Indignados con Bildu

La rabia no es una política. Es sana reacción sensorial, aldabonazo cívico, rebote ético. ¿Cómo traducirlo en estrategia seria?

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, interviene en un acto político de su partido, este domingo en Arrasate-Mondragón (Gipuzkoa).Javi Colmenero (Europa Press)

La desfachatez de colocar —en masa— a 44 exterroristas en las listas electorales de Bildu provoca indignación transversal. Pero la rabia no es una política. Es sana reacción sensorial, aldabonazo cívico, rebote ético. ¿Cómo traducirlos en estrategia seria? Que huya de un inútil mirar hacia atrás y del aún peor desandar lo iniciado en 2011 con la amortización de ETA por el Gob...

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La desfachatez de colocar —en masa— a 44 exterroristas en las listas electorales de Bildu provoca indignación transversal. Pero la rabia no es una política. Es sana reacción sensorial, aldabonazo cívico, rebote ético. ¿Cómo traducirlos en estrategia seria? Que huya de un inútil mirar hacia atrás y del aún peor desandar lo iniciado en 2011 con la amortización de ETA por el Gobierno Zapatero-Rubalcaba.

¿Cómo? Lo primero es identificar su motivo. ¿Es provocar? ¿Es buscar un voto pedestre, antiejemplar? Hipótesis: es el tercer intento de blanquear la perversidad violenta para limpiar su trayectoria difuminando su culpa. Primero fue el lamento incompleto por “el dolor” causado a las víctimas, sin rectificación de fondo. Luego los ongi etorri, esas juergas de bienvenida a los excarcelados con manos ensangrentadas, pero ya libres en virtud de la democracia que combatieron. Ahora, este diseño de listas para banalizar los asesinatos antiguos como violencias equiparables a otras, el fiasco de la falaz equidistancia.

Todo, antes que hacer como Gerry Adams, los del IRA y los del Sinn Féin: rectificar de cuajo, y dar el ongi etorri... al jefe del Estado, un rey a cuyo padrino asesinaron los activistas: el símbolo del orden constitucional. Eso es lo que hay que pretender —y para lo que hay que presionar a los protagonistas—: la fijación de la memoria histórica real y el compromiso de no repetir la dialéctica de los secuestros y las bombas. Que solo será creíble tras una rectificación solemne. Se llama pedagogía. No desquite, lo más torpe, sobre todo, tras la limpia victoria de la democracia.

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Y contención. Y decencia. La única frase filoetarra de un gobernante es la de José María Aznar ante Yasir Arafat (4 de noviembre de 1998). Ensalzó a ETA como “Movimiento Vasco de Liberación”, gratis. Con Miguel Ángel Blanco recién apagado, acercó en un año a 120 presos, acogió a 300 exiliados, firmó 311 excarcelaciones. En eso exhibió razón de peso: “Tomar posesión de un escaño siempre es preferible a empuñar las armas”.

Borja Sémper, hoy portavoz de Núñez, apretaba el clavo: “Bildu no es ETA, lo importante es que ETA se ha acabado; cuanto antes cambiemos el chip, antes podremos construir el futuro [que] se tiene que construir también con Bildu” (Jotdown, enero de 2013). El entonces alcalde de Vitoria, Javier Maroto, hoy portavoz de Núñez en el Senado, clamaba: “No me tiemblan las piernas por llegar a acuerdos [con Bildu]”; “ojalá cunda el ejemplo” (9 enero de 2013). Y entre 2016 y 2019, Bildu y PP votaron juntos en 127 ocasiones en el Parlamento de Euskadi. Entonces Núñez no chistó. ¿Acaso llevaba un cilicio cosido en los labios?

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