Tribuna

‘Las Meninas’ o el paraqué de la inteligencia artificial

Cuando la IA desafía nuestra capacidad creativa, es más necesario que nunca afianzar nuestra confianza en el ingenio humano, en su genialidad. Tenemos que elevar nuestras pretensiones y salir del marco que la máquina hará más rápido y mejor

SR. GARCÍA

La genialidad humana reside en anticipar y proponer mundos antes de que sean creados. Estos se fundan en la imaginación. En la potencia inagotable que desata la creatividad humana cuando desea superar los límites de lo conocido. Así se fecunda el progreso y avanza la humanidad. Algo que ha hecho insustituible, hasta ahora, al ser humano. No solo porque ha impulsado la evolución científica y técnica, sino porque ha empujado nuestra mirada con anticipaciones que soñaban lo desconocido. Que nos proyectaban más allá de las fronteras de lo posible.

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La genialidad humana reside en anticipar y proponer mundos antes de que sean creados. Estos se fundan en la imaginación. En la potencia inagotable que desata la creatividad humana cuando desea superar los límites de lo conocido. Así se fecunda el progreso y avanza la humanidad. Algo que ha hecho insustituible, hasta ahora, al ser humano. No solo porque ha impulsado la evolución científica y técnica, sino porque ha empujado nuestra mirada con anticipaciones que soñaban lo desconocido. Que nos proyectaban más allá de las fronteras de lo posible.

Eso hizo Velázquez en Las Meninas. Se adelantó tres siglos y medio y nos ofreció una mirada anticipadora de posibilidades que hoy es capaz de proporcionarnos la tecnología basada en inteligencia artificial (IA) a través, por ejemplo, del metaverso. Lo hizo mediante la imaginación, el deseo y la provocación que encierra el inconformismo humano hacia la experiencia de lo inmediato. Algo que ahora, cuando la IA pugna por arrebatar al ser humano la capacidad de crear, incluso en el ámbito del arte y el conocimiento, nos da pistas de hacia dónde dirigir nuestros pasos como la especie esencialmente creativa que somos y debemos seguir siendo en el futuro.

Si queremos que GPT-3, Dall-E o Mindjourney, por citar algunas IA que han provocado un gran impacto social en los últimos tiempos, no sustituyan la creatividad humana dentro del proceso de automatización generalizada al que nos exponemos y que transforma a la humanidad en una civilización tecnológica, los seres humanos debemos renunciar a competir con ellas. Para ello, hemos de elevar nuestras pretensiones y salir del marco que la IA hará más rápido y mejor, para reivindicarnos y vernos a nosotros mismos como una especie creativa que tiene por delante la empresa exclusiva de seguir imaginando el futuro.

Esta es la forma de situarnos por encima de la técnica aunque nos supere en capacidades, que es lo que sucederá con la IA a medida que pase el tiempo. Recuperemos a Ortega y hagamos nuestra la reflexión que hacía cuando sostenía que el sentido de la técnica es ponerse al servicio de la imaginación humana, haciéndola posible. El ser humano, pensaba nuestro filósofo, dispone de capacidad técnica porque su inteligencia es capaz de crear proyectos vitales que ancla en el futuro gracias a su capacidad para fantasear y superar así el contexto esencialmente necesitado que lo define. Un poder de figuración que la máquina no tiene y que lleva al ser humano a emanciparse de lo presente gracias, como decía Ortega, al acto técnico.

Hegemonizar esta capacidad de emancipación imaginativa es lo que el ser humano debe potenciar de cara al futuro en su relación con las máquinas. Sobre todo porque no podrá hacerlo la IA hasta que no se convierta en una IA general o fuerte. Esto es, una inteligencia paralela a la humana pero con capacidad para entender sus propios contextos, atribuirse marcaciones de significados cambiantes a su desempeño en la realidad y alcanzar, finalmente, una noción cercana al sentido común. Y aun así, es difícil aventurar si a partir de este sentido común podrá la IA imaginar mundos y anticiparlos como lo hizo Velázquez.

