Venezuela: enero caliente
Son los maestros quienes motorizan las protestas que, en rigor, comenzaron a inicios del año pasado cuando el régimen pretendió modificar un aumento salarial para el sector público decretado por Nicolás Maduro
El salario mínimo en Venezuela no llega a 12 dólares: el país ocupa hoy el primer lugar en inflación y es último en salarios en todo el mundo. La ola de protestas en procura de aumentos salariales para los maestros no deja de crecer y gana apoyo en todo el territorio al tiempo que parece sorprender por igual a Nicolás Maduro y a la oposición po...
El salario mínimo en Venezuela no llega a 12 dólares: el país ocupa hoy el primer lugar en inflación y es último en salarios en todo el mundo. La ola de protestas en procura de aumentos salariales para los maestros no deja de crecer y gana apoyo en todo el territorio al tiempo que parece sorprender por igual a Nicolás Maduro y a la oposición política.
No bien la inconducente martingala del “gobierno interino” presidido por un proxy de Leopoldo López terminó de venirse abajo en las últimas semanas de 2022, las persistentes protestas que, aunque sin coordinación entre ellas, jalonan la vida venezolana desde hace una década, cobraron fuerza y hoy copan la escena nacional.
Encabezadas por el preterido gremio magisterial, uno de los más golpeados por la desaprensión del régimen, las marchas recogen en este momento la simpatía de todos los sectores nacionales. No es el único sector laboral de la administración pública en organizarse para la protesta : lo acompañan los gremios de las industrias siderúrgicas de nuestra Guayana.
Esto último resulta muy significativo —aunque deba matizarse— porque desde los años 70 del siglo pasado la región fue asiento de un poderoso movimiento sindical solo comparable en importancia al sindicalismo petrolero. A diferencia del petrolero, cooptado por Chávez desde hace veinte años, el sindicalismo guayanés ha sido objeto de incesante persecución hasta la fecha y varios de sus dirigentes más caracterizados se han contado entre los presos políticos del régimen madurista.
Aunque la industria siderúrgica, saqueada y en gran parte desmantelada, no es hoy la sombra de lo que fue a fines del siglo pasado, perviven en ella tercos bastiones sindicales de no desdeñable experiencia y combatividad. Algo parecido podría decirse, también con matices, del sector salud.
La “revolución” bolivariana hizo de la salud para todos una de sus consignas más caras y a partir de ella Chávez pretendió construir un sistema de salud nacional que superase en alcance y calidad al legado por la era democrática (1958 – 1998). Su fórmula para ello fue destruir lo existente y suplirlo con un aspaventoso asistencialismo “a la cubana” solo sirvió para subsidiar, fuertemente y durante años, los programas de exportación de servicios médicos de la isla.
Con todo, y pese a la diáspora que ha restado a Venezuela miles de médicos y cuadros técnicos de alta calificación, los sanitarios venezolanos han afrontado con entereza y abnegación la falta de insumos y el deterioro de edificaciones y equipos. La pandemia fue, durante 2020-21, una dura prueba que incluyó una feroz persecución al personal que se mostró más contestatario ante las estrategias gubernamentales.
Hoy son los maestros quienes motorizan las protestas que, en rigor, comenzaron a inicios del año pasado cuando el régimen pretendió modificar un aumento salarial para el sector público decretado por Nicolás Maduro.
Para ello el Ministerio de Economía y Finanzas emitió un instructivo rector del incremento que, de haberse aplicado, habría reducido sensible, absurdamente, la mejora salarial y, además, violaría convenciones contractuales en todos los niveles de la administración pública. Los gremios docentes universitarios y los de la salud de todo el país fueron factor decisivo en la derrota de las pretensiones maduristas.
No fue sin una dura batalla que se logró, al cabo de semanas, que el régimen desistiese de desmejorar lo que ya había otorgado. Sus funcionarios obraron con arrogancia y ánimo represor. Al cabo de una movilización nacional, el régimen congeló la aplicación del instructivo aunque no lo ha derogado.
¿Por qué incurrió el gobierno de Maduro en semejante despropósito? Procurando contener la hiperinflación quiso reducir el gasto público afectando al sector que juzgó más débil y se equivocó de medio a medio. El gremio educador pudo flexionar su musculatura en un ensayo general de las jornadas de protestas que hoy desafían a Maduro.
La clase política, entre tanto, absorta en los miles de millones de dólares de los activos petroleros congelados por Washington en el exterior y atenta a asegurarse un papel debatiblemente “decoroso” en la farsa electoral que prepara Maduro para 2024, no puede ni siquiera intentar colonizar la ola de protestas, mucho menos ponerse al frente de ellas. Tan grande es el rechazo general a los partidos políticos.
Tanto para Leopoldo López como para sus adversarios en la mêlée de México, es una situación sencillamente trágica.
Líderes muy respetados del movimiento en pro de salarios dignos consagrados en la Constitución ya han sido muy explícitos en la advertencia : “manténganse alejados, esto es asunto nuestro”.