Cueste lo que cueste, segunda parte

Las audaces propuestas de Mario Draghi sobre competitividad supondrían una verdadera refundación de la UE

El expresidente del BCE Mario Draghi entrega simbólicamente su informe sobre la competitividad europea a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen.Yves Herman (REUTERS)

Mario Draghi pasará a la historia por su promesa como presidente del Banco Central Europeo de hacer todo lo necesario para salvar al euro de su peor crisis. Cueste lo que cueste, dijo en 2012. Y funcionó. Doce años después, el ex primer ministro italiano ha presentado un informe sobre la competitividad de la UE en el que alerta de la amenaza que supone para el proyecto común la pérdida de productividad frente a sus grandes competidores. Draghi propone una revolución: un ambicioso paquete de inversiones combinado con un cambio radical en el funcionamiento de la UE. No está claro que en Europa haya capital político para tanto. Pero seguir igual, sostiene Draghi, no es una opción: si no se corrige la trayectoria actual será cada vez más difícil financiar el modelo social europeo y la UE se convertirá en un actor geopolítico irrelevante.

Los datos avalan sus advertencias. La brecha de productividad entre la UE y EE UU no ha dejado de crecer en los últimos años; solo cuatro de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo son europeas, y desde el año 2000 la renta disponible de las familias estadounidenses ha crecido el doble de rápido que el de las europeas. El informe Draghi contiene estadísticas muy preocupantes: ninguna empresa de más de 100.000 millones de capitalización se ha creado desde cero en Europa en los últimos 50 años.

El antiguo banquero central considera que la clave para hacer frente a este escenario pasa por una nueva estrategia industrial que aproveche todo el potencial de gasto colectivo de los Veintisiete y movilice unos 800.000 millones de euros anuales en inversión —con deuda común, tradicional anatema en Alemania— para cambiar radicalmente el modelo. Solo así, dice, se podrá sacar provecho de la transformación tecnológica, la descarbonización de la economía o las nuevas necesidades en defensa. La cifra es asombrosa: el paquete Next Generation ascendía a 310.000 millones en cinco años. Draghi quiere 800.000 al año para salir de la “lenta agonía” y volver a jugar en la liga de EE UU y China.

Y ahí empiezan los problemas: no hay consenso político para emitir deuda común, para avanzar en el mercado de capitales, para cambiar las reglas de mayorías que atenazan a la UE, para darle un vuelco (muy discutible) a las políticas de Competencia para crear campeones europeos capaces de competir a nivel global. Los ministros de Alemania y Países Bajos no han tardado ni 24 horas en poner objeciones a todos esos planes; en especial a la comunitarización de deudas. Nada va a ser fácil en un continente en el avanzan los partidos de corte populista que defienden una muy peligrosa vuelta al nacionalismo económico.

Pero la llamada de atención de Draghi es brutal: Europa languidece y el riesgo es un paulatino declive. La segunda Comisión de Ursula von der Leyen está a punto de arrancar: quizá este aviso, sumado a un catalizador exterior como las elecciones estadounidenses, permitan acometer una agenda tan ambiciosa. Tal vez el “cueste lo que cueste” de 2012 tenga un correlato en forma de formidable plan inversor, algo que va más allá de los números: con el permiso (improbable) de Berlín, sería una refundación de la UE.

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