Un plan simple

Ahí estábamos. Dos desconocidos girando sobre un trozo de roca y fuego sin más objetivo que el de respirar un rato o existir mejor

Una mujer busca libros en una librería de Barcelona.Gianluca Battista

El sábado fuimos con N. a comprar vinos hasta una bodega cerca de Palafrugell, Costa Brava. Queríamos una cepa a la que, durante la cena del viernes en la casa en donde vivimos y trabajamos, le hice mucha propaganda: cabernet franc. Cuando llegamos estaba cerrada. Abrían a las cuatro. Para pasar el tiempo fuimos a una librería, pero no abrían hasta las cinco. Así que buscamos un bar. Entramos. N. es joven, quiere cosas y a vece...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El sábado fuimos con N. a comprar vinos hasta una bodega cerca de Palafrugell, Costa Brava. Queríamos una cepa a la que, durante la cena del viernes en la casa en donde vivimos y trabajamos, le hice mucha propaganda: cabernet franc. Cuando llegamos estaba cerrada. Abrían a las cuatro. Para pasar el tiempo fuimos a una librería, pero no abrían hasta las cinco. Así que buscamos un bar. Entramos. N. es joven, quiere cosas y a veces, como a todos, le cuesta lograrlas. Hablamos. Yo, más bien, hice preguntas. Fue como entrar en un bosque cerrado entendiendo por dónde era el camino, cómo había que hacer para llegar a él. Al rato, cuando nos fuimos, algo había quedado en esa mesa, una carga que uno de nosotros había llevado durante demasiado tiempo. Ya en la calle, N. me pasó una mano sobre el hombro y dijo: “Oye: gracias”. El cielo brillaba como una perla blanca. Buscamos el auto, fuimos a la bodega, compramos. Al terminar, N. preguntó: “¿Quieres ir a ver libros?”. Yo pregunté: “¿Y vos?”. N. dijo: “Yo siempre quiero ir a ver libros”. Regresamos a la librería con el entusiasmo de dos críos que se disponen a jugar. Husmeamos —”¿Leíste esto, y esto otro?”—, nos regalamos libros mutuamente. Volvimos a la casa, bajamos los paquetes. Cenamos temprano, con la alegría cansada de los cosecheros. Si hubiera habido sol, lo hubiera opacado nuestro resplandor. Al terminar, salimos al jardín. El mar sonaba cerca, no había viento. Todo parecía liviano. No había ninguna pena que adorar. Y ahí estábamos. Dos desconocidos girando sobre un trozo de roca y fuego sin más objetivo que el de respirar un rato o existir mejor, dilapidando el tiempo sin intensidad. A las once dije: “A dormir, que mañana se trabaja”. Se marchó a su casa en el otro extremo del camino de entrada, yo a mi cuarto. Podría parecer que no, pero fue un día excepcional.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Más información

Archivado En