Ritos machistas

Los insultos coreados contra las mujeres en el colegio mayor Elías Ahuja alertan sobre el retroceso entre los jóvenes del respeto por la igualdad

Una joven pega un cartel para convocar a una concentración organizada por el Sindicato de Estudiantes en protesta por los gritos machistas de residentes del colegio mayor Elías Ahuja.Rodrigo Jimenez (EFE)

La terrible escena vivida el domingo en el colegio mayor masculino Elías Ahuja, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, con los insultos que lanzaron los jóvenes del centro proferidos a las chicas que viven en el colegio Santa Mónica, situado justo enfrente, no son actos sui generis de una manzana podrida aislada. No estamos ante un problema de unos cuantos individuos “radicalizados”. Se trata más bie...

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La terrible escena vivida el domingo en el colegio mayor masculino Elías Ahuja, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, con los insultos que lanzaron los jóvenes del centro proferidos a las chicas que viven en el colegio Santa Mónica, situado justo enfrente, no son actos sui generis de una manzana podrida aislada. No estamos ante un problema de unos cuantos individuos “radicalizados”. Se trata más bien de un fenómeno de características profundas y extendidas que ya estaba ahí —algunos colegiales han calificado este espectáculo machista de “tradición”— y ahora se manifiesta como síntoma de un retroceso en la igualdad vinculado al exhibicionismo con el que se expresan en el espacio público discursos negacionistas de la violencia de género.

La novedad reside en el impacto que esos discursos tienen en el consenso social sobre los límites de lo que es tolerable decir y las líneas que deben seguir siendo infranqueables. Las convicciones que niegan el respeto igualitario y la plena autonomía de las mujeres han dejado de ser actitudes que se encontraban en los márgenes de la sociedad gracias a las manifestaciones desacomplejadas de la ultraderecha, lo que podría estar produciendo un cambio profundo en la cultura política de nuestras sociedades. La primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas que otorgaron un estrecho margen entre el candidato del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, y su rival ultraderechista, Jair Bolsonaro, sugiere que, incluso si este último es derrotado finalmente en las urnas, sus mensajes reaccionarios impregnados de valores sociales atrasados han arraigado en el país. Esos resultados nos obligan a estar alerta sobre las implicaciones de la normalización de alegatos sin filtro que niegan los valores humanistas como el de la igualdad y el respeto hacia las mujeres. Y también nos advierten de cómo nuestras sociedades comienzan a convertirse en un crisol para la extrema derecha que deja una huella inquietante y perdurable sin que apenas reparemos en ello.

Hechos como los ocurridos en el colegio mayor Elías Ahuja nos invitan a reflexionar sobre el impacto que los demagogos ultras, a menudo guiados por el simple afán obsceno de escandalizar, tienen en el debate público y en el trágico deterioro de la convivencia democrática. Y en cómo esto está afectando a los valores y representaciones de género de los más jóvenes. El barómetro de juventud y género de 2021, elaborado por el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud, detectó este problema en las afirmaciones que niegan o limitan la importancia de la violencia de género, mucho más presentes entre los chicos, con porcentajes que van del 25% al 30%, aproximadamente, y en el descenso del porcentaje de muchachos que se consideran feministas, reducido casi cinco puntos entre 2019 y 2021. Lejos de azuzar y promover esas tendencias, cuando los patrones establecidos están en cuestión, lo que se necesita por parte de nuestros representantes políticos son alegatos enérgicos y confiados a favor de las virtudes de una democracia que vele por la igualdad. Y también un debate comprometido sobre las ventajas de una educación sexual basada en el respeto a la diversidad y en la defensa de la integridad corporal de las mujeres, necesario para afirmar su capacidad y libertad de acción. Sorprende no escuchar condenas firmes a que se llame putas y conejas a jóvenes estudiantes por parte de quienes consideran la educación sexual un peligroso adoctrinamiento.


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