Cinco años del estallido de la covid-19
Es necesario reflexionar sobre las secuelas que aún persisten de aquella catástrofe y sobre lo que se ha hecho para que no se repita
Impresiona repasar cinco años después las primeras noticias sobre diagnósticos y fallecimientos por una misteriosa enfermedad respiratoria que se llamó covid-19. Lo que empezó con apariencia de una gripe fuerte acabó siendo una de las tragedias colectivas más traumáticas que haya vivido España desde la Guerra Civil. Impresiona también tomar conciencia de la rapidez con la que hemos pasado página de un acontecimiento que paralizó la economía y ha causado más de siete millones de muertes en el mundo, 120.000 en España, según los registros oficiales. La OMS estima que la cifra real global supera los 15 millones. Cinco años después parece un hecho remoto, a pesar de que solo ahora las estadísticas sobre muchos indicadores económicos y parámetros sociales recuperan los niveles previos a la covid.
Es importante ver que todavía hay secuelas de la crisis por atender. La primera es la covid persistente, un cuadro complejo que no recibe la atención adecuada. Un estudio internacional estimó unos dos millones de casos en España. Los afectados se sienten abandonados. El otro gran agujero negro son las residencias de ancianos. Pese a la regulación, los recursos de que disponen no permiten garantizar que podrán afrontar mejor una nueva crisis, como ha denunciado la patronal de residencias de Cataluña.
Respecto a las lecciones sobre lo que se hizo y lo que no se hizo, hoy sabemos que se podía actuar con más velocidad. La primera víctima tenía 69 años y murió por neumonía en un hospital de Valencia el 13 de febrero. El equipo médico se sorprendió de la virulencia de la enfermedad y guardó muestras. Se confirmó que era covid tres semanas después, el 3 de marzo. Para entonces, el virus circulaba profusamente sin dar la cara. Según reveló un estudio genético posterior, entró a través de más de 500 casos importados que iniciaron múltiples cadenas de contagio.
Los responsables de Salud Pública confiaban en cortar los contagios a partir de los primeros diagnósticos. Lo que no sabían entonces es que el virus SARS-CoV-2 contagiaba de manera silenciosa durante 10 días antes de revelar síntomas. De ahí que la pandemia tuviera un carácter tan explosivo. El estado de alarma se decretó el 14 de marzo. A pesar de las medidas extraordinarias de aislamiento social, que provocaron un verdadero trauma colectivo, el número de fallecidos diarios fue subiendo dramáticamente hasta alcanzar el pico de 950 el día 2 de abril.
Esta experiencia muestra la importancia de tener bien engrasados mecanismos de respuesta rápida para evitar que el sistema sanitario se sature y garantizar material sanitario suficiente. Aunque se han establecido reservas estratégicas, seguimos teniendo una gran vulnerabilidad. No hay un sistema que garantice el abastecimiento de medicamentos críticos como los antibióticos. La UE prepara una ley de medicinas críticas que debe reducir nuestra dependencia del exterior. Llegará con mucho retraso.
También quedó demostrada la importancia de tener una autoridad como la OMS que permita compartir conocimiento fiable y coordinar la respuesta internacional, especialmente con respecto a los países más vulnerables y con menos recursos, los virus no conocen fronteras. En este aspecto estamos mucho peor. La desinformación y el negacionismo tienen ahora instrumentos más poderosos de difusión. La referencia mundial, EE UU, ha abandonado la OMS y ha entregado su Departamento de Salud a un antivacunas. En este contexto, el aniversario de la catástrofe sanitaria debe servir para recordar que Europa sigue siendo un refugio de racionalidad, eficacia en la respuesta y solidaridad. Siendo conscientes de todo lo que hay que mejorar, debemos hacer todo lo posible por preservarlo.