Venezuela, que algo queda

El problema de ‘venezualizar’ el día a día de la política es que, cuando llega la hora de la diplomacia, España ha estado ausente

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.REUTERS

La conversación se dio varias veces, pero recuerdo especialmente una, subiendo al barrio de Carpintero, en Petare (Caracas). Daniel, El Gordo, el ángel de la guarda de muchos periodistas que caíamos en Venezuela, me volvía a preguntar lo mismo: “¿Por qué en España se habla tanto de Venezuela? ¿Qué les pasa?”. Uno le trataba de explicar que la situación de su país estaba siendo usada por muchos políticos porque, para hacerle el cuento rápido, un partido que aspiraba a formar parte del Gobierno ...

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La conversación se dio varias veces, pero recuerdo especialmente una, subiendo al barrio de Carpintero, en Petare (Caracas). Daniel, El Gordo, el ángel de la guarda de muchos periodistas que caíamos en Venezuela, me volvía a preguntar lo mismo: “¿Por qué en España se habla tanto de Venezuela? ¿Qué les pasa?”. Uno le trataba de explicar que la situación de su país estaba siendo usada por muchos políticos porque, para hacerle el cuento rápido, un partido que aspiraba a formar parte del Gobierno había tenido simpatías y vínculos con el chavismo. Entonces le contaba algunas de las cosas, exageradas, falsas, descontextualizadas, que se decían en pro de la libertad de su país para que, de nuevo, hiciese el análisis exprés más fino que se podía escuchar: “No les importamos un culo; a esa gente los mandaba yo unos días pa’acá”. Y soltaba El Gordo una de las carcajadas que ya no hemos vuelto a oír desde que hace dos años le pegaran dos tiros recorriendo aquellas mismas curvas.

Me vino este recuerdo a la cabeza porque estos días, con motivo de la concentración de los más grandes patriotas españoles, a las redes siempre terminan llegando los mismos mensajes —por mucho bloqueo o silencio que uno intente es imposible— de que se trataba de una marcha para que España no se convierta —de una vez por todas— en Venezuela. No debe haber país en el mundo más referenciado como este bello lugar caribeño. Hace pocos años, prácticamente de repente, España se inundó de venezuelanólogos que nunca habían pisado ni pisarían ni pisarán el país, porque, a fin de cuentas, durante un tiempo no era un destino envidiable. La cuestión era, es, repetir Venezuela, Venezuela, que algo queda. No han sido pocas las veces que a uno, que ha tenido la suerte de viajar y hacer amigos allá, le han explicado las cosas que ocurrían, que no se daba cuenta, que no entendía, porque lo que pasaba no era lo que contaba y veía, sino otra cosa, aquella que había escuchado, posiblemente, desde la tribuna del Congreso de los Diputados o desde algún medio con venezuelanólogos de profesión.

Las consecuencias van más allá de la falta de respeto a los venezolanos, que, en su gran mayoría, siguen padeciendo una crisis humana; a los millones que tuvieron que exiliarse por la deriva autoritaria de su Gobierno. El problema de venezualizar el día a día de la política es que, cuando llega la hora de la diplomacia, España ha estado ausente. Se ha podido comprobar las últimas semanas, cuando países como Colombia, México, Francia o Noruega han dado un impulso para que el chavismo y la oposición lograsen acuerdos para paliar la crisis que sufren los venezolanos. Se ha constatado, incluso, que Maduro tiene emisarios dialogando con EE UU, el eterno gran enemigo. Es sorprendente que el actual Gobierno de España no haya jugado un papel más activo en esas conversaciones, pero también lo es que todos aquellos que le critican por convertir España en Venezuela no hayan, en ningún momento, instado a que hiciese algo por aquel país que tanto aman y que tanto les preocupa.

Ahora que se abre una nueva oportunidad de diálogo y que se comenzarán a negociar las condiciones para una elección presidencial con garantías en 2024, a la par que que la española, hemos de prepararnos para volver a escuchar cientos de augurios de cómo España se convertirá en aquel país del que tanto hablan y no conocen. El fantasma del castrochavismo, no obstante, ha sido tan eficiente que, en América Latina, todos los que lo han invocado los últimos años han perdido las elecciones. No quita, claro, para que se siga repitiendo el raca raca de Venezuela. Que algo queda.

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