Los límites de la ambigüedad estratégica
A la vista de las divisiones en la UE sobre Ucrania, el hecho es que nadie nos tiene miedo, y mucho menos Putin
Durante la Guerra Fría, existía un consenso entre los líderes occidentales sobre no hacer nunca conjeturas acerca de en qué circunstancias desplegarían armas nucleares. En aquella situación, la ambigüedad estratégica funcionaba.
El debate actual en Europa sobre cuándo y en qué circunstancias se deben mandar tropas terrestres a Ucrania no podría ser más diferente. ...
Durante la Guerra Fría, existía un consenso entre los líderes occidentales sobre no hacer nunca conjeturas acerca de en qué circunstancias desplegarían armas nucleares. En aquella situación, la ambigüedad estratégica funcionaba.
El debate actual en Europa sobre cuándo y en qué circunstancias se deben mandar tropas terrestres a Ucrania no podría ser más diferente. Emmanuel Macron ha planteado la cuestión en un par de ocasiones recientes al afirmar que podrían surgir situaciones que justificaran el envío de tropas terrestres. En un ataque dirigido contra Olaf Scholz, afirmó que nunca se deben marcar líneas rojas a un adversario que tiene por costumbre traspasarlas.
Estoy de acuerdo con Macron, pero su versión de la ambigüedad estratégica no funciona porque no hace sino poner de manifiesto las divisiones de Europa. La unidad francoalemana no es una condición suficiente, sino necesaria, para que Europa ejerza algún poder. Scholz se pronunció en contra de las tropas de tierra. También lo hizo Donald Tusk, el primer ministro polaco. En cambio, su ministro de Asuntos Exteriores, Radoslaw Sikorski, pareció ponerse del lado de Macron. El hecho es que la UE está dividida respecto a esta cuestión. Y ese es el mensaje que estamos enviando a Vladímir Putin.
El problema de la alianza occidental en la cuestión de Ucrania es una mezcla de reticencias estadounidenses, líneas rojas alemanas y grandilocuencia francesa. La Cámara de Representantes de Estados Unidos sigue reteniendo los fondos para la ayuda a Ucrania, y no se vislumbra el fin del bloqueo. Durante los dos primeros años de la guerra, Estados Unidos fue, con diferencia, el mayor apoyo de Ucrania. No veo a los republicanos del Congreso liberando los fondos ahora que Donald Trump es el único candidato republicano que queda.
El apoyo francés a Ucrania se presenta principalmente en forma de retórica, en vez de como ayuda financiera y militar directa. Si lo medimos en función del Producto Interior Bruto, Francia ocupa el puesto 28º entre los partidarios de Ucrania.
Alemania apoya mucho más a Ucrania, tanto desde el punto de vista financiero como militar. Y, sin embargo, Scholz se las ha arreglado para parecer el malo de la película. Las tropas terrestres constituyen, en efecto, una línea roja para el canciller alemán. También se opone al envío de misiles de crucero Taurus, por temor a que Ucrania pueda utilizarlos para atacar objetivos en Rusia. Las encuestas actuales indican que no obtendrá un segundo mandato. Pero con su oposición al envío de armas ofensivas, Scholz está sacando partido al malestar subyacente respecto a la guerra.
Friedrich Merz, líder de la oposición alemana, es mucho más directo en su apoyo a Ucrania, especialmente en lo que respecta a la cuestión del envío de misiles Taurus. Pero la gran pregunta sin respuesta para Merz y otros líderes europeos es qué harían si un Estados Unidos liderado por Trump retirara su apoyo. ¿Asumiría Merz realmente un papel de liderazgo? ¿Renunciaría Macron a su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU y ofrecería su arsenal nuclear a la UE? Por supuesto que no. Lo más probable es que los alemanes vuelvan al viejo reflejo de llegar a acuerdos con dictadores euroasiáticos beneficiosos para la industria alemana. Cuanto peor funcione su economía, mayor será la tentación. Y Macron seguirá destacando por sus magníficos discursos. Habrá algunos avances apreciables en Europa, por ejemplo, en lo que respecta a la adquisición de material de defensa. Pero es demasiado tarde para influir en el resultado de la guerra de Ucrania.
Donde sí puedo ver un pequeño papel de liderazgo para Macron es en la protección de Moldavia. Habló del despliegue de tropas occidentales en caso de un avance ruso sobre Odesa. La ciudad portuaria del Mar Negro está a solo unos kilómetros de la frontera con Moldavia. Una invasión rusa de Moldavia constituiría, en efecto, un escenario que amenazaría masivamente los intereses de seguridad de la UE y de la OTAN. Macron y Maia Sandu, la presidenta moldava, acordaron la semana pasada un pacto de defensa en virtud del cual Francia garantizaría la seguridad del país. El país galo ha desempeñado históricamente un papel importante en esa región. Sería un desastre estratégico para el mundo que Putin controlara todo el Mar Negro. Y la tarea de defender un país pequeño como Moldavia es de un orden de magnitud mucho más realista que la liberación de 160.000 kilómetros cuadrados de territorio ucranio actualmente ocupado por Rusia. Simplemente no resulta creíble que Occidente envíe tropas a Donbás y luche en una guerra caliente con Rusia. Pero puede proteger a Moldavia.
Occidente también podría ayudar a Ucrania a defenderse de nuevos avances rusos. Pero incluso este modesto —y algunos dirían decepcionante— objetivo de guerra requeriría mucho más dinero y apoyo militar del que Europa proporciona actualmente. Si bien puede ser difícil para Macron convencer a Scholz de que participe en un proyecto de este tipo, creo que al menos es posible que Alemania, con un liderazgo diferente, se alinee con una estrategia centrada en un resultado que sea al menos alcanzable desde el punto de vista militar.
La última intervención de Macron da de lleno en el núcleo de mi crítica a la reacción occidental ante la invasión rusa. La cuestión no es si está bien o mal ayudar a Ucrania. Por supuesto que está bien. De lo que se trata es de los persistentes errores de juicio, de la hipocresía y del amateurismo. Occidente ha juzgado erróneamente el impacto económico de las sanciones y, en algunos casos, a su propio electorado. Occidente es hipócrita al declarar objetivos de guerra que no guardan relación con los niveles de apoyo. Un jugador de póquer profesional no hablaría de estrategias para ir de farol mientras juega una partida, y probablemente ni siquiera después. En cambio, los aficionados siempre alardean de sus habilidades. El comentario de Sikorski de que la ambigüedad estratégica asustaría a Putin tiene un aire a farol de aficionado.
La ambigüedad estratégica es una buena idea en principio, pero sin unidad carece de sentido. El hecho es que nadie nos tiene miedo, y mucho menos Putin.