Los catalanes en la política española

Estuvieron en la elaboración de la Constitución de 1978, y ha habido ministros en los sucesivos gobiernos, tanto del PSOE como del PP. Pudieron haber sido más si CIU entraba en el Ejecutivo de Aznar

Foto de familia del Gobierno de José María Aznar, ante la puerta del Palacio de la Moncloa, en abril del año 2000.Gorka Lejarcegi

Mucho se habla estos días de la participación de los catalanes en el gobierno de España a lo largo de la historia. Algunos opinadores minimizan la intervención catalana en la conformación de la España moderna, ya sea por desconocimiento, prejuicio o, simplemente, porque de tan deseable se considera en todo caso insuficiente.

La degradación de la política catalana en los últimos años, al calor del proceso secesionista, favorece la distorsión de la realidad histórica que difumina la impronta catalana en el devenir de España.

Así, el catedrático de Historia Contemporánea de Europa,...

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Mucho se habla estos días de la participación de los catalanes en el gobierno de España a lo largo de la historia. Algunos opinadores minimizan la intervención catalana en la conformación de la España moderna, ya sea por desconocimiento, prejuicio o, simplemente, porque de tan deseable se considera en todo caso insuficiente.

La degradación de la política catalana en los últimos años, al calor del proceso secesionista, favorece la distorsión de la realidad histórica que difumina la impronta catalana en el devenir de España.

Así, el catedrático de Historia Contemporánea de Europa, Antonio Cazorla Sánchez, comparaba hace unos días en estas páginas la actitud del Partido Popular español con relación a Cataluña con la de los conservadores canadienses en relación con Quebec. Sostenía que la actitud de los tories era infinitamente más plausible que la de los populares —y aun de los socialistas— en cuanto a la participación de quebequeses y catalanes en los asuntos generales.

Partiendo de la base de que la prudencia y la disposición al diálogo son el fundamento para el ejercicio de la política, conviene recordar que es difícil mantener un diálogo con quien ha decidido volar todos los puentes que lo hacen posible y, sobre todo, con quien desprecia sistemáticamente la gramática que compartimos los ciudadanos para articular nuestro debate público. Esa gramática, en España, no es otra que la Constitución de 1978, elaborada de consuno por nuestros siete padres fundadores, dos de ellos catalanes (el catalanista Miquel Roca i Junyent y el socialista Jordi Solé Tura). Junto a ellos, por cierto, el fundador del PP, Manuel Fraga Iribarne, y Gabriel Cisneros y Miguel Herrero de Miñón, que tras pasar por la UCD de Adolfo Suárez se integrarían también en el PP.

Esa decisiva participación catalana en la elaboración de nuestra gramática compartida, así como el formidable apoyo que la Constitución tuvo entre los catalanes en el referéndum del 6 de diciembre de 1978, debilita la tesis de que a los catalanes no se nos ha permitido participar lo suficiente de la vida política española, principalmente por culpa del PP. Nada más lejos de la realidad.

Por cierto, ese apoyo extraordinario que la Constitución cosechó en Cataluña en 1978 —considerablemente por encima de la media nacional— contrasta con el rechazo por el Gobierno provincial de Quebec de la “repatriación” de la Constitución canadiense, en 1982.

La participación catalana en la gobernación de España ha sido siempre intensa, determinante y, por lo general, aplaudida por el resto de los españoles, tanto de izquierdas como de derechas. La imagen de nuestros siete padres fundadores trabajando conjuntamente es fiel reflejo de la normalidad con que los catalanes hemos contribuido decisivamente a la conformación de la España democrática moderna.

La presencia de ministros catalanes en los sucesivos Gobiernos —tanto del PSOE como del PP— ha sido constante y fundamental. De hecho, todos los gobiernos de la democracia han tenido algún ministro catalán. José María Aznar, por ejemplo, nombró a Anna Birulés, Josep Piqué y Julia García Valdecasas y podrían haber sido más si —en el año 2000— Jordi Pujol hubiera aceptado que CiU entrara en el Gobierno como, generosa y a mi juicio acertadamente, proponía Aznar, que entonces tenía mayoría absoluta.

Narcís Serra, que fue vicepresidente con Felipe González, Salvador Illa o Dolors Montserrat son sólo algunos de los 24 ministros catalanes desde el primer Gobierno de Adolfo Suárez, en 1977. Hasta 80 catalanes han ostentado una o varias carteras ministeriales desde 1821.

Por otra parte, la influencia catalana en las cosas de España no se ha limitado al ámbito de la política, sino que se ha extendido con naturalidad a todos los órdenes de nuestra vida pública, como los medios de comunicación, la cultura, el deporte y sobre todo la economía y la empresa, con la admiración y el reconocimiento general del resto de los españoles.

Ahí está la influencia de la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional —la más antigua de Europa— en el devenir de la economía y la política españolas a todo lo largo del siglo XIX; o la extraordinaria labor del librecambista ministro de Hacienda durante el Sexenio Democrático Laureano Figuerola, padre de la peseta, la moneda española de origen catalán.

Los catalanes hemos sido importantes en todos y cada uno de los períodos de la historia de España, también con el PP en el Gobierno, y ojalá volvamos a serlo pronto. Para ello es fundamental que dejemos atrás el victimismo y la confrontación de los últimos años y asumamos de nuevo un papel preponderante en el progreso económico y cultural de España. Como Capmany, Prim o el añorado Josep Piqué, desde la catalanidad sin complejos y la defensa de la unidad constitucional de España. Desde la lealtad y el compromiso con nuestros conciudadanos del resto de España, los catalanes seguimos teniendo mucho que aportar a nuestro orteguiano proyecto sugestivo de vida en común.

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