El síntoma Milei

La marcha de este candidato ha introducido un estado de tal perplejidad en la política argentina que todavía no están bien perfilados los interrogantes que plantea

Javier Milei saluda a sus seguidores en un mitin para las elecciones legislativas en Argentina, en noviembre de 2021.Anadolu Agency (Anadolu Agency via Getty Images)

Las investigaciones de la opinión pública insisten en que Javier Milei, el candidato de ultraderecha de la agrupación La Libertad Avanza, se ha convertido en el dirigente preferido por los argentinos. Ya superó un piso del 24% de intención de voto y todavía hay un 39% que “quizás lo votaría”. Según esos estudios se va configurando un escenario en el que Milei podría participar de una eventual segunda vuelta, posterior a las elecciones presidenciales que se celebrarán el próximo 22 de oc...

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Las investigaciones de la opinión pública insisten en que Javier Milei, el candidato de ultraderecha de la agrupación La Libertad Avanza, se ha convertido en el dirigente preferido por los argentinos. Ya superó un piso del 24% de intención de voto y todavía hay un 39% que “quizás lo votaría”. Según esos estudios se va configurando un escenario en el que Milei podría participar de una eventual segunda vuelta, posterior a las elecciones presidenciales que se celebrarán el próximo 22 de octubre. Este economista, que comenzó a popularizarse hace no más de cuatro años, avanza casi sin estructura territorial. Con la liturgia de un astro del rock, organiza concentraciones que él llama “recitales”. Predica consignas de la derecha más conservadora, afín a Vox, en España, o al bolsonarismo, en Brasil. La estridencia de este candidato llama la atención pero, acaso, impida observar el mar de fondo que lo impulsa.

La Argentina sobre la que se proyecta la figura de Milei no crece desde hace una década. Desde hace cinco años está envuelta en una crisis delicada: renegoció su deuda pero sigue al borde del default; la inflación anual ya superó el 110%; los ahorristas huyen del peso en busca de dólares, que no consiguen porque las autoridades bloquearon el mercado de cambios; el salario se pulveriza y la pobreza supera marcas del 40%. El efecto de estas miserias sobre el estado de ánimo no se debe sólo a la magnitud de las desviaciones. Es también importantísimo la duración del malestar.

El efecto principal de esta persistencia es que es imposible culpar a una sola fuerza política por el desastre. Gobernó Cristina Kirchner entre 2007 y 2015; le sucedió Mauricio Macri, entre 2015 y 2019, que es cuando llegó Alberto Fernández apoyado por la señora de Kirchner. Cambiaron los partidos pero se agravaron los problemas. Así se explica que la polarización kirchnerismo/antikirchnerismo, o macrismo/antimacrismo, que explicó la vida pública argentina desde hace, por lo menos, 15 años, vaya perdiendo vigencia. Muchos ciudadanos empiezan a creer que “los culpables son todos”.

Sobre este sentimiento trabaja Milei, que propone una nueva contradicción. Ya no se oponen la izquierda y la derecha. Ahora es la gente contra la dirigencia. Los de arriba y los de abajo. La música tiene un parecido con la que interpretaba Pablo Iglesias desde la ultraizquierda española de Podemos. La consigna es terminar con “la casta”. La letra, sin embargo, es la opuesta.

Milei fue radicalizando su discurso. Comenzó criticando el gasto público, en especial porque se financia con emisión monetaria, lo que alimenta la inflación y el consiguiente deterioro del salario. Después llevó su crítica al Estado y, un poco más allá, a la burocracia política. A veces roza una última frontera. Por ejemplo, cuando dice que los desbarajustes argentinos comenzaron en 1916, es decir, con la democratización del voto. O cuando confiesa que, en los ratos libres, arroja dardos sobre una foto de Alfonsín. Raúl Alfonsín asumió el poder en 1983, después de la horrorosa dictadura iniciada en 1976. Por eso en el país se lo considera el padre de la democracia contemporánea. Milei ataca el gasto, más tarde al Estado, un poco después a la política, y amaga con condenar al sistema democrático.

Es difícil saber si la simpatía que despierta en franjas cada vez más diversas de electores se inspira en estos argumentos o si, en cambio, se debe a que lo ven enojado. Enojado como ellos. Arriba del escenario, o en el set de TV cuando lo entrevistan, Milei se enfurece, grita, insulta. Promete utilizar una motosierra para terminar con casi todo.

La oferta de Milei se sostiene en dos soluciones más o menos mitológicas. Acabar con “la casta” y resolver el descalabro económico con una dolarización. Las incógnitas que plantea la realización de esos objetivos todavía están sin despejarse. Al parecer importa poco. Los análisis cualitativos de la opinión pública, basados en la interrogación de grupos focales, interpretan que ese discurso esconde un par de claves del éxito del candidato.

