Europa debe prepararse para el regreso de Trump

El expresidente de EE UU, que propone dejar de ayudar a Ucrania y abandonar la OTAN, está ahora mejor organizado, tiene más experiencia y se dejará llevar por el ánimo de venganza

Enrique Flores

Durante el fin de semana, el expresidente estadounidense hizo que muchas cancillerías europeas estuvieran al borde del pánico al alentar a Rusia a atacar a los aliados de la OTAN que no gastan el 2% del PIB en defensa. En esta categoría se encuentran Alemania, Bélgica, España, entre muchos otros Estados europeos. Sería prudente tomar en serio la advertencia.

Donald Trump está muy cerca de obte...

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Durante el fin de semana, el expresidente estadounidense hizo que muchas cancillerías europeas estuvieran al borde del pánico al alentar a Rusia a atacar a los aliados de la OTAN que no gastan el 2% del PIB en defensa. En esta categoría se encuentran Alemania, Bélgica, España, entre muchos otros Estados europeos. Sería prudente tomar en serio la advertencia.

Donald Trump está muy cerca de obtener la nominación republicana, después de aplastar a sus dos principales rivales dentro del partido en las primarias de Iowa y New Hampshire. Por supuesto, todavía podemos esperar a ver qué pasa con los numerosos casos judiciales abiertos e incluso conceder a Joe Biden, de 81 años, el beneficio de la duda. Pero las probabilidades de que Trump gane las elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre superan ya el 50 %. Es urgente, los líderes europeos deben prepararse —sin demora— para esa situación. La velocidad y la energía con las que va a actuar Trump serán incomparables a las de 2017, cuando entró por primera vez en la Casa Blanca.

Entonces, París, Berlín, Londres y Bruselas no estaban preparadas, pero tenían una buena excusa: ni el propio candidato pensaba que iba a ganar.

En los primeros meses, el establishment de Washington y los aliados de Estados Unidos en Europa creyeron que unos asesores sensatos harían entrar en razón al errático Trump y que los demás dirigentes lo calmarían, la llamada estrategia de los “adultos en la sala”. Pero en el transcurso de 2018, varios dirigentes europeos como Angela Merkel y Emmanuel Macron se dieron cuenta de que su estrategia no estaba funcionando. No conseguían controlarlo.

Sin embargo, para cuando los líderes de la UE se dieron cuenta de que Trump no tenía remedio, ya se acercaban las siguientes elecciones estadounidenses, las de 2020, de modo que la “estrategia” se convirtió en: bueno, esperemos a que estos últimos años pasen, sin graves percances.

Esa pasividad será más duramente castigada en esta ocasión. A su regreso, Trump estará mejor organizado, tendrá más experiencia y se dejará llevar por el ánimo de venganza. Además, ahora tiene firmemente controlado al Partido Republicano. Así que no veremos una repetición del caos de la Casa Blanca de Fuego y Furia que tanto exprimió la prensa en 2017. Esta vez, su equipo tendrá todo listo para impulsar sus planes en el Congreso durante los primeros cien días, el periodo en el que un presidente tiene más margen político.

Uno de estos planes será detener la ayuda militar y económica a Ucrania. Trump ha asegurado que llegará a un acuerdo con Putin en cuestión de días. También, ha dicho una y otra vez que, en un segundo mandato, querrá retirarse de la OTAN. Para Europa se trata de un tema de seguridad existencial, la salida de Estados Unidos de la OTAN pondría en duda el futuro de la propia Alianza.

Estas propuestas no son meras ideas arbitrarias de un líder caprichoso, sino la consecuencia coherente de su concepción del América primero, en la cual sacrificar el dinero de los contribuyentes o las vidas de los soldados para defender la seguridad de los aliados europeos o de otros lugares es contrario al interés nacional. Sus comentarios más recientes reflejan su profunda frustración con respecto a sus frugales y débiles aliados europeos. Y lo que es más, hay muchos votantes estadounidenses que están de acuerdo con Trump, como lo demuestran las encuestas que revelan cómo disminuye el apoyo a Ucrania.

