La furia del antisanchismo

El PSOE ha minusvalorado quizás el impacto de dejar a Podemos carteras como Igualdad, o incluso, dar por sentado que no había que hacer pedagogía respecto a los indultos del ‘procés’ o sobre el apoyo de Bildu

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, en un acto en la sede del PSOE en Madrid, este miércoles.EVA ERCOLANESE/PSOE (EFE)

La coletilla populista del antisanchismo funciona como un cubo donde arrojar cualquier malestar: no importa tanto el programa alternativo, como el revanchismo de ir a la contra. La pregunta es si la izquierda todavía puede hacer algo que no sea resignarse. El 23-J irá de algo más que de la cesta de la compra o la hipoteca. La derecha está hipermovilizada porque la fibra identitaria ha calado muy hondo, como se vio el 28-M.

Es el error de esta legislatura: ...

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La coletilla populista del antisanchismo funciona como un cubo donde arrojar cualquier malestar: no importa tanto el programa alternativo, como el revanchismo de ir a la contra. La pregunta es si la izquierda todavía puede hacer algo que no sea resignarse. El 23-J irá de algo más que de la cesta de la compra o la hipoteca. La derecha está hipermovilizada porque la fibra identitaria ha calado muy hondo, como se vio el 28-M.

Es el error de esta legislatura: Pedro Sánchez tal vez creyó que la única gestión que juzgarían las urnas sería la económica. Su pesadilla desde que llegó al poder en 2018 siempre fue que España se hundiera con la pandemia o la guerra, como le ocurrió al expresidente Zapatero. Este PSOE ha bebido mucho de esos fantasmas del pasado, del viejo mantra de que no sabía enfrentar las crisis. Y eso llevó a minusvalorar quizás el impacto de dejar al arbitrio de Podemos carteras como Igualdad, o incluso, a dar por sentado que no había que hacer ninguna pedagogía respecto a los indultos del procés o sobre el apoyo de Bildu.

Así que la mayor paradoja de Sánchez hoy es que el PSOE pueda perder las elecciones, aun cuando no hay una recesión como la de 2008, porque parezca escorado en lo identitario ―al margen de otras hipótesis económicas, aquí explicadas—. La derecha ha nutrido la narrativa de que el presidente estaba radicalizado, y no casualmente. Laminar al Gobierno de los ERTE, del mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones o del incremento del salario mínimo pasaba por meter miedo respecto a los socios de la coalición.

Se infiere de la última encuesta de 40dB.: un 34,5% de los electores que en 2019 apostó por el PSOE quizás no repetiría hoy “por sus pactos con Bildu y partidos independentistas”. Un 21% declara que no lo haría “por su coalición con Unidas Podemos”. Es decir, que las alianzas de los socialistas aparecen como motivo recurrente en un espectro de su electorado más centrista y centralista. El “cómo ha gobernado” solo supone un 37,2% de quienes no repetirían.

Y muchos progresistas se preguntan, ¿Qué hacer? El PP lidera buena parte de los sondeos, y el bloque de la derecha roza la mayoría en otros. Parece difícil frenar ciertas tendencias, pero la izquierda tiene al menos dos intuiciones.

La primera, que hacerse un Zapatero conmueve. Las redes sociales de simpatizantes de izquierda se deshicieron de orgullo —algo inédito, desde hacía tiempo— cuando el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero defendió en la Cadena COPE su legado sobre el fin de ETA, e incluso, cuando le entrevistaron en el Canal 24 Horas alabando los logros del Ejecutivo. Una parte de la izquierda se siente hundida porque cree inminente el Gobierno de las derechas, pero todavía reacciona ante el patrimonio de sus convicciones.

Y quizás uno de los problemas de La Moncloa es no haber hecho pedagogía en otros temas delicados, por ejemplo, Cataluña. Nadie del PSOE dice que la mayor política reciente de Estado contra el independentismo han sido los indultos. Ya casi no se ven lazos amarillos, no hay victimización de los líderes del procés, se ha esfumado el secuestro emocional del votante, y muchos independentistas no votan porque están frustrados sin referéndum: de ahí su abstención el 28-M y el desplome de ERC.

Segundo, algunos factores que hipermovilizaban a la derecha se han atenuado en estas semanas. La salida de Irene Montero amortigua parte de las críticas por la ley del solo sí es sí. El PSN se negó a apoyar a Bildu en la Alcaldía de Pamplona, pese a que pueda perder el Gobierno de Navarra. Sumar no es un antagonista tan potente para el PP o Vox como lo era Podemos. El independentismo no presenta ya ninguna confrontación realista contra el Estado.

Así que estas elecciones irán de algo más que de las cosas del comer. El error de la izquierda fue creer que los discursos de Isabel Díaz Ayuso o de Vox venían de los márgenes, y no irradiaban hacia el centro. La realidad es que el “que te vote Txapote” y el “Gobierno y socios ilegítimos” ha sido la mecha de la furia contra Pedro Sánchez. El empuje del antisanchismo demuestra que los huecos identitarios que no se llenan, se ocupan, y que en política no puede hablar solo a los propios. La palabra “España” aparece en un lema reciente del PSOE. De eso irá también este 23-J.

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