Indiferencias

No sentir amor por la gente es una limitación mucho, mucho más grave que no sentirse atraído por el pad thai de la comida tailandesa

Una mujer recibe alimentos de la Fundación Madrina, en diciembre de 2021, en Madrid.

Las personas se definen a sí mismas por sus indiferencias. Admito que mi carácter tiene mucho que ver con la indiferencia que siento ante las novedades gastronómicas. Soy goloso, es verdad, pero me contento con la cocina que habla en mi lengua materna: una sopa de arroz, una tortilla de patatas, unas croquetas. Todavía recuerdo la cara de Rafael Alberti al escuchar mi respuesta al camarero de un magnífico restaurante chino. Nos había invitado a ...

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Las personas se definen a sí mismas por sus indiferencias. Admito que mi carácter tiene mucho que ver con la indiferencia que siento ante las novedades gastronómicas. Soy goloso, es verdad, pero me contento con la cocina que habla en mi lengua materna: una sopa de arroz, una tortilla de patatas, unas croquetas. Todavía recuerdo la cara de Rafael Alberti al escuchar mi respuesta al camarero de un magnífico restaurante chino. Nos había invitado a Felipe Benítez Reyes y a mí para hacernos disfrutar de una carta maravillosa. Después de estudiarla, cuando el camarero me preguntó qué deseaba, pedí que me trajese lo menos chino que tuviera. Durante una estancia en Pekín, solía comprar latas de atún y pan de molde en el supermercado de la universidad. Necesitaba reponerme de las magníficas cenas a las que me invitaban mis amigos profesores. A lo largo de la vida he desarrollado el arte de esconder los alimentos no queridos del plato bajo una hoja de lechuga.

Vivo esa indiferencia a las tentaciones alimentarias como una verdadera y triste limitación, porque he viajado mucho con personas que disfrutan comiendo. Envidio su felicidad ante la comida india, coreana o japonesa. Yo me siento indiferente y lo siento mucho, mucho.

Otras personas se sienten indiferentes ante la pobreza, no la ven en ninguna acera, aunque las calles de Madrid se llenen de mendigos sin techo. Solo tienen ojos para los ricos que quieren pagar pocos impuestos y recibir becas de estudios con las que costear una educación de élite en colegios privados. Tienen ojos para los comisionistas familiares y las privatizaciones. Han aprendido a esconder a los pobres bajo las hojas de papel de sus decretos. Y no saben lo que se pierden. No sentir amor por la gente es una limitación mucho, mucho más grave que no sentirse atraído por el pad thai de la comida tailandesa.

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