El microactivismo electoral
Hay una belleza especial en lo simple y amateur. Es una materia prima no adulterada o domesticada por las lógicas publicitarias o del marketing político
Las campañas electorales más efectivas son las que despiertan la imaginación colectiva, las que son desbordadas por los propios activistas y simpatizantes, las que generan movilización autónoma y creativa al margen de las estructuras centralizadas de los partidos y de las candidaturas.
Días atrás, en plena campaña argentina, llamó mi atención un ...
Las campañas electorales más efectivas son las que despiertan la imaginación colectiva, las que son desbordadas por los propios activistas y simpatizantes, las que generan movilización autónoma y creativa al margen de las estructuras centralizadas de los partidos y de las candidaturas.
Días atrás, en plena campaña argentina, llamó mi atención un hilo de Twitter de una periodista (@ceciazul) que recopilaba pequeñas acciones y contenidos desarrollados íntegramente por militantes o activistas. Unos cometas hechos con los carteles reciclados de un candidato, carteles caseros que alertaban sobre los recortes en la salud pública, diseños e ilustraciones (algunas con Inteligencia Artificial), intervenciones en publicidad electoral y otros tantos ejemplos que fueron sumando otros usuarios y usuarias.
Estas “micromilitancias” son expresiones creativas y con vocación persuasiva que se originan de forma independiente y autónoma desde las bases o incluso desde la ciudadanía. Este “microactivismo”, como prefiero llamarle, surge en los márgenes, sin control de quienes deciden o decidimos las estrategias en una campaña electoral. Son una energía creativa y política diferente, con altísima penetración en la conversación al ser depositarias de una autenticidad y espontaneidad que las legitima de manera especial. Estas artesanías de comunicación política son genuinas y ahí radica su efectividad. Su simplicidad no profesional las revierte de una atmósfera amateur pero que no las impide ser muy compartidas y virales. Las personas comparten con más facilidad una pieza autónoma que una propaganda política, por muy bien hecha que esté.
Esta no es la primera vez que el microactivismo trasciende el anonimato. Algo similar habíamos advertido en las campañas de Gabriel Boric (Chile, 2021), Bernie Sanders (Estados Unidos, 2016) y Manuela Carmena (Madrid, 2015), esta última también analizada por las investigadoras María López-Trigo Reig, María Puchalt López y Victoria Cuesta Díaz. Para Sebastián Kraljevich, que fue asesor del ahora presidente chileno, el desborde es siempre una buena noticia: “Cuando eso sucede, uno no quiere y no puede controlarlo. No hay forma de corregir a los memes o a la gente que está golpeando puertas”. Este caso en concreto, tal como describe Júlia Alsina, fue singular por la «emergencia de comandos autoconvocados y autogestionados».
Son varias las razones que explican el éxito del microactivismo, que, como toda acción de campaña, puede ser online, offline o híbrida, como apunta Xavier Peytibi en su libro Campañas conectadas: la desintermediación, la capacidad expresiva y creativa, la inteligencia de las multitudes, la conexión con el territorio o comunidad en donde nace la iniciativa, y el efecto contagio, que a veces toma la forma de un reto activista muy dinamizador. Finalmente, la expansión y popularización de las herramientas de Inteligencia Artificial generativa, como son ChatGPT, Midjourney u otras, representa una oportunidad enorme para el microactivismo, que se vuelve más rápido y productivo, aunque, quizá, más predecible y menos creativo.
A esto hay que sumar el microactivismo que puede surgir dentro de algunas comunidades de intereses o fandoms, como está sucediendo ahora en Argentina con las y los swifties, otakus y k-popers. Los posicionamientos políticos dentro de estas redes, como ya habíamos visto en Estados Unidos, cuando aficionados del K-pop boicotearon un mitin de Donald Trump, se mueven muy rápido y son tremendamente persuasivos.
Hay una belleza especial en lo simple y amateur. Es una materia prima no adulterada o domesticada por las lógicas publicitarias o del marketing político. Una energía creativa que conecta de manera directa y auténtica y que permite convertir las campañas en conversaciones. Ahí esta la clave: de persuadir a compartir, de ser espectadores y consumidores de propaganda política a ser protagonistas de la misma campaña.