Tribuna

La disyuntiva de Europa sobre China

La diferencia entre el enfoque de Von der Leyen y el de Macron sobre la relación de la UE con Pekín es que el del presidente francés conduce a una posición de debilidad de la Unión

De izquierda a derecha, Emmanuel Macron, Xi Jinping y Ursula Von der Leyen, el pasado 6 de abril en Pekín.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

En las últimas semanas, dos de las figuras políticas más destacadas de la Unión Europea han expuesto visiones divergentes sobre cómo debe enfocar el continente su relación con China. Esto no es necesariamente malo. Con demasiada frecuencia, en los últimos años, el debate europeo sobre la política hacia China se ha visto coartado por políticos reacios a decir en público lo que realmente pensaban.

Pero de las visiones articuladas por el ...

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En las últimas semanas, dos de las figuras políticas más destacadas de la Unión Europea han expuesto visiones divergentes sobre cómo debe enfocar el continente su relación con China. Esto no es necesariamente malo. Con demasiada frecuencia, en los últimos años, el debate europeo sobre la política hacia China se ha visto coartado por políticos reacios a decir en público lo que realmente pensaban.

Pero de las visiones articuladas por el presidente francés, Emmanuel Macron, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sólo una ofrece un camino viable para Europa.

La agenda de “des-riesgo” de Von der Leyen, expuesta en un discurso pronunciado en Bruselas a finales de marzo, establece un claro equilibrio entre los riesgos y las oportunidades de la relación con un país que la Unión Europea ha descrito como un “rival sistémico” durante los últimos cuatro años. Se trata de una agenda que, si se aplica bien, podría ayudar a Europa a trazar un camino distinto del que se está desarrollando en Washington, garantizando al mismo tiempo que la alianza transatlántica no se desgarre.

El discurso, pronunciado días antes de que Von der Leyen se uniera a Macron en Pekín para reunirse con el presidente chino, Xi Jinping, fue de línea dura para los estándares europeos. Señaló la creciente asociación de China con Rusia, su uso de la coerción económica para obligar a países como Lituania a alinearse con sus prioridades políticas y las violaciones de los derechos humanos en la región de Xinjiang que, según las Naciones Unidas, pueden constituir crímenes contra la humanidad.

Pero también se preocupó de elogiar los logros económicos y la rica historia del país. Y dejó claro que Europa estaba dispuesta a cooperar con los dirigentes chinos en asuntos de interés mutuo, como el cambio climático.

En el centro de la agenda de Von der Leyen estaba el mensaje de que Europa debe desarrollar su propia estrategia en lo que respecta al compromiso económico con China. Subrayó que la mayor parte del comercio con China no es problemático. Pero también dejó claro que la UE debe reducir su dependencia de China, que ha hecho a Europa más vulnerable al chantaje que nunca de Rusia, y adoptar un enfoque más restrictivo respecto a las transferencias de tecnologías sensibles que Pekín podría utilizar para modernizar su ejército.

Esto afectaría probablemente sólo a un grupo de países de la UE que albergan empresas tecnológicas punteras. Pero es un paso vital para tender un puente entre la UE y EE UU en la política hacia China. Tras los controles a la exportación de equipos semiconductores avanzados que la Administración Biden dio a conocer el 7 de octubre del año pasado, Washington se dispone a desplegar una serie de nuevas restricciones comerciales y de inversión dirigidas a China a lo largo de 2023. Estas medidas plantearán a los europeos una disyuntiva.

Se pueden rechazar las preocupaciones de Estados Unidos sobre las transferencias de tecnología, seguir como hasta ahora y correr el riesgo de que Washington presione. O se pueden desarrollar sus propias líneas rojas para el compromiso económico con China, como defiende Von der Leyen, e intentar convencer a Washington, junto con Tokio y otros socios, de que adopte restricciones limitadas y específicas basadas en preocupaciones legítimas sobre la seguridad nacional.

Von der Leyen y la Comisión Europea han comprendido que aquí sólo hay una opción real. Se espera que la Comisión presente los primeros elementos de una estrategia de seguridad económica a los líderes de los Veintisiete en el próximo Consejo Europeo de junio. Será importante que grandes países europeos como España, cuyo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, viajó a China el mes pasado, participen plenamente en este proceso. España, al igual que otros Estados de la UE, ha visto cómo su déficit comercial con China aumentaba en los últimos años. En 2022 importó más productos de China que de cualquier otro país, incluidos socios de la UE como Alemania y Francia.

La alternativa a la visión de Von der Leyen fue articulada por Macron durante su visita de tres días a China, y en entrevistas que concedió a periodistas durante el viaje. Prevé que Europa trace un camino intermedio entre Pekín y Washington.

En el mundo perfecto de Macron, Europa se opondría a los intentos de EE UU por restringir el comercio y la inversión con China por motivos de seguridad nacional, volviendo a arriesgar en lugar de des-arriesgar. Seguiría confiando en las garantías militares estadounidenses hasta que Europa hubiera alcanzado la plena “autonomía estratégica” y fuera capaz de defenderse por sí misma. Y se lavaría las manos en complicados enredos geopolíticos lejos de sus fronteras, como Taiwán. Si esto suena a “tener tu gâteau y comértelo también”, es porque lo es.

Europa, en palabras del presidente francés, sería una fuerza de paz y estabilidad frente a las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China. Y lo lograría manteniéndose plenamente comprometida, incluso cercana, a Pekín. “Creo que hay una atracción mutua entre Francia y China, una fascinación, una amistad, un camino que quizá sea todo nuestro”, afirma Macron en un vídeo de su viaje en el que parece presentar a China como un estrecho aliado de Francia y no como un rival geopolítico que se alía con la Rusia de Vladímir Putin.

Fue Macron quien declaró en 2019 que la era de la ingenuidad de Europa con China había llegado oficialmente a su fin. No hubo señales de ello durante su viaje. Macron no recibió ni una sola concesión de Xi sobre Ucrania, el asunto que más le preocupaba. A pesar de ello, ofreció al líder chino un regalo retórico tras otro, socavando un frágil consenso europeo y transatlántico sobre China. En los días posteriores a la visita de Macron, Pekín lanzó extensas maniobras militares en torno a Taiwán y ha condenado a dos abogados de derechos humanos a largas penas de prisión.

Tanto Von der Leyen como Macron rechazan la idea de una desconexión económica de gran alcance con China. Ninguno de los dos apoya la contención o el aislamiento de la segunda economía mundial. Ambos miran al otro lado del Atlántico y se preocupan por el tono cada vez más áspero del debate en Washington sobre China, especialmente en la cuestión de Taiwán.

Pero un enfoque podría evitar una peligrosa ruptura en torno a China, tanto dentro de la Unión Europea como entre Europa y Estados Unidos. El otro corre el riesgo de conducir a una Europa debilitada, dividida y a merced de las grandes superpotencias del Este y del Oeste. Esto es lo contrario de lo que el propio Macron dice querer.

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