Además, la posible victoria de Trump conlleva el riesgo de que aumente la influencia de las ideologías extremistas de derecha en el panorama político europeo. En su primer mandato, Trump dio alas a la extrema derecha. El desmantelamiento de los tabúes políticos en Washington dejó marcas en la retórica de los partidos ultraconservadores europeos. Además, el entonces presidente de Estados Unidos animó a los líderes de Hungría y Polonia a no ceder en sus enfrentamientos con Bruselas por el Estado de derecho e invitó a otros líderes nacionales a seguir el ejemplo del Reino Unido con el Brexit y a marcharse sin más de la UE, para luego negociar un “buen trato” con él.

Por supuesto, los gobiernos europeos también son conscientes de que el espectro de Donald está al acecho. Pero no saben qué hacer, así que están aplazando cualquier decisión. En parte, es comprensible que estén paralizados. Muchas de las medidas que habría que tomar en caso de emergencia, como reforzar las capacidades de defensa, son tan drásticas que solo son políticamente viables cuando verdaderamente no quede otro remedio (cuando tal vez sea demasiado tarde). De modo que, una vez más, Europa acabará improvisando y entre la espada y la pared.

Al mismo tiempo, la preparación de escenarios como este no se puede mantener en secreto. Si los altos funcionarios gubernamentales empiezan a especular y hay filtraciones, habría graves consecuencias inmediatas: se debilitaría la campaña de Biden, en la campaña de Trump no cabrían de gozo, discordias y acusaciones sin fin entre los aliados, ese tipo de cosas. Hace poco, un alto diplomático de la UE me compartió: nuestro trabajo es hacer planes estratégicos, pero no hay nada que podamos hacer ante la situación más importante que debemos encarar este año.

No obstante, los líderes europeos sí pueden actuar con mentalidad estratégica al menos en un aspecto: el reparto político de papeles. ¿Quién hablará con el presidente estadounidense que tome posesión del cargo en enero de 2025? Por supuesto, los líderes que lo conocieron antes, como Emmanuel Macron, Pedro Sánchez o el primer ministro polaco Donald Tusk, aportarán su parte para defender los intereses europeos. También pueden hacerlo de forma coordinada. En todo caso, la Unión Europea debe tomarse el nuevo reparto de papeles muy en serio.

El momento es favorable. Después de las elecciones europeas que se celebrarán entre el 6 y el 9 de junio, las presidencias del Consejo Europeo y la Comisión tendrán nuevas cabezas. En otras palabras, dos nuevas oportunidades.

Se espera que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, aspire a un segundo mandato. Pero es una alemana, así que sabemos de antemano que difícilmente tiene oportunidades frente a Trump, que no respeta a las mujeres y detesta a la República Federal de Alemania. Ni siquiera su compatriota Angela Merkel, que jugaba en la primera división de la política, consiguió apaciguar al hombre fuerte de la Casa Blanca después de que jurara su cargo en 2017.

Queda el Consejo Europeo de jefes de Estado y de Gobierno, que hasta el 1 de diciembre preside Charles Michel (cuyo mandato no puede ser renovado). El Consejo es, por excelencia, el órgano de manejo de crisis de la UE. Además, el presidente debe servir de eje y portavoz ante el mundo exterior para los grandes problemas diplomáticos y de seguridad que afronta la Unión.

Una acción estratégica sería encontrar para ese crucial puesto a alguien con la experiencia y la autoridad necesarias para, posiblemente, hacer frente a Trump a partir de enero de 2025. Vienen a la mente algunos nombres, entre ellos el de un personaje del que se habló recientemente, Mario Draghi. Es mejor un astuto ex primer ministro de Italia y expresidente del Banco Central Europeo, por ejemplo, que un desconocido procedente de la tómbola de compromisos para mantener los equilibrios geográficos europeos y entre partidos.

Se avecina una fuerte tormenta por el Atlántico. No es el momento de medias tintas, sino de concentrarse y de llevar las manos a la obra.

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