Madrid, enigma político
Isabel Díaz Ayuso ha conseguido ser la líder que conecta con un sector fuertemente conservador que disfruta con las provocaciones a todo lo que les suene, aunque sea remotamente, a izquierda y progresismo
Madrid es hoy un gran enigma político. El dominio ideológico del Partido Popular en la región se remonta a 1995 y, según las encuestas, parece que va a continuar. La derecha madrileña ha sobrevivido a escándalos de corrupción que podrían haber servido de guion en una película de mafiosos, a unos resultados pésimos en la gestión de la pandemia y a políticas que en principio cabría calificar de impopulares (pese a...
Madrid es hoy un gran enigma político. El dominio ideológico del Partido Popular en la región se remonta a 1995 y, según las encuestas, parece que va a continuar. La derecha madrileña ha sobrevivido a escándalos de corrupción que podrían haber servido de guion en una película de mafiosos, a unos resultados pésimos en la gestión de la pandemia y a políticas que en principio cabría calificar de impopulares (pese a su riqueza, Madrid es la comunidad autónoma que menos invierte en educación y en sanidad por habitante de toda España). Por el lado positivo, que puede compensar en parte lo anterior, la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) se ha convertido en una de las regiones más ricas del país (con Navarra y País Vasco) y la que más bajos impuestos tiene.
El enigma se acrecienta con la figura de su actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso, todo un fenómeno político. Su popularidad es extraordinaria en la CAM. Díaz Ayuso es la manifestación más acabada de lo que en alguna ocasión he llamado “trumpismo castizo”. Defiende un nacionalismo español desacomplejado, suele mentir o dar datos manifiestamente incorrectos en sus comparecencias, no oculta sus carencias intelectuales y es extremadamente agresiva con sus rivales políticos. Muchos madrileños adoran su “autenticidad”, su sencillez (lo que incluye frecuentes meteduras de pata), y agradecen el orgullo madrileño y español que encarna y transmite.
Díaz Ayuso se ha convertido en el mayor azote de los “progres”, de lo “políticamente correcto” y de buena parte de lo que los sociólogos llaman valores posmaterialistas (el ecologismo, la protección de las minorías, el feminismo, la igualdad, los derechos animales, la alimentación sana, la memoria histórica, etc.). Muchos de sus seguidores han encontrado en ella a una líder que habla claro, que expresa lo que ellos piensan pero no se atrevían a decir públicamente porque se arriesgaban a encontrar cierta censura social. En el Madrid de hoy, sin embargo, se sienten en su salsa. Se ha constituido una mayoría social que disfruta con las provocaciones a todo lo que les suene, aunque sea remotamente, a izquierda y progresismo, hasta el punto de que no cabe descartar que muchos se declaren aficionados a los toros o vayan en coche a comprar el pan solo por fastidiar al progre de turno.
Díaz Ayuso ha conseguido ser la líder que conecta con esa cultura política madrileña, la que le da voz, articula políticamente y pone un rostro popular (frente a Esperanza Aguirre, que venía de la alta sociedad y la aristocracia). Sin embargo, dicha cultura política, cada vez más reconocible y extendida, ya existía de antes, se ha venido cocinando a fuego lento durante muchos años.
Permítanme que aporte algunos datos sobre los valores de la derecha madrileña. Con este fin, he analizado las tres olas de la Encuesta Europea de Valores en las que hay datos de voto para España, realizadas en los años 1990, 1999 y 2008, mucho antes, por tanto, de la llegada de Díaz Ayuso a la política madrileña. La gran ventaja de estas encuestas es que contienen una batería enorme de indicadores sociales y culturales que nos pueden servir para averiguar en qué se distinguen los votantes populares del resto de los votantes madrileños, así como de los votantes populares del resto de España. De este modo, podremos entender mejor el éxito en tiempos recientes del PP madrileño versión Ayuso.
Centrándonos en la CAM, los votantes del PP son claramente más conservadores que el resto de los votantes madrileños. En algunos sentidos, esto es obvio (por ejemplo, creen más en Dios), en otros el dato resulta curioso: mientras que entre los votantes no de derechas, el 35% declara haber vivido en pareja antes del matrimonio, ese porcentaje baja al 11% entre los populares. Por supuesto, están más orgullosos de su país que el resto. En el índice de valores posmaterialistas, son claramente más materialistas que los demás. Asimismo, son menos favorables a pagar impuestos para combatir la contaminación. Y, también, confían menos en la gente. En cuanto a su condición social, resulta curioso que el votante del PP tenga un estatus de clase más elevado (lo que significa mayores ingresos), pero, en cambio, no posea una ventaja educativa (la educación no discrimina entre ideologías en este caso). Todas las diferencias señaladas son estadísticamente significativas.
Ahora bien, lo verdaderamente interesante es descubrir si el conservadurismo del PP madrileño es diferente del conservadurismo del PP en el resto de España. Aquí encontramos algunas sorpresas. La primera es que los madrileños de derechas son más “rancios”. Así, cuando se les presenta el dilema entre estas dos afirmaciones, “Las ideas que resisten la prueba del tiempo son generalmente las mejores” y “Las ideas nuevas son generalmente mejores que las antiguas”, la derecha madrileña opta por la primera en mayor medida que el resto de la derecha, mostrando así un mayor conservadurismo vital. Y, sobre todo, en el dilema entre igualdad y libertad, se aprecia un sesgo fuertemente madrileño a favor de la libertad. Fuera de Madrid, un 53% de los votantes populares opta por la libertad y un 39% por la igualdad (el resto no elige ninguno de los dos valores), mientras que en Madrid elige la libertad el 62% y la igualdad el 27%. Aunque pueda parecer que las diferencias no son muy grandes, debe recordarse que estamos hablando de votantes del mismo partido político. Cuando Díaz Ayuso planteó la campaña de las elecciones anticipadas de 2021 en términos de “comunismo o libertad”, con la correspondiente apología de las cañitas y los bocadillos de calamares, estaba conectando con algunos valores muy arraigados en la derecha madrileña.
No es solo conservadurismo en las ideas y libertad como valor dominante, hay también en la derecha madrileña un elemento que, a falta de mejor nombre, me atrevo a calificar de “macarra”. Se pide a los entrevistados que declaren (en una escala 1-10) si está justificado hacer trampa con los impuestos cuando se tiene la oportunidad para ello. La derecha madrileña lo reprueba menos (rechaza menos hacer trampa) que la derecha del resto de España, habiendo más de un punto de diferencia entre los dos grupos de populares. Y más macarra todavía: con el mismo formato, se pregunta si está justificado no informar del daño que se ha hecho accidentalmente a un vehículo estacionado; pues bien, de nuevo hay una diferencia de más de un punto en los votantes populares de Madrid, que no ven tan mal como los otros abandonar el lugar como si no hubiera pasado nada.
Todos estos datos aquí mostrados proceden de encuestas realizadas entre 1990 y 2008: son anteriores, por tanto, a la crisis catalana, el surgimiento de Vox y la coalición PSOE-Unidas Podemos. Muestran que había un caldo de cultivo ideológico y cultural que Díaz Ayuso ha sabido explotar y convertir en un potente mensaje político. La manga ancha con la corrupción, el rechazo a los impuestos y la reivindicación del casticismo surgen de esta peculiar cultura. Dan igual los negocios del hermano de la presidenta con la CAM durante la pandemia, la dilapidación de dinero público en el hospital Zendal o la degradación de la sanidad madrileña. La sintonía entre Díaz Ayuso y los suyos, en estos momentos, es inquebrantable. Como dijo Ricardo Costa, “en el Partido Popular la fiesta no acaba nunca”.