Luis Medina, pijo útil
Da entre gloria, rabia y pena verlo en el banquillo con esa cara de qué aburrimiento, qué feos todos, qué he hecho yo para merecer esto
Hasta hace no tanto, los hermanos Rafael y Luis Medina reinaban en la revista ¡Hola! como los varones más apuestos y elegantes de España. A pesar de que Rafael, el mayor, fue desde niño más alto, más guapo y, digamos, más vivo que el pequeño, siempre me llamó más la atención Luis, metáfora andante del segundón a la sombra del primogénito. Vivieron ambos la misma infancia y adolescencia de horror y lujo. Apenas habían cumplido los 20 cua...
Hasta hace no tanto, los hermanos Rafael y Luis Medina reinaban en la revista ¡Hola! como los varones más apuestos y elegantes de España. A pesar de que Rafael, el mayor, fue desde niño más alto, más guapo y, digamos, más vivo que el pequeño, siempre me llamó más la atención Luis, metáfora andante del segundón a la sombra del primogénito. Vivieron ambos la misma infancia y adolescencia de horror y lujo. Apenas habían cumplido los 20 cuando su padre, duque de Feria y grandísimo de España, se ahogó en drogas y alcohol en la Casa de Pilatos, el palacio familiar de Sevilla, después de pasar nueve años en prisión por corrupción de menores. Para entonces, hacía lustros que la madre de las criaturas, la modelo Naty Abascal, uno de esos mujerones capaces de tirar de cualquier carro sin caérsele ni quitarse los anillos, había blindado a sus niños metiéndolos en colegios caros en invierno y en yates y casoplones de amigos en verano. Pero mientras Rafael se casó y tuvo hijos y trabajos de rico de toda la vida, Luis aún vagaba de cóctel en cóctel, de novia en novia y de start-up en start-up pasados los 40 sin acabar de hallar su camino. Hasta que reapareció por donde menos se le esperaba.
Resulta que Luisito, en lo peor de la pandemia, se asoció con un vivales llamado Alberto Luceño, tiró de agenda, llamó a un primo del alcalde Almeida y logró colocarle al Ayuntamiento de Madrid mascarillas chinas a precio de uranio enriquecido para enriquecerse él mismo quedándose con comisiones estratosféricas. Lo han trincado y ha acabado en el banquillo. Mira, daba entre gloria, rabia y pena verlo de punta en paño con la blazer reventona, el suéter de cachemir, la corbata de nudo gordo de pijo sevillano y esa carita de qué aburrimiento, qué feos todos, qué he hecho yo para merecer esto. Porque apuesto a que él mismo no cree haber hecho nada. Por algo se autodefine como “facilitador”, el pijo útil de Luceño que, encima, le tangó en la cara, porque de los seis millones del pelotazo al final Medina se quedó solo con un triste kilo que, por cierto, invirtió en un barco, al que llamó Feria, embargado ahora por la justicia en un poético giro de los acontecimientos. Nueve años le piden por estafa al apuesto marqués de Villalba, título que, por cierto, le cedió su hermano Rafa, para que, al menos, tuviera un blasón que imprimir en las tarjetas y bordar en las camisas. Ay, Luis Medina, segundón de la cuna al banquillo, tu gesta bien vale una copla triste. Me debato entre la indignación ciudadana, el rencor de clase y la ternura de comadre ante la mala fortuna del pobre niño pijo. Maldito buenismo.