Mi test favorito para saber si una persona tiene oído musical es hacerle cantar el Cumpleaños feliz. Todo el mundo empieza bien (“cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…”), pero en el mismo instante en que atacan el cuarto compás (”te de-SÉ-amos todos…) la peña empieza a patinar sobre hielo y se ahoga sin remisión en las corrientes gélidas de la disonancia. Todo intento de corregirles será fútil. Son sencillamente incapaces de cantar una octava, como llaman los músicos a la distancia (int...
Mi test favorito para saber si una persona tiene oído musical es hacerle cantar el Cumpleaños feliz. Todo el mundo empieza bien (“cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…”), pero en el mismo instante en que atacan el cuarto compás (”te de-SÉ-amos todos…) la peña empieza a patinar sobre hielo y se ahoga sin remisión en las corrientes gélidas de la disonancia. Todo intento de corregirles será fútil. Son sencillamente incapaces de cantar una octava, como llaman los músicos a la distancia (intervalo, en la jerga) entre un do y el siguiente. Una buena forma de entender la octava es recordar a Judy Garland cantando Somewhere over the rainbow en los alrededores de la granja de sus tíos en El mago de Oz. Las dos primeras sílabas (some-WHERE…) forman una octava, justo igual que de-SÉ en nuestra fatídica felicitación de cumpleaños. Vale, hay que reconocer que es un intervalo difícil de cantar, pero el caso es que la minoría de personas con talento musical lo hacen perfecto, hayan estudiado solfeo o no. Esto es bien curioso, ¿no es cierto?
Este martes, volviendo a Madrid por carretera, la conductora y yo veníamos escuchando Radio 3, y el lema del programa era “la música no hay que entenderla, sino disfrutarla”. La idea es muy atinada. Conocí al director de una banda musical del Ejército del Aire que podía coordinar a 15 músicos, pero vaciaba un ascensor en cuanto se ponía a cantar. Todos los conocimientos que tengas de solfeo, armonía y musicología resultan inútiles si no tienes talento, u oído, como se suele llamar al talento en este contexto. Por cierto, que la gente sin oído ni siquiera logra entender ese concepto. Se creen que lo contrario de tener oído musical es quedarse sordo, como si lo contrario a la elocuencia fuera quedarse mudo. No tiene nada que ver con eso. Conozco a un abuelo y una nieta que tienen oído. Me basta oírles silbar o cantar para saberlo, y ambos carecen de formación musical.
Pero la música debería servir para unirnos, no para separarnos. Y la psicología experimental viene aquí en nuestra ayuda, lo que en sí mismo es una noticia. La gente sin formación musical, ya sea cantando en la ducha o dando la tabarra en la oficina, produce melodías correctas desde una óptica musicológica. Aplican principios de composición cuya mera existencia ignoran. Las investigaciones se han centrado en el principio de la tonalidad, que es a lo que nos referimos cuando decimos que la Novena de Beethoven está en do menor y que Highway star de Deep Purple está en sol mayor. Al oyente todo eso le da igual, pero el músico necesita saberlo. Si pasas el codo por las teclas blancas del piano estás tocando en do mayor. Para tocar en do menor tienes que bajar medio tono el mi, el la y el si (para eso sirven las teclas negras). Un músico se pasa años empollando esos arcanos musicológicos, pero el caso es que la mayoría de la gente posee un entendimiento natural de ellos (aquí puedes escuchar un ejemplo). Por supuesto, estas melodías improvisadas en la ducha no utilizan octavas. Mientras eso se aclare, dispénsanos del Cumpleaños feliz, por el amor de Dios.