Un Oscar para Trump

No siempre las galas han de convertirse en plataforma reivindicativa, pero en esta ocasión se esperaba alguna señal de aquellos que tienen en sus manos un altavoz inconmensurable

Basel Adra (izquierda) y Yuval Abraham, durante su discurso de agradecimiento tras ganar el Oscar al mejor largometraje documental por 'No Other Land', el pasado 2 de marzo.ALLISON DINNER (EFE)

¿Quién dijo que la ceremonia de los Oscar no estuvo tan politizada como aquellas ediciones en las que los premiados blandían su premio como una espada? Si ha habido una gala donde la política se respiraba fue sin duda esta. Hay ocasiones en las que el silencio es más elocuente que las palabras y ocurrió que los artistas aceptaron callar el nombre de quien está poniendo en peli...

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¿Quién dijo que la ceremonia de los Oscar no estuvo tan politizada como aquellas ediciones en las que los premiados blandían su premio como una espada? Si ha habido una gala donde la política se respiraba fue sin duda esta. Hay ocasiones en las que el silencio es más elocuente que las palabras y ocurrió que los artistas aceptaron callar el nombre de quien está poniendo en peligro todas esas causas que reunidas configuran la defensa de unos derechos en franco retroceso. Esa omisión consiguió que el influjo amenazante de Donald Trump no dejara de sentirse. Atrás queda aquel Marlon Brando que escenificó con la presencia de la indígena Littlefeather la defensa de los indios americanos; atrás, mujeres imbatibles, como Jane Fonda (sigue hoy sin callarse), arrestada cuatro veces en su vida, la más sonada, contra la guerra del Vietnam. Adónde queda un discurso como el de Michael Moore señalando al presidente Bush por la invasión de Irak; adónde la furia de Meryl Streep en los Globos de Oro de 2017 contra Trump por burlarse de los débiles. Hoy el miedo es tan paralizante como cuando los artistas temían ser incluidos en la lista del senador McCarthy. Orson Welles expresó entonces su diagnóstico: los progresistas no quisieron perder sus piscinas.

El propio presentador, Conan O´Brien, navegó sobre ese tipo de humor consistente en pullas contra los artistas que ya resulta cargante. Era extraño y desesperanzador. Si viéramos esta ceremonia dentro de diez años no hallaríamos rastro de este mundo a la deriva. No siempre las galas han de convertirse en plataforma reivindicativa, pero en esta ocasión se esperaba alguna señal de aquellos que tienen en sus manos un altavoz inconmensurable. Fue justo y emotivo el recuerdo a las víctimas de los incendios, que, por cierto, no son un castigo divino sino una consecuencia de ese terreno en falso sobre el que se construyó Hollywood, pero alguna vez alguien podría recordar a esos cientos de miles de personas que a dos pasos del teatro Dolby ya vivían a la intemperie antes del desastre. Fue la gran fiesta de la omisión: ¿no había manera de que Adrien Brody conectara la historia del arquitecto judío huido del nazismo con la masacre palestina? Por fortuna, los directores palestino-israelíes de No other land supieron aprovechar su momento para expresar un desesperado deseo de convivencia. Fueron aplaudidos, pero no secundados con palabras que hicieran referencia a nuestro presente. Todos los discursos se refugiaban en el argumento concreto de las películas, sin referencias a la preocupante deriva mundial: desde un director, Sean Baker, resucitador del cine independiente, manifestando empatía por las prostitutas, hasta Zoe Saldaña, celebrando ser la primera dominicana premiada. Cada uno de ellos podría haber hecho de sus palabras un canto general que incluyese a quienes hoy son las primeras víctimas del nuevo régimen: inmigrantes, mujeres, homosexuales, personas transgénero, funcionarios, informadores, científicos, cualquier profesional que se manifieste contra el primer rey americano. Decía el gran showman Stephen Colbert que muchos espectadores no estadounidenses le escribían manifestando su solidaridad. Por desgracia, las consecuencias de la victoria trumpista nos afectan también a quienes no tuvimos derecho a voto. Pero, a quién votar: ¿dónde están los celebrados Obama, los influyentes Clinton, la burbujeante Kamala Harris? Aparecen solo si los votos les sonríen. Han delegado en la sociedad civil la ardua tarea de la rebelión. Ya lo predijo Ursula K. Le Guin en un 2014 que parece ser hoy mismo: “Todo poder humano puede ser resistido. Vienen tiempos difíciles y necesitaremos la voz de escritores que puedan vislumbrar alternativas a la forma en la que vivimos ahora, que sepan ver en una sociedad asolada por el miedo y sus tecnologías obsesivas otras formas de convivir e incluso encontrar motivos para la esperanza”.

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