El primer contacto

Los cazadores de civilizaciones extraterrestres renuevan su osadía y sus instrumentos

Representación artísitica de Oumuamua.ESO (Reuters)

No tenemos ni idea de cómo sería el primer contacto con una civilización extraterrestre. Tal vez los marcianos hayan enviado naves por toda la galaxia para descubrir especies inteligentes, y tal vez la célebre Oumuamua sea una de ellas. Este pedrusco de 200 metros por 40 que llegó a nuestra vecindad en 2017 dio un giro hiperbólico alrededor del Sol y se largó como había venido, generó una no menos hiperbólica polémica pública cuando dos astrofísicos de Harvard, Abraham Loeb y Shmuel Bialy, sometier...

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No tenemos ni idea de cómo sería el primer contacto con una civilización extraterrestre. Tal vez los marcianos hayan enviado naves por toda la galaxia para descubrir especies inteligentes, y tal vez la célebre Oumuamua sea una de ellas. Este pedrusco de 200 metros por 40 que llegó a nuestra vecindad en 2017 dio un giro hiperbólico alrededor del Sol y se largó como había venido, generó una no menos hiperbólica polémica pública cuando dos astrofísicos de Harvard, Abraham Loeb y Shmuel Bialy, sometieron a prueba la hipótesis de que fuera una nave extraterrestre y publicaron unos resultados compatibles con esa idea. Los medios se les echaron encima, los titulares se pasaron tres pueblos y los colegas les crucificaron. Nada nuevo, salvo que Loeb y Bialy jamás pretendieron haber probado que Oumuamua era un ovni, y su paper era un ejemplo de rigor científico. Es lo que tiene buscar hombrecitos verdes, que te toman por un perturbado.

Sin embargo, casi todo el mundo está de acuerdo en que, dado el número de planetas que cabe estimar en la Vía Láctea —no hablemos ya de las demás galaxias—, lo más probable es que haya vida en muchos de ellos, y vida inteligente en algunos. Creer que estamos solos en este universo gigantesco tiene un aroma rancio a agua bendita. La ciencia ya nos ha expulsado del centro del sistema solar, del centro de la galaxia y del centro de la creación. La fuerza que nos ha creado es la evolución, y debería existir en cualquier mundo similar a la Tierra. “Creed en la universalidad de la bioquímica”, nos aconsejó el premio Nobel Arthur Kornberg con una perspicacia muy adelantada a su tiempo. Nuestra bioquímica no es producto del azar, sino de la necesidad, pues se basa en las moléculas orgánicas más simples imaginables, que también deben existir en cualquier planeta. Las entidades autorreplicantes que fundamentan la vida (ADN y ARN) son una solución tan simple, compacta y eficaz al problema de codificar información y replicarla que resulta extravagante proponer que los marcianos utilicen un sistema muy distinto.

En cuanto a Oumuamua, lo mejor que puedo decir es que me trae a la mente la mejor novela de Arthur Clarke, Cita con Rama, donde un objeto aún mayor visita el sistema solar, gira y emprende la partida. En este caso, los humanos logran posarse en él antes de que se largue. El objeto es un cilindro en rotación, y no diré más. Lee la novela.

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La probabilidad de que nos visiten marcianos biológicos es ínfima. Un viaje interestelar lleva millones de años, y las razones para enviar al capitán Kirk y al doctor Spock distan mucho de estar claras. Los autores de ciencia ficción suelen arreglar esto con una red de agujeros de gusano, como si moverse a otra estrella fuera cosa de coger el metro y bajarse en Betelgeuse, pero olvidan que viajar por un agujero de gusano se enfrenta a problemas físicos fundamentales. Si nos llega por aquí una nave, los visitantes no serán pulpos heptápodos, como en la peli La llegada. Los visitantes serán robots, y la civilización que los construyó habrá desaparecido millones de años atrás. Así está el tema de las comunicaciones interestelares.


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