La izquierda se une para Sumar

La coalición debería ir más allá del 15-M, incorporando movimientos y propuestas que no estuvieron entonces, como un feminismo relacional, la emergencia climática y una nueva definición del trabajo

La vicepresidenta segunda y líder de Sumar, Yolanda Díaz (centro), presenta el acuerdo de coalición para concurrir a las elecciones, el sábado en Madrid.claudio Álvarez

Ha costado mucho, pero se ha logrado. Sumar es hoy el proyecto político de una izquierda progresista que sale unida a ganar y que sabe gobernar. Nada empieza ni termina porque todo es un continuum, pero hoy se abre una nueva etapa en esa marea que se referenció en el 15-M y tuvo autoconsciencia de sujeto histórico. Al fin y al cabo, toda nuestra biografía es un relato construido a partir de momento...

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Ha costado mucho, pero se ha logrado. Sumar es hoy el proyecto político de una izquierda progresista que sale unida a ganar y que sabe gobernar. Nada empieza ni termina porque todo es un continuum, pero hoy se abre una nueva etapa en esa marea que se referenció en el 15-M y tuvo autoconsciencia de sujeto histórico. Al fin y al cabo, toda nuestra biografía es un relato construido a partir de momentos fundacionales y cada tiempo tiene los suyos. Buena parte del éxito y la credibilidad de un liderazgo consiste en saber leerlos e interpretarlos, y asumir, con audacia, la responsabilidad que eso supone.

Sumar debería ir más allá del 15-M, incorporando movimientos y propuestas que no estuvieron entonces. Un feminismo “relacional”, que apuesta por reforzar vínculos, asume la centralidad del cuidado y elimina el estigma negativo de la dependencia. Su año de referencia es 2018, no 2011, cuando la huelga general de los cuidados nos mostró la fuerza imparable de todas las mujeres, independientemente de su generación, militancia o ideología. Nunca hubo en España un feminismo más transversal ni más transgeneracional. Ya no hablábamos tanto de techos de cristal o procesos de masculinización, sino de suelos pegajosos o feminización del espacio público. El cambio fue notable. A eso se unió después la experiencia aterrizada de la pandemia que evidenció la enorme relevancia de los trabajos “irrelevantes”, mayoritariamente femeninos, gratuitos en casa y precarizados fuera. La Comisión Europea creó en 2019 su primera cartera de Igualdad y desde entonces se han sucedido un buen número de iniciativas legislativas para acabar con la discriminación y la violencia contra las mujeres. El Ministerio de Igualdad en España nace ya con estos mimbres, que son también los que tejen los recientes procesos políticos, sobre todo, en América Latina. Por eso resulta sorprendente que Alberto Núñez Feijóo se haya propuesto acabar con ese ministerio cuya encomiable labor ha convertido a España en el puntal feminista de Europa.

Sumar tendría que cristalizar también otro sentir de época asociado a la emergencia climática y el movimiento verde. No hablo del ecologismo del siglo XX, subsidiario de una política de izquierdas, sino de una propuesta con entidad propia de la que ya no puede desembarazarse ningún proyecto de futuro. Si el feminismo relacional ha subrayado todo lo que hay “entre” nosotros, esta ola ecologista se ha asociado tanto al miedo y los riesgos compartidos (en su versión más angustiosa y nihilista) como la necesidad de preservar el bien común (en su vertiente más esperanzada y optimista). No solo se trata de transformar nuestro modelo productivo para acabar con las emisiones, sino de gestionar adecuadamente el suelo, el agua y las fuentes energéticas. Toda la geoestrategia europea pasa necesariamente por este vector, aunque haya formaciones políticas, a derecha e izquierda, que aún no lo hayan comprendido. La izquierda antiecologista, el “obrerismo” mal entendido, será totalmente residual. La guerra de Ucrania ha venido a agravar la situación poniendo en cuarentena mucho de lo que ya se había avanzado. Han resucitado las voces en favor del Pacto de Estabilidad (felizmente suspendido) y el capitalismo del desastre. La voracidad por alcanzar la soberanía alimentaria y energética en el cortísimo plazo para que los más ricos no pierdan ni tiempo ni dinero podría arrasarlo todo en el camino. La transición ecológica ha de ser justa y no debería generar nuevos costes sociales y ambientales.

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Finalmente, Sumar tiene que girar, y gira ya, gracias al buen hacer de Yolanda Díaz, sobre un nuevo laborismo. Si el 15-M abjuraba del empleocentrismo y los sindicatos tradicionales, hoy los tiempos exigen una política de pleno empleo y una redefinición del trabajo. También exigen un cambio sustancial en la actividad sindical que ha de ser más porosa, más feminista y más sensible a las exigencias ambientales. La legislación laboral europea fortalece la negociación colectiva y el diálogo social, apuesta por la formación continuada de los trabajadores, el fin de la brecha salarial y la pobreza laboral. Se ha ensanchado la línea intervencionista y ha caído el tabú sobre las sanciones a las empresas.

Visto así, es evidente que no basta con confrontar el atrasismo de las derechas o agitar el miedo, hace falta construir un futuro desde emociones positivas que conecten con la experiencia y con los sueños del presente. Y eso hay que hacerlo genuinamente, con una buena dosis de esperanza.

Ahora toca organizarse y avanzar, evitar el ruido, el cainismo y los linchamientos en redes a los que, lamentablemente, ya nos hemos acostumbrado. Va en el cargo canalizar las diferencias y encontrar el modo de convivir con ellas, no confundir la osadía y la temeridad con la valentía, ni la verdad con el desahogo. Saberse contingente, abandonar la arrogancia y la superioridad moral de las “izquierdas verdaderas”, reconocer los errores y aprender de ellos, y, sobre todo, no confundir el liderazgo con el mesianismo. Todo eso se asocia ya al cansancio y la desmovilización.


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