El ‘procés’ está muerto y enterrado

Romper la coalición gubernamental es el indicativo de que no habrá ningún otro Gobierno secesionista. Porque esa era la única combinación posible

El 'president' de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès.MASSIMILIANO MINOCRI

El procés está muerto y enterrado. Sin paliativos. Precisemos. Ha muerto el plan ilegal de secesión unilateral, anticonstitucional y antiestatutario. Y en condiciones normales, como las de hoy, es irrecuperable.

La deserción de Junts del Govern de la Generalitat es el certificado de una defunción largamente oteada. Romper la coalición gubernamental es el indicativo de que no habrá ningún otro Gobierno secesionista/unilateralista. Porque esa era la únic...

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El procés está muerto y enterrado. Sin paliativos. Precisemos. Ha muerto el plan ilegal de secesión unilateral, anticonstitucional y antiestatutario. Y en condiciones normales, como las de hoy, es irrecuperable.

La deserción de Junts del Govern de la Generalitat es el certificado de una defunción largamente oteada. Romper la coalición gubernamental es el indicativo de que no habrá ningún otro Gobierno secesionista/unilateralista. Porque esa era la única combinación posible (y, se ha visto, inviable) con la que fraguar otro intento de secesión similar al de 2017.

Así que por una vez le asiste la razón al exsecretario izquierdista de ese partido ultraderechista, Jordi Sánchez: “El procés, definitivamente, se ha cerrado”. Es aún peor. Cae para sus gentes el estigma de haberlo asfixiado. Son ellas quienes han roto el juguete, la ideación retórica y mítica, la única gran palanca. Han rubricado su auto-de-terminación. El partido que rompe una coalición de gobierno siempre es el más castigado en las urnas.

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Esta deserción es la mayor traición de una larga secuencia. La coronó el humillante pliego de condiciones para seguir en el Govern: 1) unificar las estrategias indepes (en la práctica, someterlo al control del Consell de la República de Waterloo); 2) coordinar la actuación en el Congreso (de hecho, imponer el sometimiento de los republicanos); 3) excluir de la mesa de diálogo todo lo que no sea amnistía y autodeterminación (dos imposibles), y 4) reponer al destituido (por Pere Aragonès) vicepresidente Jordi Puigneró, blanqueando su felonía de urdir en silencio una moción de confianza/censura al president.

Hozan en el fango. Y con la defunción del procés se desploman, como Sansón. Se derrumba el único pilar del templo que decía creer en él. La dirigencia implosiona. El secretario, Jordi Turull, que quería quedarse, se desacreditó al perder la votación para quebrar el Govern. Los vencedores, esterilizados: Carles Puigdemont, en su eterna fuga a ningún lugar; la corrupta (presunta) Laura Borràs, a punto de ser inhabilitada. El partido regala 250 poltronas públicas al gran rival. El procés es un cadáver ya enterrado: solo lo apoya el 11% de la población, según la encuesta oficial del CEO. Su asesino y sepulturero, Junts, está tocado de muerte. Solo podría resucitar si un PP también radical volviese al Gobierno. O sea, un PP anticatalanista y anticatalán. Como es costumbre. El único conocido.


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