La foto en EE UU; la masacre, en Gaza
Miedo, caos, inseguridad, antisemitismo. Las palabras oscuras inundan el paisaje social para generar un estado de pánico colectivo y obligarnos a dejar de mirar lo que debemos mirar
Es curioso cómo se desplaza la atención que poníamos en Gaza hacia las protestas universitarias mediante una narrativa histérica sobre antisemitismo y seguridad. La fabulosa acrobacia hace, además, que no hablemos de lo importante: el asesinato en masa de Netanyahu con armamento no...
Es curioso cómo se desplaza la atención que poníamos en Gaza hacia las protestas universitarias mediante una narrativa histérica sobre antisemitismo y seguridad. La fabulosa acrobacia hace, además, que no hablemos de lo importante: el asesinato en masa de Netanyahu con armamento norteamericano. Tras las espectaculares detenciones de estudiantes en Columbia los muertos en Gaza ya son más de 34.000. Las imágenes de los campus son alucinantes, violentos fuegos artificiales para eclipsar un genocidio, nos dice el joven profesor Samuel P. Catlin. ¿Qué es lo que realmente hay que temer?, se pregunta. ¿Qué salto se ha producido en nuestra atención? ¿Desde dónde miramos lo que ocurre? Así se construyen los relatos en nuestro espacio público, como poderosas maniobras de distracción. Y esconden una advertencia evidente: el pánico moral es una forma de propagar odio.
Miedo, caos, inseguridad, antisemitismo. Las palabras oscuras inundan el paisaje social y mediático para producir una escalada de asociaciones, generar un estado de pánico colectivo y obligarnos a dejar de mirar lo que debemos mirar: la masacre ocurre en Gaza. La libertad de expresión, el wokismo, las guerras culturales y la cancelación son el rosario de clichés de la agenda incendiaria con la que la ultraderecha lleva tiempo atacando a la Universidad, como si sus verdaderos problemas le importaran un carajo. Mientras el juego sigue, nos aproximamos todos a las protestas estudiantiles con la retórica de la seguridad y el antisemitismo. En su nombre se han cancelado discursos de estudiantes en ceremonias de graduación, pero los campus se inundan de policías para, dicen, proteger a la Universidad. ¿De qué? ¿De la realidad misma, de las injerencias de partidos o grupos que podrían violar su elitista burbuja? Recuerden la intervención de los Republicanos en el Congreso para que solo merezcan ser rectoras quienes se presentan como azote celestial contra el antisemitismo. Porque el principal problema es ese: frivolizar y vaciar de contenido esa palabra. Bruce Robbins, también profesor de Columbia, lo formula con elocuencia: ¿Acaso en la Universidad no se fomenta el pensamiento crítico para distinguir la amenaza real del antisemitismo de la crítica de la matanza de palestinos? ¿Qué nos hace pensar que esa crítica se dirige contra los judíos por el hecho de serlo? ¿Un campus es un espacio tan caótico como para no distinguir actos reales de antisemitismo de la incomodidad de algunos estudiantes judíos, muchos participantes activos en los actos de protesta, por enfrentarse al hecho de que buena parte del mundo mira escandalizado hacia Gaza?
Mientras Biden vincula las protestas con vandalismo, odio y violencia, su Alteza Real, Donald Trump llama a la policía a doblegar a los “lunáticos furiosos” de los campus. En 2017 llamaba “buena gente” a quienes portaban antorchas en Charlottesville al grito de “¡Los judíos no nos reemplazarán!”. Pero da igual. El problema es el estado lamentable de una democracia que sacrifica derechos y libertades ante nuestros ojos mientras solo nos preocupa el riesgo de contagio en nuestras universidades. ¡Qué miedo, los estudiantes! El antisemitismo y la seguridad se añaden a otras narrativas que ya conocemos, las que organizan el mundo en un solo sentido para que lo veamos todo de una manera determinada. Lo hicieron en Génova en 2001, en la Universidad de Kent en 1970. Atemorizarnos a todos y ahogar nuestro sentido crítico.