Trump, racista sin complejos
Las elecciones en EE UU están en un pañuelo pese a que la retórica autoritaria del republicano, lejos de penalizarlo, le hace subir en las encuestas
A una semana de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la candidata demócrata, Kamala Harris, se dispone este martes a dar un mitin en Washington, a unos pasos de la Casa Blanca, para advertir de la amenaza que supone su rival republicano, Donald Trump, para la democracia estadounidense. De forma simbólica, Harris ha elegido el mismo lugar desde el que el entonces presidente Trump animó a sus seguidores a dirigirse al Capitolio el 6 de enero de 2021 para impedir la certificación de la victoria de Joe Biden en las elecciones de hace cuatro años.
No hace falta siquiera escuchar a sus antiguos altos cargos, que le consideran un fascista o un aspirante a dictador no apto para el puesto. Que el expresidente es una amenaza para la democracia se deduce de sus propias palabras. Dijo que sería “dictador el primer día”, describe a sus rivales políticos como el “enemigo interno” y amenaza con usar a los militares contra ellos si recupera el cargo. Todo eso lo mezcla con un discurso autoritario, machista, xenófobo y racista que se ha apoderado de sus mítines, incluido el que protagonizó este domingo en Nueva York, donde uno de los oradores se refirió a Puerto Rico como “una isla de basura flotante” y denigró a latinos, negros, judíos y palestinos. Otros intervinientes, incluido Trump, lanzaron mensajes insultantes y misóginos contra la propia Harris.
La amenazante retórica del magnate no ha impedido que mejore su intención de voto en las encuestas. Hay además indicios de una alta movilización de los votantes registrados como republicanos en el voto adelantado, aunque eso parece responder más a un cambio de hábito de los votantes, a los que Trump disuadía en 2020 de votar por anticipado o por correo. Ahora los anima. En total, más de 44 millones de estadounidenses han depositado ya su papeleta, el equivalente al 28% de los que votaron en las presidenciales de hace cuatro años.
A Kamala Harris le está costando, con cierta lógica, enarbolar la bandera del cambio. Ha sido vicepresidenta de Joe Biden durante los últimos cuatro años, en los que la inflación ha castigado el bolsillo de los estadounidenses. La frustración de los ciudadanos ante los altos precios, la inestabilidad geopolítica y las incertidumbres sobre el futuro, explican una tendencia global: los partidos en el poder pierden las elecciones.
El mensaje de alegría y entusiasmo con que Harris inició su campaña ha perdido fuerza. La vicepresidenta ha virado en su estrategia, para poner el acento en los riesgos que implica que Trump vuelva a la Casa Blanca. Estrategas demócratas creen que tienen más posibilidades de éxito si las elecciones se perciben como un referéndum sobre Trump, aunque quizá no sea suficiente con eso. La campaña de Harris presenta el mitin de este martes ―en el que, significativamente, no estará Biden― como su “alegato final”, en términos idénticos a los judiciales, en el que la antigua fiscal acusa a Donald Trump ante el jurado popular del electorado estadounidense.
Aún queda una semana de campaña frenética. Aunque, a tenor de las encuestas, las opciones de victoria de Trump parecen haber aumentado, el resultado está en un pañuelo. Se decantará en los siete Estados decisivos en los que la intención de voto está pareja. A Harris le bastaría, en principio, ganar en tres de ellos (Wisconsin, Míchigan y Pensilvania) para ser elegida. En Pensilvania, el más importante, vive en torno a medio millón de puertorriqueños. Insultarlos no parece una gran idea.