Palabras para una muchacha con perlas llamada Kamala Harris

La campaña en Estados Unidos permite observar cómo las democracias más consolidadas pueden decaer y pudrirse por sí solas

Mikel Jaso

“Un hombre de bien puede sentirse avergonzado incluso delante de un perro” (Antón Chéjov)

1. Un antiguo reportero de guerra, que cubre actualmente la última semana de la campaña para las elecciones en los Estados Unidos de América, me cuenta por teléfono que, después de haber asistido al mitin de los republicanos en el legendario Madison Square Garden, al volver al hotel se había quedado inmóvil dura...

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“Un hombre de bien puede sentirse avergonzado incluso delante de un perro” (Antón Chéjov)

1. Un antiguo reportero de guerra, que cubre actualmente la última semana de la campaña para las elecciones en los Estados Unidos de América, me cuenta por teléfono que, después de haber asistido al mitin de los republicanos en el legendario Madison Square Garden, al volver al hotel se había quedado inmóvil durante un buen rato frente al ordenador. Decía que, aunque quiso mover las manos, sus dedos eran incapaces de pulsar las teclas, y que solo pudo empezar a moverlos después de abrir su agenda y toparse con la frase de Chéjov que recojo más arriba. Palabras que le dieron aliento para escribir el artículo que envió con retraso a su periódico. La explicación de toda esta dificultad se resumía de la siguiente forma: había visto, ante sus propios ojos, durante seis horas, cómo las democracias más consolidadas pueden decaer y pudrirse por sí solas.

2. Decir cosas así puede que no pase de mero cliché y, en términos de efectos, no va más allá de cuando llueve sobre mojado. Por mi parte, el tema de la decadencia irreversible de los imperios era un tema candente en las clases de Historia de la Cultura Clásica, cuando se estudiaba a Oswald Spengler y su visión decadentista era la base de la festiva cultura hippie. Arnold J. Toynbee, más esperanzador y más místico, añadió con firmeza que las civilizaciones mueren por suicidio y no por asesinato. Dicho con otras palabras, lo mismo que afirmaba el antiguo reportero de guerra el pasado lunes por la tarde.

Lo que más le impresionó de todo fue el deprimente nivel de los chistes, incluidos los de Donald Trump Jr., cuando animaba a sus seguidores a acudir a las urnas, diciendo que debían esperar pacientemente como si fueran el tercer mono en la fila para el Arca, y ya hubiera empezado a llover… Pasando por Tony Hinchcliffe que se refirió a Puerto Rico como una isla de basura flotante, y a los latinos como gente a la que lo único que les gusta es tener niños. O el grito de Elon Musk, el millonario más rico del mundo, que saludó a la multitud quitándose la gorra y soltando una especie de rugido, a imitación del grito de Tarzán con la voz de Johnny Weissmüller. Lo cierto es que todo esto y mucho más fue recogido de inmediato por la prensa, pero lo que de verdad acrecentaba el malestar de alguien que había visto muchas veces matar y morir en escenarios bélicos fue la imposibilidad de desmantelar el circo pirómano en el que se han convertido las elecciones estadounidenses, como si su vocación fuera la de crecer sin freno hasta un punto de degradación sin retorno. Era como asistir a la explosión de un artefacto que no supo nombrar y que parecía ser letal.

3. Pero su traumática convicción también provenía de la calle, de los argumentos irracionales y mesiánicos que había oído propagar a gritos en las avenidas que bordean el Madison Square Garden. En cambio, esa misma noche la campaña demócrata pasó casi desapercibida, con Kamala Harris abrazando a recién nacidos y dando besos a ancianas. Fue una suerte de representación al revés, como si todos los pasos, de un lado a otro, formaran parte de una gigantesca pieza teatral. La pregunta relevante es la siguiente: Escenificación por escenificación, ¿cuántos preferirán pasado mañana la imagen de la moderación contenida frente al espectáculo del baile histérico y del pugilismo verbal?

