columna

El día que Puigdemont vuelva a España

Junts tendrá que decidir pronto qué quiere ser de mayor y definirse ideológicamente. Su discurso ha empezado a pivotar sobre la economía o las inversiones del Estado en Cataluña

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont.David Borrat (EFE)

Algunos creen que cuando Carles Puigdemont vuelva a España irá montado a lomos de un unicornio para culminar la independencia que en 2017 no fue. Nada de eso. El día que Puigdemont regrese habrá una gran expectación ciudadana, un ensordecedor revuelo nacional —con sus dosis de crispación política— pero pasada la intensidad, se acabará imponiendo la realidad. A Junts le tocará decidir qué quiere ser de mayor, una v...

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Algunos creen que cuando Carles Puigdemont vuelva a España irá montado a lomos de un unicornio para culminar la independencia que en 2017 no fue. Nada de eso. El día que Puigdemont regrese habrá una gran expectación ciudadana, un ensordecedor revuelo nacional —con sus dosis de crispación política— pero pasada la intensidad, se acabará imponiendo la realidad. A Junts le tocará decidir qué quiere ser de mayor, una vez la amnistía haya reventado la épica del “exilio” o el victimismo de la “represión”.

Y la realidad es cruda. Los discursos de ERC y Junts no denotan ya insurrección a las puertas de los comicios del 12 de mayo, sino todo lo contrario: el agotamiento del procés y el hastío de su base social. El president Pere Aragonès pretende engatusar a sus votantes mediante la propuesta de referéndum pactado con el Estado. Es decir, una idea superada en los tiempos de Artur Mas, que no ha prosperado en los años de mesa de diálogo con Pedro Sánchez, y que el PSOE negó por activa ayer. A su vez, Puigdemont apeló desde Elna a no caer en el derrotismo, a sabiendas de que es el estado de ánimo entre su electorado abstencionista, aludiendo a la ilusión de un futuro que el pasado reciente ya reventó.

Así que los partidos independentistas se preparan ya para la folclorización del procés. Es decir, mucho simbolismo, sacar ideas de la chistera o del cajón, pero de fondo, la independencia quedará como una utopía en el horizonte ante la incapacidad de avanzar. Casi les haría un favor que Salvador Illa les arrebatara la Generalitat, porque de lo contrario su ausencia de hoja de ruta sería más evidente gobernando cuatro años más. Aunque enfrentarse a la Cataluña actual es ahora un plato más amargo para la ilusionista Junts que para la posibilista ERC.

En esencia, porque el discurso del partido de Puigdemont solo pivota hasta la fecha sobre el 1 de octubre de 2017, sus agravios y su evocación. Ello les había servido para eludir los problemas de gestión, sobre todo tras su salida del Govern en 2022. Bastaba con señalar los errores de Aragonès o llevar al Gobierno de Sánchez al límite en cada negociación para ganar notoriedad. Sin embargo, al regreso de Puigdemont tocará reformular la estrategia en Cataluña. La mística de un eurodiputado en Waterloo decaerá, el imaginario de que “algo se cuece por ahí” se desvanecerá, y regresará la mecánica autonómica de un partido orgánico, y de un líder terrenal.

El principal vacío de Junts es de definición ideológica, paradójicamente. Puigdemont aludió a la sequía, a la educación, a la vivienda, o a la burocracia en su discurso desde Elna, sin desarrollar mucho más. Por eso, hay quien se pregunta si Junts es de izquierdas o de derechas. No está claro. En comparación con la vieja Convergencia —considerada de centroderecha— Junts tiene un electorado más transversal, incluyendo incluso tics de izquierdas en su programa como la idea de un salario mínimo catalán. La prueba es que Junts votó en el Parlament en 2020 a favor de limitar los alquileres, mientras que el PDeCAT —facción soberanista, hoy hundida electoralmente, pero considerada más cercana a la derecha— lo rechazó.

La explicación del cambio ideológico de CiU a Junts está en el propio procés: muchos jóvenes independentistas empezaron a identificar la secesión con la idea de la “justicia social”. Es decir, que el Estado propio era para hacer políticas antidesahucios, o invertir en más Estado del bienestar. Esa influencia bebe del discurso de la CUP y de ERC, pero también responde al contexto de crisis de 2010, cuando detonó la exigencia del llamado “derecho a decidir”.

Sin embargo, Puigdemont ha empezado a dejar algunas miguitas en el camino sobre el posible futuro del partido. El fichaje de Anna Navarro como número dos de su lista, reconocida por su proyección empresarial a nivel internacional, o antes el de Jaume Giró, no parece una casualidad. Hay indicios para creer que Junts quiere echar raíces en torno al mundo de la gran empresa, cooptando el imaginario del crecimiento económico, las inversiones en Cataluña o la expansión tecnológica y digital. Tanto es así, que si Sánchez quiere sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado después de las elecciones catalanas debe recuperar el discurso de Puigdemont del 21 de marzo, donde habla del “agravio” económico de Cataluña frente a Madrid, o las intervenciones de Míriam Nogueras sobre porcentaje de ejecución de las inversiones en la Comunidad. La clave está ahí.

Aunque la definición ideológica aún tardará, porque Junts sigue hoy demasiado preso de la evocación del Estado propio. Hasta entonces, la idea del “president legítim”, depuesto por el “malvado Estado español”, es la mayor baza de Puigdemont para las elecciones del 12-M, en su afán de dejar en la lona a los republicanos. Junts sabe que su líder gusta transversalmente a todas las facciones del independentismo, y es más, la animadversión atávica que provoca en la derecha —y en otros tantos votantes de izquierda— conecta con lo poco de antisistema que le queda al votante del procés. Quizás por eso no hace falta ni siquiera que haya vuelto Puigdemont a España para notar ya el pánico de ERC.

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