Tríptico de Ramón Tamames

¿Por qué Tamames, más allá de su megalomanía y su peripecia personal, está dispuesto a legitimar ahora un bloque antisistema como el que Vox representa?

Ramón Tamames y el líder de Vox, Santiago Abascal.VOX

Si el cometido del pintor de cámara de palacio era ensalzar a la Corona, Goya la bajó del pedestal al componer el retrato de la familia real. Su precisión psicológica provoca, inevitablemente, el rechazo al contemplar aquella tropa. La misma sensación que transmite la fotografía que Vox mandó a los medios para anunciar que mañana sus diputados registrarán su moción de censura contra el Gobierno y en virtud de la cual proponen a ...

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Si el cometido del pintor de cámara de palacio era ensalzar a la Corona, Goya la bajó del pedestal al componer el retrato de la familia real. Su precisión psicológica provoca, inevitablemente, el rechazo al contemplar aquella tropa. La misma sensación que transmite la fotografía que Vox mandó a los medios para anunciar que mañana sus diputados registrarán su moción de censura contra el Gobierno y en virtud de la cual proponen a Ramón Tamames como nuevo presidente. Si el verde del partido nacionalpopulista debería transmitir esperanza, ese color sobreimpuesto sobre la fachada del Congreso de los Diputados enmarca el desagradable efecto kitsch de la imagen. Arrogándose la representación de la soberanía, esos 12 hombres solo pueden ser percibidos como los representantes no de una España antigua, sino de un país grotesco que se parece muy poco a la realidad. Solo faltaba que Tamames, como el Rey de Goya, sea el único hombre que mira no se sabe muy bien hacia dónde. Esa mirada que se quiere firme pero es errática ha caracterizado su trayectoria última. Ha incluido desde elogios a José Antonio hasta la nostalgia épica de la España imperial. “¿Somos los españoles de ahora comparables a los de los comienzos de aquella larga andadura, y también navegadura? El genio y figura de aquellos siglos de oro de la Historia parecen esfumados en las generaciones de hoy”.

Este Tamames que puede hablar con erudición de esto y de aquello tiene algo del charlista enfatuado que es el ameno intelectual reconvertido en tertuliano. Empezó a ejercer a finales de la década de los ochenta. Así quedó inmortalizado en otro cuadro de grupo, bien conectado con la tradición artística nacional. Es la versión de La tertulia del café de Pombo titulada La tertulia de Antonio Herrero. Él contó su historia en algún artículo, lo reprodujo en sus memorias. Allí están los que actuaron como grupo de contrapoder informal, autores del volumen Contra el poder, los que pretendían asaltarlo tensionando al máximo la conversación pública. Lo pintó Álvaro Toledo a mediados de 1996, “cuando la mayoría de los tertulianos, componentes del Sindicato del crimen, estaban más relajados”, es decir, cuando la misión estaba cumplida. Habían asediado al felipismo en su fase degradada y terminal y, con la llegada del aznarato, esperaban conquistar el poder mediático en virtud de los servicios prestados. Las implicaciones de esa pintura, con Sánchez Dragó también presente como en la foto de Vox, merecerían una crónica que aún está por escribir y en cuyo eje se situó Mario Conde y el dinero de Banesto. El cuadro está colgado en el despacho de Tamames.

Pero para completar este tríptico falta otra imagen de grupo, la más antigua, que solo he visto reproducida en la biografía Javier Pradera o el poder de la izquierda de Jordi Gracia. Es de la noche electoral del 15 de junio de 1977. Es de una reunión de representantes de la vieja y la nueva política. El candidato Felipe González se acerca a una mesa que compartían Tamames ―sería diputado por el PCE, era socio fundador de este periódico―, Pradera, Jorge Semprún y Fernando Claudín. Ese grupo de intelectuales nutrido en el comunismo de postguerra, con grados de influencia variable, había desarrollado una labor trascendental para la consolidación democrática española: la fundamentación ideológica de una cultura política que logró ser hegemónica y desembocaría en la centralidad del socialismo liberal durante el despliegue del Estado del 78. ¿Por qué Tamames, más allá de su megalomanía y su peripecia personal, está dispuesto a legitimar ahora un bloque antisistema como el que Vox representa? En este tríptico donde le contemplamos, se refleja el actual giro reaccionario y su origen nacional, su pulsión destructiva tan marcadamente capitalina. Pero también nos advierte de la creciente desconexión entre el pasado y el presente de la cultura política progresista en nuestro país. Recoser esta alianza intergeneracional, para afianzar el proyecto del actual Gobierno, podría ser la mejor respuesta al esperpento que puede ser esta moción de censura.

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