El desplome de Francia y de Alemania

Conviene no banalizar el doble vacío de gobernanza. Es perverso, porque ambas crisis son duras, e inversas

El canciller alemán, Olaf Scholz, (a la derecha) recibe al presidente francés, Emmanuel Macron, el pasado 2 de octubre en Berlín.HANNIBAL HANSCHKE (EFE)

Nunca Francia y Alemania habían exhibido tan hondos vacíos de gobernanza. Nunca se desplomaron tan al unísono. Ocurre ahora, cuando se aprietan las encrucijadas de la Unión Europea en Ucrania, ante Donald Trump-2, y frente a las amenazas al orden multilateral liberal, su espacio.

Conviene no banalizar ese doble desplome. Es perverso, porque ambas crisis son duras. E inversas. La de Francia es político-institucional: un presidente, Emmanuel Macron, que con habilidad desanudó la dialéc...

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Nunca Francia y Alemania habían exhibido tan hondos vacíos de gobernanza. Nunca se desplomaron tan al unísono. Ocurre ahora, cuando se aprietan las encrucijadas de la Unión Europea en Ucrania, ante Donald Trump-2, y frente a las amenazas al orden multilateral liberal, su espacio.

Conviene no banalizar ese doble desplome. Es perverso, porque ambas crisis son duras. E inversas. La de Francia es político-institucional: un presidente, Emmanuel Macron, que con habilidad desanudó la dialéctica derecha-izquierdas a favor de un centro, ya esfumado como fuerza dominante mediante un programa reformista sostenible.

Proponía preservar el denso Estado del bienestar, afeitando excesos. El secreto, modificar las pensiones evitando su quiebra. El aplazamiento de la jubilación, de 62 a 64 años (1/9/2023), mucho después de la reforma de Zapatero (2010), y sin consenso social, sintetiza el fracaso de su misión: modernizar la V República. Y luego, lo de luego: como el pacto in extremis del cordón republicano en las legislativas, gracias a las izquierdas, que retribuyó dando el Gobierno al derechista Michel Barnier, tutelado por los ultras.

Los errores de Macron son de Macron. Pero los comparten la siniestra táctica lepenista, tipo Feijóo/Vox, de supeditar la nación a su prisa por echar al presidente. Y la inanidad de la extrema izquierda en pactar (con cesiones mutuas) con el (reputado como) diablo. Así, la primera potencia política de la UE (plaza en el Consejo de Seguridad, potencia nuclear) y bróker de consensos comunitarios ha colapsado (al menos hasta que revisite un pacto de centroizquierda) en ese rol. Paradoja: la potencia política deja de serlo por razones político-institucionales, la inhabilidad de tejer alianzas que fragüen reformas en un Estado excesivo, omnipotente, anticuado.

Inversamente, la potencia económica continental, Alemania, se retuerce por la incapacidad de superar la crisis de su modelo de crecimiento… económico: el de gran exportadora, implícitamente subvencionada tanto por la barata energía rusa como por el paraguas defensivo norteamericano. La receta universal según la que debe finiquitar el retraimiento de su inversión pública topó con el reaccionario ideologismo neo-ordoliberal de Christian Lindner. Abocó a su país a la recesión, en 2023 y 2024. También hay salida: la eventual recuperación (parcial) de un líder serio, pero gasoil, el socialdemócrata Olaf Scholz, que pudiera reeditar la gran coalición, a dos. O a tres, con Los Verdes.

Uno estira más el brazo del gasto que la manga del ingreso. El otro no sabe invertir lo que recauda.

El doble desplome paraliza a la locomotora francoalemana en Europa. Pero sigue siendo necesaria: porque son los dos países líderes en tamaño económico, en potencialidad política, en tradición histórica y simbólica europeísta. Lo que parece descartado para siempre es que sea suficiente por sí misma. Se avecina un nuevo reparto continental de cartas y funciones. Aspirantes, muévanse.

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