¿Qué les pasa, muchachos?

Mientras no desaparezcan las razones de la rabia juvenil, los ‘criptobros’ y los predicadores que dicen lo que el poder no quiere que sepas seguirán reinando

Un adolescente ejercita sus músculos en el gimnasio.Fabio Camandona (Getty Images)

Cuando descubrí que muchos chavales habían cambiado los bares por los gimnasios supe que íbamos al desastre. Depilados, tatuados y con los músculos resaltados a cincel, la nueva masculinidad de podcasteros y criptobros se parece cada vez más a una secuencia descartada de El triunfo de la voluntad que ...

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Cuando descubrí que muchos chavales habían cambiado los bares por los gimnasios supe que íbamos al desastre. Depilados, tatuados y con los músculos resaltados a cincel, la nueva masculinidad de podcasteros y criptobros se parece cada vez más a una secuencia descartada de El triunfo de la voluntad que Leni Riefenstahl hubiese filmado con un móvil. No diré que cualquier tiempo pasado fue mejor, pues mi generación fue tan descerebrada como todas, pero a quienes crecimos con la moda grunge de las camisas anchas de franela que igualaban al gordo y al flaco en la misma indiferencia desastrada nos llama mucho la atención este culto al cuerpo.

Si mezclamos en una coctelera (para mi generación, coctelera; para los jóvenes, la metáfora tendría que ser una batidora con ingredientes detox) la devoción por la salud con el cabreo sostenido de los podcasteros que cuentan lo que no contamos los medios (o eso dicen, mientras comentan las noticias que en los medios se han publicado) y una situación objetiva de marasmo económico y social que les niega una casa y una carrera profesional, tenemos la explicación a las encuestas que repiten que un porcentaje cada vez mayor de hombres jóvenes se identifica con el autoritarismo y desprecia la democracia como una blandenguería de viejos y nenazas.

La buena noticia es que la juventud se cura, como la varicela, y los fuegos purificadores de los veinte se convierten en la brasa de una barbacoa a los cuarenta. La mala noticia es que los Estados europeos son incapaces de romper el bucle de precariedad y vivienda cara que eterniza la adolescencia de tantos. Mientras no desaparezcan las razones de la rabia juvenil, los criptobros y los predicadores que dicen lo que el poder no quiere que sepas seguirán reinando. No caben sermones contra ellos, no hay nada que razonar. ¿Acaso nosotros escuchábamos las palizas de nuestros mayores cuando decían que fueron cocineros antes que frailes? Luchar por la democracia y frenar la expansión del trumpismo en todas sus mutaciones europeas pasa por un New Deal en el que los conceptos hipoteca y sueldo digno dejen de ser animales mitológicos para la parte más dinámica de la población.

Los Estados-nación ya han fracasado en esto, pero una Europa en verdad unida puede lograrlo. ¿No es esta una razón más, aparte del miedo a Putin, para resucitar un europeísmo de base que rompa del todo las fronteras del continente? ¿O vamos a esperar a que una bisnieta de Leni Riefenstahl coloque la cámara en un gimnasio low cost y nos enseñe cómo triunfa otra vez la voluntad de los fuertes?

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