25 de abril
Cortar el vínculo entre la resistencia y la Constitución -no solo simbólico sino de fondo, porque los valores del antifascismo son los valores de la república-, tendría consecuencias muy graves para la democracia italiana
Con motivo del 50 aniversario del 25 de abril de 1945, el historiador Pietro Scoppola se preguntaba si seguía teniendo sentido, y qué sentido, celebrar el aniversario de la liberación. Scoppola era católico. Demasiado joven para participar en la resistencia, tenía sin embargo un vivo recuerdo de los “largos meses de la ocupación alemana” de Roma: las redadas de las SS en busca de trabajadores para enviarlos a Alemania, la redada del gue...
Con motivo del 50 aniversario del 25 de abril de 1945, el historiador Pietro Scoppola se preguntaba si seguía teniendo sentido, y qué sentido, celebrar el aniversario de la liberación. Scoppola era católico. Demasiado joven para participar en la resistencia, tenía sin embargo un vivo recuerdo de los “largos meses de la ocupación alemana” de Roma: las redadas de las SS en busca de trabajadores para enviarlos a Alemania, la redada del gueto y la deportación de 1259 judíos que fueron enviados a campos de exterminio, la masacre de las Fosse Ardeatine. Scoppola nació en 1926, por lo que había asistido a la escuela durante los años del régimen fascista. Como todos los jóvenes de aquella generación, no tuvo experiencia directa de la dialéctica de partidos típica de las democracias. Fue durante la ocupación cuando, gracias a la prensa clandestina, empezó a formarse una nueva conciencia. El hombre que hizo aquellas preguntas sobre el 25 de abril de 1995 no era, por tanto, un nostálgico del fascismo. Al contrario, era una de las voces más claras y autorizadas, en el mundo católico, de una cultura que se había adherido a las razones de la oposición al fascismo y a los principios de la Constitución nacida de la resistencia.
Precisamente por ello, su pregunta sobre el 25 de abril merece hoy atención. Scoppola escribió que “a los italianos les cuesta estar unidos en los momentos destacados de su historia; no existe en nuestro país un sentimiento arraigado de una historia común; la labor de los historiadores ha contribuido, con interpretaciones radicales y unilaterales, ligadas a presupuestos ideológicos y políticos, a desgarrar en lugar de componer el tejido de una historia común. (...) El 25 de abril no escapa a este destino: en 50 años, la fecha no ha adquirido la profundidad de una seña de identidad nacional”. En sus escritos sobre el 25 de abril, Scoppola reconstruyó las causas de esta incapacidad de los italianos para “recordar juntos”. Un proceso de unificación tardío, en comparación con el de otras naciones europeas, había provocado una dramática ruptura entre el nuevo Estado y la Iglesia católica, que sólo se recompuso a duras penas, mediante un concordato fuertemente deseado por Mussolini y, por tanto, en cierta medida viciado por el carácter no democrático del régimen que lo había firmado. A debilitar aún más la fuerza del sentimiento de pertenencia común de los italianos habían contribuido 20 años de fascismo, que tenía en el nacionalismo una de las piedras angulares de su ideología. Fue también el fascismo quien había querido las leyes raciales que privaron a los judíos de sus derechos de ciudadanía, allanando el camino para la marginación y luego la deportación de miles de italianos de religión judía a campos de exterminio. Por último, en la fase final del conflicto mundial, Italia se vio aún más dividida por una sangrienta guerra civil entre fascistas y antifascistas que también implicó a la población civil, especialmente en las regiones del centro y del norte.
Ni siquiera el retorno a la democracia había conseguido reconstruir por completo un sentimiento común de identidad nacional. La Constitución se basaba en los valores del antifascismo, por lo que fue aceptada con muchas reservas no sólo por los vencidos, sino también por todos aquellos italianos que se habían situado en la zona gris de los que habían convivido con el régimen sin cuestionar sus perversas decisiones. No es casualidad que Scoppola se planteara estas preguntas precisamente en 1995. Italia atravesaba, en efecto, una fase de profunda transformación de su sistema político. Las fuerzas que habían contribuido a redactar la Constitución se habían visto desbordadas por la crisis de legitimidad desencadenada por las investigaciones sobre la corrupción de los partidos, y acababa de terminar la experiencia del primer Gobierno de Silvio Berlusconi, entre cuyos miembros figuraba Alianza Nacional, el partido heredero del legado del Movimiento Social Italiano, fundado en la posguerra por hombres vinculados al fascismo.
Resulta sorprendente releer hoy las páginas de Scoppola sobre el significado del 25 de abril, a raíz de la carta de Giorgia Meloni publicada en el diario nacional de mayor difusión, en la que la jefa del gobierno italiano, que comenzó su carrera política como exponente juvenil del Movimiento Social Italiano, intenta proponer una nueva interpretación de la fiesta de la liberación. Da la impresión de que los italianos siguen presos del síndrome denunciado por Scoppola a principios de los años noventa, y que siguen siendo incapaces de “recordar juntos su historia”. Consuela, pero no tranquiliza, el discurso pronunciado, el mismo día en que se hizo pública la carta de Meloni, por el presidente de la República, Sergio Mattarella, que reiteró el vínculo indisoluble entre la Constitución y la resistencia al fascismo. Al sugerir que el día de la liberación debería entenderse como un “día de la libertad”, Meloni da a entender que este vínculo ha perdido su relevancia en un país en el que la memoria del fascismo y la guerra se desvanece a medida que desaparecen los últimos testigos directos de aquellos años. Está en juego el intento de la jefa del Gobierno de presentarse como la líder de una nueva derecha conservadora, que ya no tiene que dar cuenta de sus vínculos con el pasado y de las ambigüedades que muchos de sus exponentes siguen teniendo respecto a las responsabilidades históricas del fascismo. Un discurso que también podría encontrar interlocutores interesados en los círculos centristas preocupados por el nuevo impulso dado por Elly Schlein al Partido Demócrata. No es casualidad que, en su carta, Meloni se refiera al apoyo que el Gobierno que dirige está dando a la Ucrania atacada por Rusia.
Cortar el vínculo entre la resistencia y la Constitución —que, como recordó Scoppola, no es solo simbólico sino de fondo, porque los valores del antifascismo son los valores de la república democrática— tendría consecuencias muy graves para la democracia italiana, en un momento en que en muchos países europeos las tendencias autoritarias parecen encontrar un renovado consenso entre los votantes atemorizados por la crisis económica y la inestabilidad internacional. Para avanzar sin perder el rumbo, hay que saber adónde se quiere ir. Borrar el pasado es una forma de reabrir una puerta que los italianos cerraron el 25 de abril de 1945 cuando se liberaron del fascismo.