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Hasta las tetas

Estoy harta de ver cómo se zurran los dos partidos del Gobierno por la ‘ley del solo sí es sí’ mientras la derecha asiste encantada a la trifulca

Estoy harta. Hartísima. Hasta las tetas. Harta de ver cómo se zurran los dos partidos del Gobierno de izquierdas a cuenta de la ley del solo sí es sí mientras la derecha asiste encantada a la trifulca explotando obscenamente el mantra de “violadores, a la calle”, fantástico eslogan de campaña que les han servido en bandeja. De que la ministra de Igualdad se emperre en mantenerla y no enmendarla, ...

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Estoy harta. Hartísima. Hasta las tetas. Harta de ver cómo se zurran los dos partidos del Gobierno de izquierdas a cuenta de la ley del solo sí es sí mientras la derecha asiste encantada a la trifulca explotando obscenamente el mantra de “violadores, a la calle”, fantástico eslogan de campaña que les han servido en bandeja. De que la ministra de Igualdad se emperre en mantenerla y no enmendarla, culpando a todos menos a sí misma de las sangrantes reducciones de penas a agresores sexuales. De que la ministra de Justicia responsabilice tarde, mal y nunca de las mismas a la ley de su colega, como si esta no hubiera sido aprobada por todo el Consejo de Ministros. De que, si a la ministra de Derechos Sociales le apetece ir un día sin sostén por la vida, salgan de la cueva hordas de salidos y puritanos a afeárselo, como si las tetas fueran, no sé, ojivas atómicas. Hartita me tienen entre unas y otros.

Pero es que, además y sobre todo, estoy hartísima de mí misma. Harta de volver a verme escribir que una mujer, y un hombre, y una persona no binaria, y cualquier ser humano sobre la faz de la Tierra no tiene por qué hacer o dejarse hacer lo que no desea, pero que también puede iniciar un acto sexual y pararlo cuando le dé la gana, sin que ello suponga que el otro se crea con derecho a continuar a las bravas porque lo que se empieza, se acaba. De discutir hasta con mis mejores amigas sobre que defender lo contrario implica suponer que todos los hombres son orangutanes y todas las mujeres calientapollas en potencia, y de que acaben admitiéndomelo. Hartísima estoy, lo confieso, de creer de verdad todo esto y, a la vez, de oírme suplicarles a mis hijas que no vuelvan solas a casa de noche, ni borrachas ni sobrias, y que las muy hijas de su madre me respondan que las deje vivir su vida y que valiente feminista estoy hecha. Así que, por la parte que me toca, exijo a quienes han errado que pidan disculpas, asuman responsabilidades y arreglen esta chapuza. Qué cabreo. Qué hartura. Qué vergüenza.

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