Escribir en soledad y a la vez conjuntamente

En la cuarta entrega de ‘Letras Americanas’, el boletín sobre literatura latinoamericana de EL PAÍS América, Emiliano Monge escribe sobre el doble literario, la posibilidad del doble creador

La escritora Brenda Navarro en Ciudad de México.CLAUDIA ARÉCHIGA

Estas últimas semanas, querido lector, volvió a sorprenderme un pensamiento que de tanto en tanto me asalta y luego se queda dentro de mí o, mejor dicho, junto a mí, durante días: la idea del doble literario.

Pero no la del doble en tanto personaje, es decir, doppelgänger que a un tiempo es héroe y antihéroe de una historia —género que nuestra tradición importó del romanticismo, que a su vez lo extrajo de la mitología—, ni la aún más improbable del doble en tanto entorno del personaje, es decir, en tanto universo —género que nuestra tradición exportó al mundo con ...

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Estas últimas semanas, querido lector, volvió a sorprenderme un pensamiento que de tanto en tanto me asalta y luego se queda dentro de mí o, mejor dicho, junto a mí, durante días: la idea del doble literario.

Pero no la del doble en tanto personaje, es decir, doppelgänger que a un tiempo es héroe y antihéroe de una historia —género que nuestra tradición importó del romanticismo, que a su vez lo extrajo de la mitología—, ni la aún más improbable del doble en tanto entorno del personaje, es decir, en tanto universo —género que nuestra tradición exportó al mundo con La invención de Morel—.

No, la idea que se me adhiere hasta aceptarla como se aceptan las obsesiones transitorias —doblando las manitas—, es más ambigua, aunque tiene que ver con cierto romanticismo y Bioy Casares, Bioy y Borges, Bustos Domecq. Y es que me cicla la posibilidad del doble creador, el doble a consecuencia de aquello que se escribe, no ya a cuatro manos sino en total desconocimiento de ese otro: piensen —así cristalizó mi obsesión— en El libro vacío de Josefina Vicens y El discurso vacío de Mario Levrero. O en —así volvió esta vez mi obsesión— Brenda Navarro y Gabriel Mamani Magne.

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El escritor o la escritora como doble

Que la literatura es algo que también se escribe conjuntamente y no sólo en la soledad de uno resulta más o menos evidente: las escritoras y los escritores compartimos un mismo territorio de caza y a veces, también, una misma temporada, aunque cada quien elija su presa —da igual que esta sea real o sea imaginaria— y aunque cada cual opte por sus armas particulares. Para que funcione esto que acabo de aseverar, querido lector, deberás asumir que la presa es la historia, es decir, el fondo, mientras que las armas son las herramientas que erigen y sostienen la forma: el lenguaje, la arquitectura, el ritmo, por ejemplo.

Y deberás aceptar, además —perdón por andar de pedinche—, que no me refiero ni a los escritores ni a las escritoras que cazan en grupo y que forman, por lo tanto, esas manadas al acecho que conocemos como corrientes literarias, sino a aquellos y aquellas que, yendo a cazar en soledad, ignoran que tienen un doble que ha salido a una hora parecida, en busca de la misma presa o llevando consigo las mismas armas —que den con la misma historia y con las mismas herramientas es, quizá, el único imposible—: lean, bajo el paraguas de esta idea, por ejemplo, Mudanza de Verónica Gerber y El nervio óptico de María Gainza o Formas de volver a casa de Alejandro Zambra y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia de Patricio Pron.

O, mejor aún, volviendo a la escritora mexicana Brenda Navarro y al escritor boliviano Gabriel Mamani Magne, es decir, dos de las últimas apariciones que me parecen realmente importantes y que, como ya dije, son culpables del último capítulo de mi obsesión más peculiar —Navarro y Mamani Magne parecerían haber salido a cazar la misma presa pero llevando, claro, cada uno sus propias armas, no una sino dos veces— pero también, esto no lo había dicho todavía, de cuatro de mis últimas felicidades lectoras, lean, bajo la sombra que les ofrezco acá, sus Casas vacías, Ceniza en la boca, El rehén y Seúl, São Paulo.

Dos veces dobles

¿Cuál es la presa de Navarro en Casas vacías? El secuestro de un niño mientras juega en un parque. ¿Cuál es la presa de Mamani Magne en El rehén? El secuestro de dos niños mientras duermen en su casa. ¿Cuáles las presas de la mexicana en Ceniza en la boca? La migración hispanoamericana a España, el suicidio del hermano de la narradora y las marcas que dejan el racismo y las violencias económicas y sociales. ¿Cuáles las presas del boliviano en Seúl, São Paulo? La migración hispanoamericana a Brasil, la muerte en vida del primo del narrador y las marcas que dejan el mestizaje y las violencias económicas y sociales.

Luego, obviamente, están las herramientas, es decir, aquello que en este caso diferencia a los dobles de presa y los vuelve, por paradójico que suene, escritores únicos: en Casas vacías, Navarro se sirve de dos voces adultas, la de la madre que ha perdido al hijo y la de la madre que se ha hecho de un hijo, para cuestionar la maternidad, mientras que Mamani Magne se vale de la voz de un niño, el mayor de los hijos secuestrados, para cuestionar la paternidad.

Algo similar sucede en Ceniza en la boca y Seúl, São Paulo: aunque las historias las cuentan una muchacha y un muchacho, sus armas no podrían ser más distantes: Navarro construye una tragedia con visos de humor negro, utilizando un lenguaje cauto y un ritmo cadencioso, mientras que Mamani Magne construye una comedia negra con visos trágicos, utilizando un lenguaje espontáneo y un ritmo frenético.

Espejo de obsidiana

La historia del doble literario está atada a la del reflejo, a la posibilidad de que éste cobre vida en el espejo y salga al mundo. No pensemos, por un momento, en los espejos que hoy conocemos. Pensemos en uno de obsidiana, uno de esos que había en nuestra región antes de las guerras de conquista y que poseían dos caras: en una se observaba el reflejo del mundo, en la otra el reflejo miraba al mundo.

Más allá de mitos y leyendas, el asunto es el cóncavo y el convexo: en una cara el mundo se expandía, en la otra se encogía: así pasa con los universos dobles pero únicos de Navarro y Mamani Magne: en el de ella, el lector contempla el mundo con gran angular, en el de él, con teleobjetivo.

Navarro y Mamani Magne ocupan, cada uno, un lado del mismo espejo, son dobles pero también únicos, como, me parece, sucede con todos los dobles creadores: su reflejo no es el otro, es el reflejo de uno y de otro.

Por eso, me digo notando que la obsesión me suelta, se puede escribir en soledad y conjuntamente.

Como Navarro y Mamani Magne, como Gerber y Gainza, como Vicens y Levrero.

Coordenadas

Casas vacías y Ceniza en la boca se encuentran en edición de Sexto Piso. El rehén fue publicado por Dum Dum, mientras que Seúl, São Paulo, por Editorial 3600 (dentro de poco aparecerá también en edición de Periférica).Mudanza se puede conseguir en ediciones de Almadía, Montacerdos y Pepitas de calabaza, mientras que El nervio óptico en Laurel y Anagrama, que también publicó Formas de volver a casa. Random House publicó El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, así como, actualmente, la mayor parte de la obra de Levrero. La obra de Josefina Vicens se encuentra en el FCE.

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