La condena de la clase política tranquiliza las consciencias de votantes a los que se les está diciendo que carecen por completo de responsabilidad por el calamitoso estado del país. Los culpables son los que mandan. Esa misma imputación separa a Milei del resto de los políticos. Los demás aspirantes a gobernar a partir de diciembre de este año insinúan, con sinceridad variable, los sacrificios que deberá hacer la ciudadanía para que se normalice la vida material. En cambio, el candidato de la ultraderecha sugiere que los que pagarán el costo son los políticos, que viven del Estado, que él se propone reducir. Los argentinos vivieron ya dos décadas escuchando las diatribas de un discurso que condena al mercado desde el tribunal de la política. ¿Está entrando ahora en el ciclo inverso? Desde el trono del mercado se condena a la política.

El mismo atractivo tiene la receta económica de Milei. El peso será abandonado y se adoptará el dólar. Los ajustes que demandaría el pasaje de una moneda a otra quedan envueltos en la bruma. Los argentinos que, para protegerse de la inflación, buscan dólares, con Milei tendrán dólares. ¿A qué paridad? Para esa respuesta hay que esperar. Este líder emergente tiene un modelo. Pero todavía no tiene un proyecto. Es decir, un modelo susceptible de ser implementado. Es curioso: a Cristina Kirchner, en un distribucionismo que se quedó sin dólares, le está pasando lo mismo.

Cuando irrumpió en la escena, Milei era visto como lo que es: un enamorado del mercado, cultor de un capitalismo sin regulaciones, que iría corroyendo la base del PRO, el partido de Macri, que forma parte de la coalición Juntos por el Cambio. Ese fenómeno se mantiene, en especial entre los jóvenes. Pero ha comenzado a convivir con otro. Milei está amenazando también la base del peronismo que lidera Cristina Kirchner.

Son sectores de clase media baja empobrecida. También allí la más atraída es la juventud. La seducción sobre esta franja electoral es novedosa y se puede explicar por varias razones. La primera ya se dijo: mucha gente apoya a Milei no por lo que dice sino por cómo lo dice. Expresa un enfado contenido. Una segunda: muchos de esos ciudadanos pobres hasta hace poco tiempo pertenecían a la clase media. Tiene ingresos de pobres, pero categorías políticas y culturales de su anterior instalación en la pirámide. La tercera hipótesis: el candidato ultraliberal le habla a una multitud de trabajadores de poca edad que autogestionan su economía a través de plataformas digitales. Son choferes, repartidores y cuentapropistas informales que pretenden que el Estado no interfiera en su forma de ganarse el pan. El despliegue de Milei hacia este universo electoral se explica también en que, atormentado por una crisis económica de desenlace incierto, el peronismo parece encaminarse a un desastre electoral.

Perplejidad política

La marcha de este candidato ha introducido un estado de tal perplejidad en la política argentina que todavía no están bien perfilados los interrogantes que plantea. El más acuciante: si Milei entrara a la segunda vuelta y resultara vencedor, ¿con qué estructura gobernaría? ¿Qué fuerza tendría en el Congreso? ¿A quiénes buscaría como aliados? Él mismo se está formulando estas preguntas. Por eso ya no dice que “la casta” es la clase política. Desde hace una semana cambió la definición: ahora son los que toman decisiones en contra de la gente. En realidad, comenzó a aclarar Milei, él no está contra una casta, sino contra el status quo.

La peripecia de este candidato todavía debe sortear varias barreras. Sobre todo una: quienes se identifican con él en las encuestas adhieren a todo lo que dice, no se preguntan cómo llegaría a concretarlo, pero se detienen ante un enigma: los recurrentes ataques de furia de Milei, ¿esconden mal una estructura más profunda de inestabilidad emocional? Otros detalles de la personalidad de este economista pueden ser parte del folclore. Por ejemplo, la influencia determinante de su hermana Karina, una tarotista que lo conecta con su perro muerto en la ultratumba.

Esos arrebatos del candidato son muy llamativos. Sugieren que Milei es una innovación pero, a la vez, un síntoma. Un síntoma inquietante de la sociedad que se está mirando en él. La Argentina ingresó hace 22 años en una traumática tormenta. Fue el colapso de la convertibilidad, un régimen de tipo de cambio fijo en el que cada peso prometía valer un dólar. El derrumbe de ese sistema arrasó también con la administración de Fernando De la Rúa. Multitudes enardecidas, sin liderazgo alguno, se movilizaban al grito de “que se vayan todos”.

Ese estallido fue la cuna de dos sujetos políticos que pretendieron cerrar el abismo entre representantes y representados. Fueron el kirchnerismo, como expresión dominante del peronismo, y el macrismo, como canal de participación de los sectores medios que se habían desencantado con el radicalismo. Ambas fuerzas protagonizaron, en agresiva competencia, el juego político de las últimas dos décadas. Hoy las dos presentan signos de agotamiento. Una evidencia: Cristina Kirchner y Mauricio Macri, sus líderes, son los dos políticos con peor imagen en todas las encuestas.

Milei interpela al electorado. Pero interpela también a la dirigencia peronista del Frente de Todos y a sus rivales de Juntos por el Cambio. El ascenso de la nueva derecha populista encontrará un límite si esos dos actores consiguen renovarse.

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