de esa ensoñación de la peor manera posible, con Trump en la Casa Blanca. Es momento de reconciliarse con la realidad, abandonar las exageraciones retóricas y establecer una política inteligente de contención.