4. El tema es demasiado complejo como para no inhibir las manos sobre un teclado. En 2001, cuando se produjeron los ataques a las Torres Gemelas, muchos de nosotros dijimos: “Ahora mismo, todos somos estadounidenses”. Tal vez debamos decirlo de nuevo y ahora con más propiedad. No estamos fuera de este peligroso juego, no somos ajenos a esta deriva hacia el caos. Como europeos de periferia, los íberos crecimos inmersos en la prodigiosa mitología norteamericana. La ciencia, la música, la literatura, el cine, sobre todo el cine, los grandes logros y empresas, los rascacielos de nuestra imaginación, la inmensidad de las llanuras, los bosques, las montañas, las cascadas, todas las grandes películas que los tuvieron como escenarios, llenaron los sueños de nuestras vidas, incluso cuando la supremacía y la furia imperialistas nos dejaban llenos de revueltas y crisis nerviosas. Pero la ONU estableció su sede en Nueva York y la OTAN surgió con fines de defensa y no de agresión. Seamos francos, cada día que pasa, la ONU se reduce cada vez más a un aparatoso foro paralizado, con todas sus cartas marcadas. Y la OTAN, una fuerza poderosa, no tiene fuerza alguna porque, si desata la fuerza que tiene frente a los demás agresores, la Tierra saltará por los aires. La OTAN delimita sus propias fronteras, pero su propia arquitectura le impide actuar. Ahora, tanto una organización como la otra, nuestros mayores referentes, hasta hace poco paraguas de la humanidad, llevan consigo, en su paralización, el rostro de los Estados Unidos de América.

Por el contrario, la carrera circense hacia la Casa Blanca no puede dejar de hacer reír a carcajadas a los tiranos que encierran bajo siete llaves la libertad de sus conciudadanos en sus países. Y, por mimetismo, en las democracias, esa carrera ofrece a los candidatos extremistas, que ahora actúan por todas partes, un guion que se afanan por reproducir a la perfección. Por eso, en medio de esta carrera, pienso en Kamala Harris, que acuna a niños y besa a desconocidos, en ambientes privados, bajo los focos, la veo como una figura con pose angelical, tratando de mantener en medio del desorden una actitud de serenidad. Serenidad y compostura, que muchos elogian, pero a las que el mundo ya no recurre.

5. Quienes no tienen esquemas fijos de interpretación de la personalidad de los demás parten de realidades parceladas. Yo pertenezco a ese grupo de personas que se sitúan humildemente al margen. En lo que se refiere a Kamala Harris, lo único que escucho es denigrar sus propuestas, decir que no existen, hablar de su falta de preparación, de sus errores, de sus frases radicales, de su temperamento temerario. De aquel fatídico día en el que, como vicepresidenta, en Guatemala, pidió con franqueza a los guatemaltecos: “¡Por favor, no viajen a Estados Unidos!”.

Yo, sin embargo, he rebuscado en su trayectoria y he encontrado otros valores diferentes. No voy a describirlos, están en películas, en libros y en internet. De su biografía, me quedo con una nota importante: hubo un momento en que Kamala Harris, cuando el asedio contra las mujeres afroamericanas se intensificaba, formó junto con sus amigas un grupo de resistencia. Por una cuestión de amor propio, acordaron que nunca saldrían a la calle sin arreglar. Harris se ponía siempre collares de perlas blancas sobre sus blusas oscuras. La imagen de estas perlas, en medio de la delirante carrera que paralizó por unos momentos la mano del antiguo reportero de guerra, seguramente no le hará ganar ningún voto. Creo, sin embargo, que le hará honor.

En un mundo sin vergüenza, ¿de qué sirve el honor? La vergüenza cohabita con la verdad y ha sido sustituida por la estrategia que estructura la información y condiciona la realidad. Mi convicción es que, tarde o temprano, despertaremos de esta pesadilla. Una pesadilla que no vive entre Nueva York y Pensilvania, sino que se extiende por todo el mundo. Cuando los norteamericanos despierten de la pesadilla, creo que nosotros, los europeos, por la dura fuerza de las circunstancias, ya nos habremos visto obligados a despertar por nuestra cuenta.


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