El golpista y el asesino

Cómo una pequeña ciudad amazónica explica la fuerza de la extrema derecha en Brasil

El ambientalista brasileño Chico Mendes en una fotografía sin datar.ap

El domingo 25 de febrero, una multitud de seguidores convocados por el expresidente Jair Bolsonaro abarrotaron la principal avenida de São Paulo. Investigado como el mentor de un golpe de Estado, el extremista de derecha necesitaba demostrar que aún tiene en su poder una parte significativa de l...

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El domingo 25 de febrero, una multitud de seguidores convocados por el expresidente Jair Bolsonaro abarrotaron la principal avenida de São Paulo. Investigado como el mentor de un golpe de Estado, el extremista de derecha necesitaba demostrar que aún tiene en su poder una parte significativa de los corazones y las mentes de los brasileños. Como era previsible, lo consiguió. Sin embargo, para comprender con más profundidad lo que Bolsonaro representa hay que ir mucho más allá de las grandes ciudades del sureste del país. Es necesario desviar la mirada unos miles de kilómetros al norte de São Paulo y fijarse en una ciudad de 27.000 habitantes de la carretera Transamazónica llamada Medicilandia. Allí se estableció Darci Alves Pereira, asesino del ecologista Chico Mendes. Y comenzó una nueva-vieja vida como partidario de Jair Bolsonaro.

Ahora como “pastor Daniel”, una identidad asociada a las iglesias evangélicas, el autor confeso del crimen que conmovió al mundo fue investido presidente local del Partido Liberal en enero. Lo que hace posible que el hombre que en 1988 ejecutó al más reconocido defensor de la Amazonia con un tiro de escopeta en el pecho asuma la presidencia del partido de Bolsonaro —lo destituyeron tras las revelaciones de la prensa— y sea precandidato a concejal es exactamente lo que mantiene vivo al bolsonarismo.

Lo que ahora llamamos bolsonarismo ya existía mucho antes, pero sin un nombre y un rostro que le dieran cohesión y organización. Esta fue la contribución decisiva de Bolsonaro al fortalecimiento de la extrema derecha fascista. En la Amazonia Legal, región que abarca nueve Estados y más de la mitad del territorio brasileño, esta mentalidad —entendida aquí como una forma de existir, pensar y moverse— domina las elecciones y la vida cotidiana.

Si para el mundo Chico Mendes era un “héroe”, para una parte significativa de la población de la Amazonia, formada por personas llegadas de otros Estados para ganarse la vida con la explotación de la selva, el líder ecologista no era más que un obstáculo que había que eliminar. Su asesino, por lo tanto, habría prestado un “servicio” que consideran “legítimo”. Estas personas no se ven como delincuentes, sino como “pioneros”, “defensores del progreso”, “ciudadanos de bien”. Y así son reconocidos en las ciudades amazónicas, donde los ladrones de tierras, los madereros y los jefes de la minería ilegal ocupan los principales cargos políticos y son dueños de gran parte de los comercios.

Con la redemocratización de Brasil y la Constitución de 1988, que reconoció los derechos de los pueblos indígenas, estos “pioneros” pasaron a ser vistos y tratados como feos, sucios y malvados, y su poder se vio parcialmente limitado. Como su espejo, al alcanzar el poder con sus votos, Bolsonaro los redimió y “liberó”, ampliando los límites más allá de la ley. El sabor de esta redención —y de lo que ellos llaman “libertad”— no se borrará ni pronto ni fácilmente, quizá nunca.

Aún faltaba la redención religiosa, ya que la Iglesia Católica en la Amazonia estaba vinculada a la Teología de la Liberación y muchos de los actuales líderes de la izquierda se formaron en las comunidades eclesiales de base. Con la ascensión y expansión de las iglesias evangélicas, que forman hoy la más resiliente base de apoyo de Bolsonaro, consiguieron esta otra capa. Tanto es así que, como “pastor Daniel”, el asesino de Chico Mendes suele predicar sin ningún pudor: “En todo lo que hacemos, debemos poner a Dios en el medio”.

El hecho de que el asesino eligiera esta ciudad de la región transamazónica para su redención ofrece un grado más de asombro. Medicilancia lleva el nombre de Emílio Garrastazu Médici, general y presidente en el período en que más se secuestró, torturó y asesinó durante la dictadura brasileña, y que también convirtió la destrucción de la Amazonia en un proyecto de Estado. Esta es la filiación de Bolsonaro, del bolsonarismo y del “pastor Daniel”. Y sobrevivirá incluso a Bolsonaro.

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