¿De qué van estas elecciones?

Los partidos principales han coincidido en situar la campaña en el campo emocional más incluso que en el ideológico y, en consecuencia, piden el voto no tanto a su favor sino en contra del adversario

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en La Moncloa, el 29 de mayo.Borja Puig de la Bellacasa (CINCODIAS)

Este país ha sido muchos países en muy poco tiempo sin dejar de ser lo que en realidad es: un país voraz, que devora el tiempo y olvida pronto, de buena vida y convivencia que se maravilla en los dilemas irreconciliables y quiere los debates de dos en dos: izquierda o derecha, mar o montaña, Barça o Madrid, con cebolla o sin cebolla, PP o PSOE. Podemos y Ciudadanos quisieron romper esa última elección y a punto estuvieron de sorpassar a sus respectivos, pero su verdadera urgencia en este mome...

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Este país ha sido muchos países en muy poco tiempo sin dejar de ser lo que en realidad es: un país voraz, que devora el tiempo y olvida pronto, de buena vida y convivencia que se maravilla en los dilemas irreconciliables y quiere los debates de dos en dos: izquierda o derecha, mar o montaña, Barça o Madrid, con cebolla o sin cebolla, PP o PSOE. Podemos y Ciudadanos quisieron romper esa última elección y a punto estuvieron de sorpassar a sus respectivos, pero su verdadera urgencia en este momento consiste en salvar sus marcas. Todo pasa muy rápido en España, motivo por el que Pedro Sánchez decidió adelantar las elecciones, porque la única manera de escapar de la derrota de mayo estaba en atropellar los acontecimientos y convocar las generales en julio. Sin espacio para la digestión.

Así fue como este país recordó los países que acababa de ser y que ya había olvidado: aquel en que las elecciones se ganaban por el centro; aquel que votó según la identidad y se entregó a polémicas sin fin sobre cuántas naciones cabían en la nación. No hace tanto que en España todo era el procés y se repetían las preguntas de lo que era ser español y las discusiones sobre si el patriotismo y las banderas eran de la derecha o podían ser también de la izquierda. No hace tanto que el debate giraba en torno a lo que era ser conservador o progresista o reaccionario, o que se discutía de la gestión y de la deuda y de quién era el más capaz de los gobiernos y quién estaba o no por la privatización de los servicios; o que se hablaba de lo ideológico de verdad, o sea: los impuestos. Aquí nos tienen, en cambio, en puertas de unas generales nada menos sin que se oiga apenas hablar de la renta y del capital. Si ni siquiera ha salido la libertad, ¿qué país somos ahora? ¿De qué irán estas elecciones convocadas a toda prisa?

Después de criticar la infantilización de la política, los candidatos han simplificado al máximo los dilemas, porque el tiempo corre y devora. Sánchez quiere debates a dos porque la elección será entre él y Feijóo. Así lo dibuja, al menos: el PSOE alimentó a Yolanda Díaz y a Sumar, luego advirtió tarde de que no convenía dejar a Podemos en el vacío por sus cuentas electorales y ha terminado convencido de que lo mejor para ellos será dejarse de historias con los demás y proponer el clásico o ellos o nosotros. El PP, que juega a hacer ver que Vox no existe, lo plantea en los mismos términos aunque en un grado mayor, más grave: o Sánchez o España, lo que deja fuera de España a quienes voten a Sánchez. ¿De eso van de verdad estas elecciones?

Sin tiempo para articular nuevos discursos o pensar muchas más promesas ―Sánchez las agotó en su última campaña―, los partidos principales han coincidido en situar la campaña en el campo emocional más incluso que en el ideológico y, en consecuencia, piden el voto no tanto a su favor sino en contra del adversario: lo anti siempre ha vendido mejor que el por. El PP, además, lo acompaña de una inquietante deslegitimación del rival y de las dudas en el proceso por el que se escrutarán los votos, lo que supone una línea roja de la que es difícil regresar.

Resulta curioso, en fin, que quienes arremetieron contra los referéndums porque simplificaban la realidad, excluían la participación de las minorías y porque aparecían falsamente como la forma pura de representación democrática, se entreguen de pronto a esta suerte de mecanismo que convierte unas generales en un plebiscito en el que, sin lugar para más razones, acabarán siendo determinantes las pasiones. Somos muchos países a la vez, sin duda. Sin duda y sin tiempo.

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