Portugal, un primer ministro bajo sospecha
Luís Montenegro pierde la moción de confianza en medio de un escándalo sobre sus negocios familiares
Portugal se encamina hacia nuevas elecciones justo cuando acaba de cumplirse un año desde los últimos comicios, que inauguraron un nuevo ciclo político con la llegada al Gobierno de una coalición conservadora liderada por Luís Montenegro. Su vida ha sido corta y apenas ha cumplido 11 meses. La Asamblea de la República provocó su caída este martes al votar contra la moción de confianza que había planteado el propio primer ministro como exigencia para seguir adelante. Era una derrota anunciada, pues casi todos los partidos de la oposición habían advertido de que Montenegro no tenía condiciones éticas para continuar y que le reprobarían.
Si la caída del Gobierno era previsible, la crisis que la provocó ha sido una sorpresa y nada ha tenido que ver con la gestión del Ejecutivo. La causa ha sido la incapacidad del primer ministro para desvincularse por completo de su anterior actividad empresarial, agravada por su errática actitud ante el escándalo cuando salió a la luz. En un intervalo fuera de la política, Montenegro, abogado de formación, creó en 2021 una compañía familiar, Spinumviva, que centró sus negocios en la prestación de servicios relacionados con la protección de datos. Varias empresas se convirtieron en clientes fijos que abonaban cuotas mensuales a la firma. Cuando Montenegro regresó a la política activa en 2022, traspasó la gerencia y sus acciones a su esposa, con la que está casado en régimen de gananciales, lo que le convierte en la práctica en beneficiario de todos los ingresos que reciba su cónyuge.
Tras llegar a primer ministro, la empresa familiar siguió recibiendo las mismas contribuciones de empresas, incluido un grupo que gestiona casinos, cuya concesión depende de decisiones del Gobierno. Aunque Luís Montenegro aseguró que nunca participaría en decisiones del Ejecutivo que afectasen a esas empresas, sus explicaciones sobre el caso se han dado con cuentagotas, forzado por las informaciones de la prensa y por las exigencias de la oposición. La turbiedad del asunto iba aumentando y el Partido Socialista reclamó una comisión de investigación parlamentaria.
En apenas 20 días afrontó dos mociones de censura, que logró superar gracias a los socialistas, que votaron tanto contra la iniciativa del ultraderechista Chega como la del Partido Comunista Portugués, pero Montenegro se encaminó al cadalso político cuando anunció que presentaría una moción de confianza. Un pulso al Parlamento, ya que tanto los socialistas como la mayoría de la oposición habían avisado que votarían en contra, lo que significaría la caída del Ejecutivo dada la fragilidad parlamentaria de la coalición gubernamental, que solo cuenta con 80 diputados en un hemiciclo de 230 escaños.
El debate de la moción de confianza mostró un espectáculo feo, con intentos in extremis de evitar la votación a cambio de condicionar la duración de la comisión sobre los negocios familiares de Montenegro, que acusa a sus rivales de deteriorar las instituciones prolongando la crisis. Lo ocurrido da pie a que cada partido alimente ahora su relato con vistas a las previsibles elecciones para sacudirse la responsabilidad. Pero el origen de todo está claro. Un primer ministro que no supo o no quiso cortar todas las amarras con sus intereses profesionales cuando asumió el cargo en 2024, sembrando así sospechas sobre su figura. Además, la Fiscalía anunció ayer que estudia tres denuncias contra Montenegro relacionadas con el caso. Junto a una buena gobernación, a una autoridad del Estado se le exige una ética institucional libre de sombras. Y aunque nadie deseaba otras elecciones, es mejor regresar a las urnas que mantener a un primer ministro bajo sospecha.