El misterio del litro de aceite

Hay que aumentar los precios no solo para mantener el margen sino también para frenar la demanda. Este objetivo se está consiguiendo sin duda

Una consumidora observa los lineales de aceite de oliva en un supermercado en Leioa, Bizkaia.Fernando Domingo-Aldama

Durante mi adolescencia pasé varios agostos devorando libros de misterio. Mis inicios en el género fueron suaves: encontré en las estanterías de casa dos ejemplares de Los Hollister, unas novelillas protagonizadas por una ejemplar familia numerosa estadounidense de clase media que, por lo que fuese, siempre acababa envuelta en crímenes. Lo que más me gustaba de los Hollister, además de ese cosquilleo inherente a lo misterioso que se me formaba en la barriga, tenía que ver precisamente...

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Durante mi adolescencia pasé varios agostos devorando libros de misterio. Mis inicios en el género fueron suaves: encontré en las estanterías de casa dos ejemplares de Los Hollister, unas novelillas protagonizadas por una ejemplar familia numerosa estadounidense de clase media que, por lo que fuese, siempre acababa envuelta en crímenes. Lo que más me gustaba de los Hollister, además de ese cosquilleo inherente a lo misterioso que se me formaba en la barriga, tenía que ver precisamente con el estómago: como en los libros de Enid Blyton, que había leído antes de que me llegara el periodo, las descripciones de los manjares que ingerían aquellos niños del condado de Sussex, Nueva Jersey, hacían la boca agua.

Los Hollister no comían filetes rebozados, ni lenguados a la plancha, ni tortilla de patatas, ni ensalada de tomate, sino que daban cuenta de emparedados de jalea que comían a la hora de la merienda o pinchos de malvavisco que tostaban frente a un fuego cuando la noche se cerraba sobre Pine Lake. Si lo pienso bien, seguro que su cesta de la compra sería actualmente mucho más barata que la del hogar español medio, porque están los precios imposibles, sobre todo si uno intenta seguir la que es supuestamente la dieta más sana del mundo, la mediterránea. Un capítulo de Los Hollister absolutamente contemporáneo sería, por ejemplo, uno que intentase descubrir por qué el litro de aceite está a casi diez euros, cuando antes de la pandemia se podía encontrar a cinco. Es este un misterio más difícil de resolver ahora mismo que el paradero del Santo Grial; y como ocurre con todas las grandes incógnitas, se manejan varias teorías al respecto.

Si uno consulta la prensa conservadora comprobará que las propuestas que se apoyan con más frecuencia son las que defienden los olivareros (en concreto un olivarero con cuenta de Twitter y otro con cuenta en TikTok), quienes explican que la cosa tiene que ver con la sequía. La producción, debido a las circunstancias meteorológicas, es mucho menor y España, un país en el que en los hogares se consume muchísimo aceite, hay que aumentar los precios no solo para mantener el margen sino también para frenar la demanda. Este último objetivo se está consiguiendo sin duda: según datos del Ministerio de Agricultura, el consumo de aceite de oliva está bajando desde 2020 y en 2023 los españoles compraron un 14,93% menos que un año antes.

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Sin tener que consultar complejas bases de datos, yo he visto con estos ojitos que en el supermercado de mi barrio las botellas del oro líquido están precintadas con las mismas medidas de seguridad que el Johnny Walker etiqueta negra. Pero nadie que esté tratando de resolver un misterio se queda con una única versión, así que veamos lo que dice la gente de izquierdas: otros señores muy activos en redes, como Rubén Sánchez, portavoz de Facua, ponen el dedo sobre la llaga de las grandes cadenas, a las que veladamente acusan de subir a capricho cada semana el precio del ungüento con el que engrasamos las ensaladas en la época estival. Y luego están iluminados como Daniel Lacalle, quien encontró la solución hace ya un año: “El socialismo hace el petróleo escaso en Venezuela, la carne escasa en Argentina y el aceite escaso en España”. Acabáramos.

Como suele ocurrir con todos los vicios y perversiones, con los libros de suspense fui subiendo en intensidad. Recuerdo que a los 15 años me mantuve en vela hasta el amanecer leyendo La Tienda, de Stephen King. Todo giraba en torno a un establecimiento llamado Cosas necesarias. Lo extraordinario de este negocio es que en él cualquier cliente podía encontrar exactamente lo que necesitase, desde amuletos curativos a cocaína (cuyo precio es un misterio también). Si hoy mismo pudiese entrar en ese local pediría una botella de AOVE, solo por ver a cuánto está el litro.

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