Golpes a la economía rusa

El elevado gasto militar y el impacto de las sanciones ponen el presupuesto de Moscú en serios aprietos y amenazan la estabilidad del rublo

El presidente ruso, Vladímir Putin, junto al gobernador de la región de Tula, Alexéi Dyumin (izquierda) and el director de la compañía Shcheglovsky Val, Alexéi Visloguzov, visita las instalaciones de la compañía en diciembre de 2022.SPUTNIK (via REUTERS)

Desde la invasión de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, Rusia se ha adaptado a las sanciones occidentales mejor de lo inicialmente previsto pero la sostenibilidad de su economía está empezando a verse seriamente afectada. Los elevados gastos militares derivados de la guerra, la fuga de capitales y el desplome de ingresos provocado por las sanciones y la reducción de la mano de obra, como consecuencia de la movilización militar, han dado como resultado una economía incapa...

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Desde la invasión de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, Rusia se ha adaptado a las sanciones occidentales mejor de lo inicialmente previsto pero la sostenibilidad de su economía está empezando a verse seriamente afectada. Los elevados gastos militares derivados de la guerra, la fuga de capitales y el desplome de ingresos provocado por las sanciones y la reducción de la mano de obra, como consecuencia de la movilización militar, han dado como resultado una economía incapaz de hacer frente a su demanda interna y con serias dificultades para encontrar financiación. Los vaivenes a los que se encuentra sometida la economía se reflejan bien en la cotización del rublo, que ha perdido más del 50% de su valor en el último año y que ha obligado al Banco Central de Rusia a subir los tipos de interés 450 puntos básicos en el último mes hasta situarlos en el 12%.

A lo largo de 2022, los altos precios de la energía y la fuerte dependencia europea del suministro ruso de gas y petróleo permitieron a Moscú sortear con relativo éxito las sanciones occidentales. Pero la Unión Europea consiguió la desconexión casi total de los gaseoductos rusos el pasado mes de noviembre y desde principios de año las importaciones de crudo de los Urales soportan un tope en los precios que han desplomado los ingresos de Moscú y puesto en serios aprietos las finanzas del Kremlin. Las exportaciones han caído un 31% en lo que va de año, frente a un aumento del 35% de las importaciones; la guerra consume casi un tercio de su presupuesto y ya en la primera mitad del año las cuentas públicas han superado el objetivo de déficit de todo el ejercicio. Ese escenario augura presiones persistentes sobre la divisa rusa y nuevas subidas de tipos, en un tira y afloja entre las ambiciones militares del presidente Vladímir Putin y los objetivos de sostenibilidad del Banco Central y del Ministerio de Hacienda.

Cierto es que un régimen autoritario dispone de instrumentos para forzar a los grandes conglomerados industriales a comprar deuda del Estado, subir impuestos con carácter retroactivo o recortar partidas de gasto a discreción. Pero las elecciones presidenciales previstas para el próximo mes de marzo permiten descartar cualquier tipo de ajuste del presupuesto no bélico.

La imposición de sanciones, a su vez, afronta dificultades para supervisar su cumplimiento, ya que las leyes de protección de datos y la falta de regulación internacional al respecto impiden un correcto seguimiento de las mismas. El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) ha certificado el notable incremento de las exportaciones occidentales a los países de Asia central, con la sospecha de que muchos de estos productos acaban en territorio ruso. Lo que revela las dificultades para hacer un seguimiento de las sanciones y la necesidad de introducir mejoras para su correcta implementación. Para ahora y para el futuro.

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