Salvador Illa y el poder

El líder del PSC tiene la posibilidad de modificar la lógica de la política catalana que empezó con el gatillazo de la reforma del Estatut

El primer secretario del PSC, Salvador Illa, interviene en el nuevo Consejo Nacional del partido, el pasado día 14 en Barcelona.ANDREU DALMAU (EFE)

La investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat dependerá de la decisión que adopte la militancia de Esquerra Republicana. En esta ocasión las bases del partido no han sido consultadas sobre si avalaban las negociaciones que los dirigentes mantienen con el equipo del PSC. Pero, ...

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La investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat dependerá de la decisión que adopte la militancia de Esquerra Republicana. En esta ocasión las bases del partido no han sido consultadas sobre si avalaban las negociaciones que los dirigentes mantienen con el equipo del PSC. Pero, en el caso de que se llegue a un acuerdo (algo que sabremos en pocos días), sí existe el compromiso de preguntarles si lo aceptan o no. Al margen del pacto al que pueda llegarse, cuyo núcleo será la mejora de la financiación autonómica, las especulaciones sobre cómo se posicionarán 8.700 militantes —lean a Camilo S. Baquero— van en aumento. En estos análisis influye la actual crisis interna, pero no será lo determinante. Durante los últimos años el partido republicano ha vivido un proceso de institucionalización considerable: presencia en ayuntamientos y diputaciones que lo alejan de su pulsión asamblearia. A la vez son esos cuadros, más la militancia y sus entornos, quienes preservan una conexión umbilical con el clímax del procés: cuando el Gobierno de Puigdemont y Junqueras se desentendió de la logística del 1 de octubre para evitar problemas, la secretaria general Marta Rovira fue quien asumió la organización y la estructura territorial del partido fue clave para que las urnas llegasen a los colegios electorales.

A esa base se dirige y coaccionará Junts durante estas semanas para convencerla de que voten en contra. Su argumento apela al corazón de cómo se ha concebido el desarrollo del autogobierno desde una perspectiva nacionalista: Illa nunca se confrontará en nada con el gobierno central, Illa nunca hará nada que incomode a Pedro Sánchez, Illa será un presidente autonómico más de la España del café para todos, Illa no es catalanista, Illa 155. Frente a esta caricatura, que es la clásica construida sobre un PSC españolizador, Illa se ha proyectado con el hombre del traje gris: un personaje de formas educadas que, más allá de los discursos, entiende la política como un espacio para la resolución de problemas desde las instituciones. Es cierto que nada tiene que ver con la confrontación. Este reformismo bajo en ideología, después de tanto fervor rupturista, sin duda es aburrido y para nada utópico. Pero hay algo que Illa esconde y, en las actuales circunstancias de la negociación, podría ser lo determinante para ganar la investidura. No es revanchista y tiene la potencialidad de modificar la lógica de la política catalanista desde el ciclo que empezó con el gatillazo de la reforma del Estatut.

Illa, con un perfil tan distinto al de Pedro Sánchez, es un hombre de poder como Sánchez. Illa, que conoce la dureza del poder, entiende que el principal problema político que arrastra Cataluña desde hace dos décadas es el desempoderamiento. Porque históricamente la Generalitat pudo exhibir un poder institucional que era más bien una escenificación sustentada por la potencia del tejido industrial catalán. Pero ese tejido se desfibró durante la primera década del siglo XXI —esta es una de las claves de fondo del apoyo social al procés— mientras se iniciaba la acumulación de poder económico en la city del Ibex, que sí supo leer la globalización liberal en crisis y que estableció una fecunda alianza con los gobiernos populares de la Comunidad de Madrid. Ese es hoy el principal bloque de poder en España, tiene su discurso, tiene a su lideresa y está amurallado. La posibilidad de asaltarlo de manera eficiente, para empoderar de nuevo la economía catalana y la Generalitat y acabar con una dinámica tóxica para el conjunto del país, es la base del reformismo del candidato socialista a la presidencia. Dispone de las palancas y las está utilizando. Debería contarlo porque eso sí sería una nueva etapa.


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