Precisamente, Las Meninas es un ejemplo que nos muestra dónde radica la superioridad de la inteligencia humana y cómo tenemos una obligación moral de potenciarla si queremos seguir liderando la civilización tecnológica que estamos impulsando con nuestra automatización. Entre otras cosas, porque esta nace de la fantasía y la búsqueda de respuestas que satisfagan nuestra vocación ilimitada de bienestar en contextos necesitados de él.

Que es lo que sucede con Velázquez cuando nos propone una mirada que saca de quicio la perspectiva misma del Renacimiento y la lleva más lejos de lo imaginado por los promotores de ella. Es más, nos sitúa ante una experiencia potencialmente inmersiva a pesar de que entonces no existía la infoesfera ni se la esperaba. Y lo hizo fantaseando más allá de lo que la perspectiva era capaz de mostrar, que fue mucho, pues cambió la mirada de Occidente al proponer una técnica tridimensional que facilitó una forma de representación que emulaba la experiencia del mundo a través de una superficie bidimensional.

La posibilidad de visualizar sobre la superficie de un cuadro una realidad tridimensional no solo puso los cimientos de la modernidad, sino que, como vemos a través del poder fantaseador de Velázquez, nos condujo por un itinerario que nos brindó la oportunidad de saltar dentro del cuadro de Las Meninas y ser parte del efecto mismo de tridimensionalidad que pintó delante de nuestros ojos. Al hacerlo, nos ofreció la representación de una experiencia inmersiva antes de que se produjera gracias al metaverso.

Con este golpe genial de anticipación, nuestro pintor universal propuso una mirada que, como vio Foucault, apresaba al espectador con sus ojos y le obligaba a entrar en el cuadro. De este modo, hizo posible con su propuesta imaginativa lo que tres siglos después hace, por ejemplo, la inteligencia artificial a través del metaverso: darnos la oportunidad de entrar dentro de Las Meninas, cruzar la estancia y reflejarnos en el espejo del fondo que aparece en el famoso lienzo para ocultar la imagen de los reyes y avanzar hacia ese punto de fuga misterioso que, en la esquina superior del lienzo, nos abre una puerta para deambular con nuestra fantasía por el mítico alcázar de los Austrias e, incluso, salir al Madrid de 1656, que fue cuando se pintó el cuadro.

Velázquez se adelantó a nuestro tiempo imaginando algo que ahora es posible. Una hazaña que muestra cómo la técnica no tiene por qué ser distópica si el ser humano se empodera sobre ella y hace posible que su inteligencia aumente y no que se empequeñezca. De ahí que, cuando la IA comienza a desafiar nuestra capacidad creativa, es más necesario que nunca afianzar nuestra confianza en el ingenio humano, en su genialidad. Para ello hay que resignificar la superioridad de la inteligencia humana cualitativamente. Destinarla a complementar a la IA con miradas anticipatorias en las que se filtre la genialidad creativa de nuestra especie frente a las máquinas.

Una empresa que no admite demora. Al menos si queremos guiar a las máquinas y dirigirlas hacia trabajos que la inteligencia humana debe dejar de desempeñar si quiere centrarse en aquellos otros que le permitan saltar de los conocimientos específicos, que han de reservarse a la IA, para localizarse en los más generales y superiores que deberían conducirnos a restaurar la olvidada sabiduría.

No fracasamos por soñar, sino por no hacerlo con la suficiente fuerza. Aprovechemos la IA para darnos esa fuerza y hagamos avanzar aún más nuestra capacidad para imaginar más y nuevos mundos. Aumentemos con ella la inteligencia humana y mostremos Las Meninas para decir que aquí, en España, se pensó la realidad virtual cuando nadie la tenía en la cabeza. Qué gran icono de la mano de Velázquez y el Museo del Prado para una ciudad que podría soñarse a sí misma como una capital que anticipe los paraqués humanistas que sueñen nuestra civilización tecnológica.

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